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Exactitud engañosa

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Hoy en día se publican gran cantidad de datos, con los que se pretende retratar la realidad. Pero, a veces, los números esconden trampas. Por ejemplo, ¿cuántos pobres hay en Estados Unidos? Depende de dónde se ponga el límite de ingresos. Teniendo en cuenta la elevación del nivel de vida, la Oficina del Censo proyecta subirlo de 16.600 a 19.500 dólares anuales (para una familia de cuatro miembros). Entonces, de la noche a la mañana habría doce millones de pobres más. Michael Cox, economista de la Reserva Federal, y Richard Alm, periodista, comentan a este propósito (The Wall Street Journal, 10-XI-99):

(…) Si se quiere medir el bienestar, el metro adecuado es el consumo, no la renta. No son lo mismo, especialmente entre los pobres. La tasa de pobreza nos dice cuántos norteamericanos tienen ingresos bajos, no qué pueden comprar.

(…) En 1997, las familias con renta baja ingresaban por término medio 7.086 dólares antes de impuestos. Su consumo -lo que los pobres gastaron, no lo que ganaron- ascendía a 14.670 dólares.

¿Cómo es posible que las familias pobres gasten más de lo que ganan? Muchas perciben ingresos complementarios a través de la asistencia social, vales canjeables por alimentos, subsidios de paro, atención médica gratuita, subvenciones directas y otras ayudas, que las estadísticas no contabilizan. Y las estadísticas de pobreza no tienen en cuenta el patrimonio, que puede ser más importante que los ingresos corrientes. Los trabajadores en paro temporal no perciben salario, pero en muchos casos disponen de ahorros. Aunque muchos pensionistas tienen ingresos bajos, cuentan con ahorros, y sus casas, coches y muebles ya están pagados. En 1993, 302.000 familias con rentas inferiores a 20.000 dólares anuales vivían en casas de valor superior a 300.000 dólares.

(…) Los pobres han ido teniendo acceso a cada vez más bienes. Las estadísticas oficiales muestran que las familias de renta baja poseen muchos artículos que se consideran propios de la clase media. Entre 1984 y 1996, la proporción de hogares pobres con lavadora creció del 58% al 72%; los que tenían secadora pasaron del 36% al 50%; los que tenían horno de microondas, de uno de cada ocho a dos de cada tres. El 97% de los hogares con renta baja tienen televisión en color, y tres de cada cuatro tienen vídeo. Casi tres cuartas partes de las familias pobres tienen al menos un coche. (…)

The Economist (16-X-99) se refiere en un editorial a otra clase de números inciertos: los de víctimas de catástrofes.

(…) Los lectores prudentes, incluidos los de The Economist, nunca deben olvidar que hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas, y entre las más grandes se encuentran las relativas a catástrofes, naturales o causadas por el hombre.

Tal vez haya que recordarlo a los lectores británicos, que acaban de pasar una semana en que los periódicos se han cebado en un espantoso accidente ferroviario. Durante los dos días siguientes el total de víctimas subió casi a cada minuto hasta «al menos cien muertos -según un diario popular-, y podrían ser muchos más, incluso no menos de 170». The Times calculó 70 muertos y cien desaparecidos. No es extraño que, para The Sun, se tratara de «la peor catástrofe en tiempo de paz». Nosotros mismos dijimos que habían muerto «al menos 70 personas». En realidad, una semana después del accidente, el total de víctimas quedó en 35, cosa que pocos periódicos publicaron en letras tan grandes como las que habían usado unos días antes.

En abril pasado nos hicimos eco de los cálculos del Departamento de Estado norteamericano, según el cual en Kosovo se había matado a 100.000 personas. Aunque éramos escépticos, en junio, al acabar la guerra, nos habíamos tragado -si bien con un poco comprometedor «quizás»- el número de 100.000 kosovares muertos a manos de los serbios. Hoy, pocas autoridades ponen el total por encima de 10.000.

(…) En medio del humo de la guerra o de una catástrofe es, por supuesto, imposible saber a ciencia cierta el número de muertos o heridos; pero los lectores quieren una estimación. Así que la palabra «quizás» no siempre es -quizás- tan poco comprometedora, al fin y al cabo. Sin embargo, los periodistas rara vez rebajan sus estimaciones según pasa el tiempo. El primer número -«hasta ciento»- pronto se convierte en «unos ciento», luego en «no menos de ciento», y luego, a menudo, en «quizás mil». Los periodistas quieren promocionar sus crónicas; los editores, sus periódicos; el personal de asistencia, sus organizaciones. Hasta los funcionarios gubernamentales pueden pretender ganarse simpatías. El 24 de agosto, el total oficial de víctimas del terremoto de Turquía era un aparentemente preciso 17.997. Al día siguiente había bajado al no menos preciso 12.514.

Esto sugiere algunas reglas para periodistas, como: desconfiar de los datos provenientes de fuentes interesadas, dejar claro que el número que se acepta es sólo una estimación, y, si luego resulta ser erróneo, reconocerlo. Pero también los lectores deben guardarse de exactitudes espurias, inflación manifiesta y la persistente tendencia de los periodistas a exagerar. Cualquiera que sea el poder de la prensa en general, cuando se trata de matar gente, la pluma es ciertamente más poderosa que la espada.

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