La gente sigue queriendo encontrar el amor, pero puede que el camino para ello ya no pase por una aplicación de citas. Cansados de la “gamificación” del romance y la dependencia de un algoritmo, más y más usuarios borran sus perfiles de estas plataformas y buscan pareja fuera de Internet, a través de matchmakers (los antiguos casamenteros) y de eventos y espacios planteados para ello. Tal vez, el mundo de las citas esté viviendo una “involución revolucionaria”: volver al cara a cara.
El concepto de las apps de citas, que inauguró Grindr en 2009, se popularizó con Tinder en 2012: conocer y quedar, mediante la función de geolocalización, con gente desconocida, pero que esté cerca físicamente. Si Grindr estaba enfocado en usuarios homosexuales y Tinder en encuentros sexuales casuales, durante la década siguiente, más aplicaciones empezaron a surgir con el objetivo de hacerse con un hueco en el mercado: en la “feminista” Bumble, las mujeres tienen la iniciativa y envían el primer mensaje; Hinge (que tiene por lema La aplicación de citas diseñada para ser eliminada) está orientada a encontrar una pareja estable; Raya es de acceso exclusivo, principalmente para famosos; y The League está enfocada en profesionales con carreras ambiciosas. Estas son solo algunas de las aplicaciones de citas existentes. También hay para poliamorosos, para gente de “mente abierta”, para mayores de 55 años…
“Poder entrar en una aplicación, ver quién te rodea, conectar instantáneamente con esa persona y, de repente, acabar en una cita con alguien a quien nunca habrías conocido de no haber sido por esta interfaz, fue realmente transformador”, dijo Whitney Wolfe Herd, la fundadora de Bumble, en una reciente entrevista en el programa The Interview del New York Times. Y razón no le falta. Las aplicaciones de citas supusieron una auténtica revolución en los hábitos y las posibilidades en el mundo del amor, porque el concepto que planteaban era sencillo y atractivo: estás a solo dos swipes de encontrar el amor en un “catálogo” de opciones inagotable.
Un desencanto anunciado
Sin embargo, parece que la novedad de estas aplicaciones ha perdido su brillo inicial entre los usuarios millennials y, principalmente, la generación Z (GenZ). Una desaceleración constante en la demanda de sus servicios ha puesto de manifiesto que, tal vez, el globo de esta ilusión romántica se haya empezado a desinflar.
Bumble, que salió a bolsa en 2021, anunció a finales de junio de este año que despedirá a un tercio de sus empleados, después de perder 350.000 usuarios el año pasado. Pero no se trata de un caso aislado. Match Group, propietaria de Tinder, Hinge y OKCupid, comunicó a finales de mayo sus planes de recortar el 13% de su plantilla. Una de las causas podría ser la caída en el número de usuarios de pago de Match: estos bajaron a 14,2 millones en el primer trimestre, frente a los 14,9 millones del año anterior.
Y mientras las aplicaciones tratan de frenar la sangría de usuarios con nuevos funciones dirigidas a los GenZ, como las citas dobles, TikTok está atestado de vídeos con quejas sobre lo difícil que es siquiera conseguir una cita en Tinder, Hinge, Bumble o en cualquiera de las otras aplicaciones destinadas a este fin. Uno de los lamentos más repetidos es que estas plataformas son agotadoras. Según un estudio de Forbes de 2024, el 79% de los GenZ encuestados se sentían hartos de ellas, y entre las razones más citadas se encontraban no ser capaces de encontrar una buena conexión sentimental, que les mintieran o que les hiciesen ghosting –que alguien te deje de contestar sin explicación– .
El ciclo vital del usuario medio de las aplicaciones de citas podría resumirse de la siguiente forma: del interés y la ilusión inicial se pasa a la progresiva decepción por los intercambios de mensajes predecibles y el ghosting, hasta llegar a cierto cinismo y desconfianza frente a este tipo de comunicación mecánica y a este formato transaccional. Y es que, tal y como explica la periodista francesa Judith Duportail en El algoritmo del amor, la finalidad de estas tecnologías, en el fondo, no es que el usuario encuentre el amor, porque si se enamora, se borra el perfil. El objetivo es mantenerlo en constante búsqueda, en constante expectación, siempre emocionado. De ahí su diseño gamificado, que lleva a deslizar perfiles como si se tratara de cromos, con la esperanza de que el que aparezca tras el siguiente swipe sea más compatible, con intereses más parecidos. Más adecuado. Mejor.
El modelo de suscripciones es una de las principales razones para la fuga de usuarios
If you don’t pay, you don’t date
El día de San Valentín de 2024, una demanda colectiva interpuesta por usuarios estadounidenses de Match, Tinder, Hinge y The League (y que a finales del mismo año fue llevada a arbitraje), alegó que estas plataformas no revelaron el diseño “deliberadamente adictivo” de las aplicaciones, con un algoritmo que premia el “uso compulsivo” por miedo a perderse posibles candidatos. Además, según la demanda, emplean funciones para “erosionar la capacidad de los usuarios de desconectarse de las plataformas” y convertirlos en adictos y futuros compradores de suscripciones cada vez más caras. Y es precisamente en este punto donde está una de las principales razones para la fuga de usuarios.
Tinder, Bumble y Hinge , las tres apps de citas con más usuarios, generan la mayor parte de sus ingresos por las suscripciones, con un modelo de negocio “freemium”, en el que puedes registrarte y utilizar la aplicación básica de forma gratuita. Sin embargo, si se quiere desbloquear las funciones especiales, dependiendo de la aplicación, como swipes ilimitados, un perfil más visible o la posibilidad de enviar mensajes a personas que no han mostrado interés, hace falta una suscripción. Estas varían desde 13,99 euros a la semana en Bumble hasta 999 dólares al mes en The League. Sin embargo, si hay que recortar gastos, es mucho más probable que la gente se borre de Bumble antes que de Netflix o del gimnasio.
Entre el propio diseño de la aplicación, los comportamientos desconsiderados, los muros de pago, las fotos editadas que no tienen similitud con la persona real o la gran inversión de tiempo que requieren estas aplicaciones para obtener algún tipo de resultado más allá del intercambio de unos pocos mensajes, los usuarios están empezando a apartarse del azar (o el algoritmo) para conocer a su siguiente cita. Si en las primeras webs de citas los matches estaban basados en cuestionarios de compatibilidad y evaluaciones de personalidad, ahora el algoritmo parece dar prioridad a la cantidad de interacciones como el número de swipes, la frecuencia de los mensajes o el tiempo que se pasa en la aplicación. La intuición es acertada: cuanto más de todo ello, mejor. Sin embargo, para la generación Z swipear ha empezado a adquirir un matiz trabajoso, transaccional e incluso guionizado. Ellos quieren autenticidad. Quieren interacciones significativas. Quieren conexiones reales.
Que no te lo escoja el algoritmo
Y ya que hay que pagar, que no sea por un algoritmo. Según datos de Eventbrite compartidos con la revista WIRED, los eventos de citas y solteros en persona aumentaron en EE.UU. un 51% en 2024. Speed dating, fiestas para solteros, encuentros en bares donde te presentan tus amigos con un PowerPoint. Incluso los matchmakers –es decir, intermediarios o casamenteros– están de moda, con cada vez más clientes por debajo de los 30 años. Sin embargo, es posible que la cultura muy visual de las redes sociales, y de las aplicaciones de citas en particular, haya condicionado y cambiado, en general, nuestra forma de relacionarnos.
“Cosificamos a los demás y, con el tiempo, también nos cosificamos a nosotros mismos” – Celine Song, directora de Materialists
En Materialists, la última película de la directora de Past Lives, Celine Song, Dakota Johnson interpreta a Lucy, una casamentera profesional que intenta descifrar cómo el amor moderno exige definir y cuantificar los deseos. Los solteros acuden a ella con una listas de requisitos para una pareja: estatura, complexión, nivel económico, cabello, espontaneidad… A partir de eso, Lucy equilibra lo que está disponible con lo que es compatible y viable, en busca de una conexión duradera. “Las citas son un juego al que jugamos para encontrar el amor”, dijo en una entrevista Song, que, antes de ser directora de cine, fue casamentera. Pero es aquí precisamente donde se ve cómo la cultura de las redes sociales, y las aplicaciones de citas en particular, ha cambiado nuestra forma de relacionarnos. Según explica, la lista de requisitos con la que venían los clientes y la forma en la que hablaban del proceso de conocer a alguien fue lo que le empezó a preocupar. Porque hablaban del otro como si fuese un producto, como una transacción más. “Cosificamos a los demás y, con el tiempo, también nos cosificamos a nosotros mismos”, explica Song. Así, casi inevitablemente, empieza a surgir el lenguaje del perfeccionamiento personal, es decir, de la mejora de la mercancía: bótox, gimnasio, cirugías. Pero como dice uno de los personajes en Materialist, “No soy una mercancía. Soy una persona”.
Fernando Cuevas, un sacerdote que vive en Valencia conocido como el cura Tinder, es un ejemplo peculiar dentro del ámbito de los matchmakers. Si los servicios de la mayoría se sitúan en los miles de euros, Cuevas lo hace gratis y con una tasa de éxito bastante sorprendente. Actualmente, cuenta con 4.000 perfiles en su archivo y recibe 150 solicitudes por semana. ¿El resultado? 500 matrimonios que se han conocido a través de él, sin ninguna separación hasta la fecha. Sin embargo, también Cuevas detecta algo similar a lo planteado por Song. “Tanto ellas como ellos, a veces, al rellenar el apartado ¿Cómo te gustaría que fuera él o ella?, se vienen arriba y escriben una carta a los Reyes Magos. Se ponen muy exigentes en cuanto a la edad, aspecto físico, profesión”, comenta. Sin embargo, tal vez no todo esté perdido. “Con el tiempo me dicen que por su cuenta han conocido a alguien muy especial, y resulta que yo tenía a esa persona en ficha y no se la había pasado porque no cumplía la mayoría de los requisitos que pedían. El amor hace estas cosas tan bonitas”, concluye.
El encuentro cara a cara en la vida real, con sus matices y sus sorpresas, es lo que tiene.