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Elogio y rechazo del Talión

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

El filósofo José Antonio Marina propone un pacto ético social como alternativa a la tentación de la vía rápida del Talión a la hora de intentar enfrentarse a problemas como el terrorismo (ABC, Madrid, 6-I-95).

(…) Kant enunció como gran principio moral lo que pomposamente llamó «imperativo categórico»: «Obra de tal manera que tu norma de conducta pueda ser norma universal de conducta».

La ley del Talión dice lo mismo a redropelo: «Voy a tomar tu modo de actuar como norma de conducta». Es decir, te hago caso. Me has convencido. Me convierto en secuaz tuyo. Te pago en la misma moneda. Tú eliges las reglas del juego. Pero, ¡ay!, cuando vemos nuestra conducta reflejada en el espejo de los demás no la reconocemos. Nuestros actos son nuestros, y tenemos con ellos una complicidad benevolente. El acto que resulta criminal cometido por otro, ejecutado por mí es excusable o incluso heroico.

(…) Para la ley del Talión, quien a hierro mata, que a hierro muera. Quien no respeta, que no sea respetado. Una pregunta ronda hoy por muchas cabezas: quien comienza la dialéctica de la violencia, ¿tiene derecho a esperar algo más que violencia? Adelanto mi respuesta: no, no tiene ningún derecho. (…)

Los derechos no son cosas, sino proyectos mancomunados. Se mantienen mientras los mantenemos, mientras los mantenemos nos mantienen. En la Naturaleza no hay derechos, sólo hay fuerzas físicas y biológicas. Ni el asteroide que se desintegra, ni el pez chico que es comido por el grande, pueden argüir derechos. Los derechos son una exclusiva humana que la inteligencia introduce en el universo como flores vulnerables y rarísimas. (…)

Cada persona tiene derechos gracias al apoyo de los demás seres humanos. La reciprocidad mantiene la estructura moral. Esto nos convierte en deudores mutuos. El «deber» no es otra cosa que la deuda contraída con los demás por su ayuda en mantener mis derechos. Quien se niega a cumplir sus deberes, o quien actúa criminalmente, se sale de ese entramado protector de la dignidad. Y debe saber que está a la intemperie, que ha vuelto voluntariamente a la selva. Por esta razón, el criminal no puede reclamar ningún derecho: se ha excluido de su régimen.

¿Es ésta la última palabra?

No. Los comprometidos en la creación del orbe ético, los que resisten el vértigo de la revancha, la tentación del abandono, los empeñados en mantener el vuelo de la especie humana, alejándola de su posibilidad reptante, saben que la afirmación de la dignidad ha de ser absoluta, y trabajan por cobijar bajo los derechos incluso a quienes los han violentado. (…)

Todo esto viene a cuento de la actual polémica sobre posibles actividades delictivas del Gobierno en su lucha antiterrorista, de la que se saca una doble enseñanza. Una, para los terroristas. Otra, para todos. Los terroristas deben comprender la lógica del Talión. La violencia que repugna a los demás es sólo un reflejo de su propia violencia. Si proclaman una dialéctica de guerra, deben saber que la guerra es perversa, altera toda lógica ética, es un mal integral de cuyo contagio es difícil librarse.

La segunda enseñanza es para todos. Hay dos tipos de Estado: el selvático y el ético. Cada figura corresponde a una de las posibilidades humanas arquetípicas: la órbita de la Naturaleza y la órbita de la dignidad. ¿En qué Estado queremos vivir? Nadie inteligente puede querer un Estado selvático. Es, sin embargo, una tentación permanente, porque ofrece un espejismo: soluciones rápidas y fáciles. Por desgracia, la ética, como todas las grandes creaciones, es poderosa pero lenta. A pesar de ello, es la gran solucionadora. Ésa es su misión. Es la obra de la inteligencia aplicada a resolver los graves problemas del vivir.

(…) Por encima de la política, de la historia, de las ideologías, todos tenemos que elaborar, transmitir, crear, exigir un pacto ético constituyente, que defina el nivel de dignidad en que queremos vivir. Pero con el rigor del compromiso, no con la blandenguería de la cháchara. Hemos de hacerlo los filósofos, los políticos, los periodistas, los artistas, el hombre de la calle. Hay que hablarlo en todas partes, enseñarlo en las escuelas, vigilar su aplicación, restaurar los prestigios, usar sabiamente del elogio y del desprecio. Si no conseguimos esa suprema novedad, que nadie se extrañe de la proliferación de desmanes. Habrá vencido la lógica de la selva.

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