El cambio en las costumbres, para prevenir el sida

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Lo «políticamente correcto» es sostener que hay que aceptar a una cultura tal como es. Yolan LaPorte, vicepresidente de Ogilvy Public Relations Worldwide, no está de acuerdo: cuando la cultura de un pueblo acepta la promiscuidad sexual que contribuye a propagar el sida, hay que esforzarse en cambiarla (International Herald Tribune, 4 mayo 2004).

Cuenta LaPorte que hace poco realizó una gira por el África subsahariana, en calidad de asesor de los organismos anti-sida norteamericanos. En su periplo pudo comprobar «la gran difusión del sida y la aceptación de conductas que contribuyen a propagarla». Allí el sida tiene su caldo de cultivo en «actitudes culturales que entrañan peligro de muerte».

Ahora comienza a haber esperanzas para los africanos seropositivos -casi 27 millones, según se cree-, gracias a los programas para administrar fármacos antirretrovirales a precios asequibles. Pero con eso sólo se logrará alargar la vida de los ya infectados, no detener la propagación del virus. Por tanto, «hay que reforzar la prevención, y eso sólo se conseguirá con un cambio de ciertos comportamientos que con demasiada frecuencia se justifican en nombre de la cultura». Por ejemplo, en esos países, para los hombres es «norma cultural» tener varias esposas y queridas, así como acudir a prostitutas. En muchos lugares, contraer una enfermedad de transmisión sexual se considera un «rito de iniciación», y en general, la continencia no se tiene por modelo de conducta. «El resultado de adherirse a estas normas culturales es devastador», anota LaPorte. Por tanto, «el argumento de que ‘nuestra cultura es así’ no se puede sostener».

El cambio cultural tiene que venir desde dentro, pues tratar de imponerlo desde fuera causaría resentimiento o aun reacciones violentas. Pero eso no significa que debamos resignarnos a distribuir antirretrovirales y esperar que haya suerte. Los programas contra el sida deben incluir medidas educativas para «cambiar actitudes y costumbres que son culturalmente aceptadas pero peligrosas». La experiencia en otros casos, dice LaPorte, muestra que se puede influir en las conductas: se ha logrado reducir el tabaquismo y extender el uso del cinturón de seguridad, persuadiendo a la gente de que es bueno para la salud y la integridad física. ¿Por qué sería imposible convencer, por la misma razón, de abandonar prácticas sexuales que entrañan riesgo para la vida?

Además, no hay otra solución, concluye LaPorte. «Puesto que los medicamentos antirretrovirales no curan, y no se ve cuándo se podrá encontrar una vacuna eficaz, debemos contribuir a cambiar actitudes. Cambiar una cultura que frívolamente admite conductas sexuales peligrosas es la única manera de salvar vidas».

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