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La ONU se replantea la cooperación internacional

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En los últimos 30 años los países en desarrollo se han beneficiado de la ayuda de países más ricos, con la que se han difundido tecnologías fundamentales, desde nuevos procesos industriales hasta vacunas para niños o semillas para la «revolución verde»: se ha conseguido así que la esperanza de vida media haya aumentado de 46 a 63 años, la tasa de alfabetización de adultos haya pasado del 46% al 69% y la mortalidad infantil se haya reducido a la mitad. Sin embargo, el Informe de 1994 sobre el Desarrollo Humano -elaborado para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo- advierte que los éxitos se han repartido hasta ahora de modo muy desigual, y propone nuevas maneras de evitar el desequilibrio.

El informe indica que abundan los favoritismos en el reparto de la ayuda: el 40% más rico del mundo en desarrollo recibe el doble de la ayuda por habitante que el 40% más pobre. También se dice que, como promedio, los países con mayor gasto militar reciben una ayuda por habitante dos veces y media superior a la del grupo de países con menos gasto militar.

Para remediar la situación propone, por un lado, orientar la ayuda oficial al desarrollo hacia objetivos de desarrollo mundial y no hacia países. Por otro, aconseja fomentar el comercio internacional entre los países industrializados y los que están en desarrollo, pues «la ayuda externa a los países en desarrollo en 1992 ascendió a un total de 60.000 millones de dólares, mientras que ese mismo año la corriente de capital privado hacia el Sur ascendió a 102.000 millones de dólares (en comparación con sólo 5.000 millones de dólares en 1970). Pero casi tres cuartas partes de esos capitales van a sólo diez países, que son, en orden descendente: China, México, Malasia, Argentina, Tailandia, Indonesia, Brasil, Nigeria, Venezuela y la República de Corea. Sólo un 6% se destina al África al sur del Sahara y sólo el 2% a los países menos adelantados».

El aumento del comercio resultaría de todos modos insuficiente, si se considera que, en concepto de deuda, «los países en desarrollo pagaron en 1992 160.000 millones de dólares, un importe más de dos veces y media superior a la ayuda oficial al desarrollo y superior en 60.000 millones de dólares a la corriente financiera privada».

De ahí que el informe sugiera nuevas maneras de ayuda al desarrollo. Por ejemplo, propone que los países ricos paguen por la destrucción de armas nucleares, la lucha contra las enfermedades contagiosas, la eliminación de los estupefacientes y el mejoramiento del medio ambiente mundial.

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