Los guardias de prisiones temen que una “relajación” en el sistema puede suponer un repunte de la violencia carcelaria
Permanecer varias décadas tras las rejas es una condena ciertamente dura [1], pero cumplirla en una celda en solitario, sin apenas vínculos con otras personas, parece más asunto de una ficción literaria de Alejandro Dumas que del mundo real. Y sin embargo, en EE.UU. ha sucedido.
Para eso está el denominado Security Housing Unit, o simplemente “el SHU”, el estrecho módulo carcelario de aislamiento en el que, en teoría, se encierra a un recluso “difícil” en régimen de total aislamiento. La ingrata experiencia, según presumen los defensores del SHU, debe servir para que el preso se arrepienta de alguna indisciplina grave cometida durante su encierro, y para que en adelante haga lo imposible para evitar ser encapsulado en ese sitio.
Pero a algunos carceleros se les ha ido la mano en la aplicación de un sistema ya de por sí cruel y degradante, y en el pasado han ampliado los criterios por los que un reo puede ir a dar con sus huesos al SHU, así como se han “olvidado” del factor tiempo para con los que sufren el castigo.
Ha sido así en California, donde, hasta 2012, más de 500 reclusos de la prisión de Pelican Bay permanecían en el “hueco” ya por más de 10 años, y otros 78, por más de dos décadas. Las causas para ir a dar al SHU no eran demasiado estrictas ni pasaban necesariamente por haber participado en una reyerta carcelaria: si el convicto era sospechoso de pertenecer a alguna pandilla carcelarial, o era objeto de alguna información de otro reo que lo vinculara con el pandillerismo, caía en el SHU sin que mediara comprobación alguna. Así, en todo el estado, el total de presos recluidos en esos sitios llegó a ser de 3.000, con lo que territorio ostentaba el triste récord de poseer la mayor población penal bajo este régimen en todo el país.
La situación, sin embargo, está comenzando a variar. Jeffrey Beard, quien en 2013 tomó el mando del Departamento de Correccionales y Rehabilitación del “Golden State”, apunta que desde entonces se ha movido a unos 1.100 reclusos de los SHU al régimen penitenciario general, y que en los próximos dos años pueden hacerlo otros 1.800 presos, si bien señala que “no es fácil” cortar de un tajo una práctica asentada en California desde hace 30 años.
El cambio se ha iniciado, pero no ha caído del cielo: unos cuantos presos debieron dar la batalla, y sostenerla en el tiempo.
El confinamiento en solitario se aplicará a los que se vean involucrados en hechos violentos en prisión
No más reclusiones automáticas
Fue un pequeño grupo de reclusos los que provocaron los cambios en California. Todd Ashker y Danny Troxell habían sido acusados de ser miembros activos de la Aryan Brotherhood (Hermandad Aria), una peligrosa mafia carcelaria, y recluidos en solitario indefinidamente en Pelican Bay. Ambos negaron pertenecer a dicho grupo, y en 2009 entablaron una demanda judicial contra el gobernador estatal por lo que entendieron era un atropello de sus derechos, y comenzaron una serie de acciones que fueron replicadas por otros presos.
Bajo el régimen de confinamiento solitario indefinido, la autoridad penitenciaria podía hacer que el recluso permaneciera seis años en el SHU, al cabo de los cuales se revisaba su caso, y si se encontraba alguna mínima evidencia de que el reo presuntamente continuaba su militancia activa en la pandilla –¿es eso posible tras seis años sin ver a nadie?–, se prorrogaba su estancia allí por otros seis años, y así, hasta el día de la trompeta final.
Las presiones llegaron a la oficina del gobernador en Sacramento desde las cárceles, en forma de una huelga de hambre de miles de reclusos y de la mencionada demanda contra el estado, para que erradicara la figura del confinamiento solitario sin fecha de término por pertenencia a una pandilla. Y recién el pasado 1 de septiembre hubo un resultado. Ese día, ambas partes suscribieron una Declaración de Acuerdo en la que se conviene que California no enviará automáticamente al SHU a un convicto solo por pertenecer a una banda, sino porque haya sido encontrado culpable, en una audiencia, de crímenes cometidos en la prisión (asesinato, disturbios, destrucción de la propiedad, acoso sexual, extorsión, etc., a saber, los mismos comportamientos por los que se envía allí a los reclusos que no militan en pandilla alguna.
Además, a partir de ahora, los reos no serán internados en el SHU indefinidamente, sino que, transcurrido un tiempo limitado, se les aplicará un protocolo de dos años de paulatina reinserción en el resto de la población penal. Durante ese período tendrán acceso a llamadas telefónicas, salidas de la celda, contactos con otras personas y otro grupo de prerrogativas.
Tras una demanda judicial y una huelga de hambre de miles de reclusos, se ha llegado a un acuerdo que reduce los motivos de confinamiento
¿Centro de rehabilitación… o zoológico?
Un punto de interés en el acuerdo californiano es la necesaria variación de las condiciones del SHU, que serán menos restrictivas que las actuales y que facilitarán que el prisionero pueda moverse y ver más que las cuatro paredes de su celda.
Las circunstancias de esos sitios de reclusión, como han estado concebidas hasta ahora, han sido verdaderamente deshumanizantes. Un ejemplo de la paranoia carcelaria estadounidense puede verse no en California, sino en Colorado, en ADX Florence, una prisión de máxima seguridad (“supermax”, en el argot local). Según un reportaje del Boston Globe, cada uno de los 400 prisioneros de ADX pasa 23 horas diarias en celdas de concreto de 2 X 4 metros, a las que entra la luz natural por el pequeño refilón de una ventana. Otro agujero, esta vez a nivel del suelo, en una de las dos puertas metálicas que le separan del pasillo del penal, sirve para pasarle la comida. El único contacto humano esporádico es con los guardias, encargados de colocarle esposas y grilletes si se precisa sacarlo en algún momento de la celda.
Bajo este sistema, el recluso sale de su celda solo una hora diaria para caminar en soledad.
“No pude ver jamás una montaña, aunque sabía que estaban cerca”, narra Thomas Silverstein, que pasó 30 años en confinamiento solitario en ADX, y que describe sus escasos momentos de “recreación” como estar metido en una piscina sin agua, en la que solo se podía dar 10 pasos, “sin ver un solo árbol, ni un trozo de césped, ni ninguna señal de la naturaleza”. “Quienes diseñaron este lugar –añade una monitora de prisiones de Human Rights Watch–, hicieron poco esfuerzo para dotarlo de algo más de lo que provee un zoológico: refugio, comida y agua”.
Amnistía Internacional calcula que en todo el país, hasta 2014, había 25.000 reclusos en esas condiciones, por lo que tanto este grupo como HRW y otras asociaciones de derechos humanos están familiarizados con las quejas. En la californiana Pelican Bay, por ejemplo, AI registró el caso de un preso que, sin contacto humano por 16 años, se dedicó a criar una rana, lo cual le servía como terapia de socialización. Sin embargo, cuando decidió participar en la huelga de hambre iniciada por Ashker y Troxell en 2011, los guardias, en represalia, se la arrebataron, lo cual le ocasionó un severo impacto psicológico.
Hasta 2014 había en EE.UU. unos 25.000 presos en condiciones de aislamiento
Sí: hay consecuencias. En su reporte de 2011, el Relator Especial de la ONU sobre la Tortura, el argentino Juan Méndez –que nunca ha obtenido permiso de Washington para visitar las cárceles norteamericanas–, enumera varias secuelas del confinamiento solitario, que son irreversibles cuando el condenado lleva más de 15 días en esa situación, entre ellas las distorsiones cognitivas, la tendencia a la autoagresión y la dificultad para reintegrarse, tanto en el resto de la población penal como, una vez libre, en la sociedad.
Los guardias de prisiones, descontentos
No todos, sin embargo, están felices con esta adecuación del sistema. No lo está la California Correctional Peace Officers Association, el sindicato que representa a los guardias de prisiones. Para ellos, la decisión de “abandonar políticas probadas en la reducción de la violencia carcelaria es profundamente preocupante”. Alegan que el Acuerdo olvida lo sucedido en las décadas de 1970 y 1980, cuando las penitenciarías estaban sobresaturadas y colapsadas por la violencia, por lo que se aplicaron medidas –el SHU entre ellas, evidentemente– que incidieron en el descenso de esos niveles de conflictividad penal.
“Esta Declaración exacerbará –avisan– el pandillerismo y la violencia carcelaria que amenaza la seguridad de nuestras instituciones, e incrementará los riesgos tanto del personal como de los reclusos”. La experiencia, no obstante, es que de los 1.100 presos en el SHU que ya han sido reintegrados al régimen general tras el cambio de estrategia del gobierno local, pocos han vuelto a reincidir.
La percepción, tan culturalmente arraigada en EE.UU., de que la justicia universal debe ser restaurada al estilo del “ojo por ojo, diente por diente”, se demuestra así poco acertada. El almacenamiento de un ser humano, como si fuera un objeto en un estante, deja entrever muy poca intención de rehabilitarlo –la razón de ser de un sistema penitenciario civilizado–, y sí mucho de una cultura de la venganza. Si es esa la razón que mueve a un individuo violento, puede ser entendible, pero si es el Estado el que ejecuta tamaña represalia contra uno de sus ciudadanos y cierra los ojos a otras vías menos lesivas de corregirlo, entonces hay un gran problema.
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Notas
[1]El afroamericano Albert Woodfox ha estado en confinamiento solitario en el penal de Angola, Louisiana, por 43 años. En 1972 se le acusó de haber participado, junto a otros dos miembros de los Panteras Negras, en el asesinato de un guardia de prisión. En junio de 2015 un juez ordenó su excarcelación; sin embargo, esta ha sido aplazada.