EE.UU.: ¿habrá una generación del 11-S?

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Si llegaran a consolidarse en el tiempo las decisiones que tomaron tras los ataques terroristas, los jóvenes universitarios que vivieron el 11-S podrían convertirse en una generación con más preocupaciones sociales pese a las discrepancias políticas. Esta es la hipótesis que plantea un estudio realizado por un equipo de investigadores norteamericanos.

Mayo del 68 ha pasado a la historia como una de esas fechas simbólicas que marcó a una generación. El mismo movimiento de ideas y actitudes sociales que animó las revueltas estudiantiles en París sirve para englobar a la multitud de jóvenes que se concentró en San Francisco en el verano de 1967 o, dos años después, en Woodstock (Nueva York).

La revuelta contracultural de Mayo del 68 marcó a una generación entera (y seguramente a las siguientes) en un sentido: estableció nuevas pautas de comportamiento, logrando legitimar conductas hasta entonces mal vistas.

Pero este movimiento emancipatorio no ha estado exento de contradicciones. Estirada al máximo la autonomía personal heredada de los años sesenta y setenta, se debilitan los vínculos familiares y sociales.

En la universidad el 11-S

A falta de un movimiento social significativo, otra manera de definir a una generación (hay otras formas) es la presencia de un evento histórico que deja huella en un conjunto de personas nacidas en un período de tiempo.

En este sentido, ¿puede el 11-S dar nombre a toda una generación? Y en ese caso, ¿cómo son los jóvenes que la componen? Eso es lo que se ha propuesto analizar un equipo de investigadores norteamericanos, coordinado por Patricia Somers, de la Universidad de Texas.

Aunque existen distintas definiciones de “generación del 11-S”, el estudio (In Search of Generation 9/11), entiende por tal los jóvenes que estaban cursando estudios en la universidad durante los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Se basa en entrevistas, realizadas a partir de 2004, en que los estudiantes tenían que centrar su atención en lo que experimentaron entre el 11-S y los seis meses siguientes. Las conclusiones están agrupadas en torno a dos bloques: los efectos inmediatos tras los atentados y los efectos que se notan más tarde.

De momento, comprometidos

Una primera conclusión a la que llega el estudio es que el patriotismo de los universitarios entrevistados –sobre todo, entre los de niveles socioeconómicos altos– fue más intelectual que emotivo. Las banderas en la calle convivieron con la convicción de estar compartiendo unas metas comunes con los demás norteamericanos.

Paradójicamente, también se dio entre bastantes estudiantes una actitud crítica hacia los medios de comunicación y el gobierno norteamericanos. Contra los primeros, porque al principio señalaban culpables cuando todavía no estaba claro quiénes eran; contra el segundo, por la decisión de entrar en guerra.

Otro efecto que dejó el 11-S en muchos estudiantes fue la decisión de hacer más por los problemas de su tiempo. Así, el 47% declaró que los atentados le habían servido para interesarse por primera vez por la política internacional; un 35% dijo que los ataques le había llevado a tomarse más en serio sus convicciones políticas; el 32% declaró que se había comprometido en alguna actividad cívica; el 20% cambió de carrera a raíz del 11-S pensando qué sería lo mejor para el país…

Pero la gran pregunta sigue en pie. ¿Existe una generación del 11-S? El tiempo lo dirá. Hoy por hoy, los autores prefieren hablar de “momentos 11-S”. El primero, el que siguió inmediatamente después a los atentados, fue el de la “compasión”. Y el segundo, el de la “acción política”: esa que llevó a los jóvenes en los meses siguientes a involucrarse más en la mejora de la sociedad.

En la medida en que este tipo de acciones vayan fraguando y prolongándose en el tiempo, entonces sí, podrá hablarse de una “generación cívica”.

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