Alemania se plantea contar más con las energías renovables, pero el aumento de costes se notará en la factura eléctrica
Cuando el pasado 9 de agosto la Agencia Belga de Control Nuclear ordenó detener el funcionamiento de dos reactores, tras detectar “posibles fisuras” en sus vasijas de contención, un portavoz de la Comisión Europea expresó que era necesario ordenar nuevos tests de seguridad a las centrales nucleares en todo el bloque comunitario.
En la UE existen 147 instalaciones de este tipo, y el fantasma del desastre del reactor de Fukushima, ocurrido el año pasado, hace que las alarmas se disparen a la mínima señal; que se clame por mayor seguridad, o que algunos tomen decisiones apresuradas, como adelantar los plazos del cierre de sus plantas atómicas.
Este ha sido el caso de Alemania. En Berlín, nada más saberse de la catástrofe en la costa nipona, la canciller federal Angela Merkel ordenó apagar ocho de las 17 centrales nucleares, algunas de ellas de la década de 1970. A juzgar por las aprensiones del gobierno, tal pareciera que el próximo batacazo nuclear pudiera ocurrir en ese país.
La decisión germana ha estado matizada por la contradicción. Fue el mismo gabinete de Merkel el que, en septiembre de 2010, aprobó la extensión en 12 años de la vida operativa de varias centrales, mediante una ley que hizo pasar por el Parlamento y que abrogó la anterior legislación del gobierno socialdemócrata-verde (1998-2005), de ir apagándolas paulatinamente hasta 2025.
Así, han pesado más los contras que los pros. La energía nuclear, si bien no produce gases de efecto invernadero, encuentra fuertes argumentos contrarios en el delicado tema de la gestión de los residuos (periódicamente los ecologistas suelen manifestarse duramente contra la llegada de estos a la instalación de Gorleben, al noreste del país) y en la nunca descartada posibilidad de un accidente.
Parece entonces que ha llegado el turno para que las fuentes renovables entren en tromba en el panorama energético del país germano, donde ya hoy aportan el 20% de la electricidad (en 2020 deberán entregar el 35%). Un artículo de The Economist apunta que el plan del gobierno, enfilado a cubrir la demanda local con menos dependencia del átomo y sin descuidar los objetivos medioambientales europeos (reducción del 20% de los gases contaminantes para 2020) requerirá vencer un reto fundamental: organizar y coordinar el variopinto cóctel de instalaciones generadoras —eólicas, solares, de biomasa, etcétera—, en un sistema que provea electricidad de forma confiable y a precios asequibles.
El Reino Unido quiere construir dos nuevas centrales nucleares, pero hace falta encontrar inversores
“Plante el generador y pase por caja”
Al presente, la ley alemana sobre energías renovables otorga, a cualquiera que coloque un generador solar o eólico, la facultad de vender el excedente energético al sistema eléctrico y recibir una generosa retribución en la tarifa, garantizada por 20 años. Ello, según The Economist, está beneficiando mucho más a las renovables que a las formas tradicionales de producción de electricidad. No es de extrañar, pues, que el empleo de dichas fuentes haya crecido en Alemania 10 veces más que en el promedio de los países de la OCDE.
Sin embargo, las energías alternativas o “verdes” deben vencer algunos obstáculos prácticos. Uno es la necesidad de instalar o mejorar 8.300 kilómetros de líneas de transmisión eléctrica, sin incluir las conexiones a los campos eólicos ubicados en el mar. El coste de esta y de otras medidas (la construcción de generadores eólicos, paneles fotovoltaicos y plantas de biomasa, su emplazamiento en áreas rurales extensas, más el mantenimiento técnico necesario a las antiguas centrales de carbón y gas, por los eventuales fallos del nuevo sistema) está en el orden de los 20.000 millones de euros, una cifra que suena bastante abultada en un contexto de crisis europea en el que la propia Alemania receta austeridad.
Otro problema está relacionado con la estabilidad del suministro. Preocupan los cortes eléctricos motivados por la inestabilidad de los factores climáticos –“el problema con el viento es que hay días en que representa cero por ciento de la producción alemana de electricidad y otros en lo que produce más de lo necesario”, comenta un ejecutivo de la empresa energética RWE–, pues pueden interrumpir el funcionamiento de fábricas enteras si el apagón dura siquiera fracciones de segundo.
No obstante, los que bailan con la más fea en esta historia son, por supuesto, los consumidores. No los grandes consumidores, blindados por tarifas compensatorias, sino los de a pie. Según el Instituto de Tecnologías de Karlsruhe, los precios de la electricidad se incrementarán en un 70% para el año 2025.
La fórmula es tristemente sencilla: por ley, las grandes empresas distribuidoras están obligadas a comprar toda la electricidad que los productores de renovables inyectan en el sistema, haya o no demanda real. Esto les puede generar pérdidas, y por supuesto, no se las quedan ellas: las transfieren a la factura eléctrica de los hogares. Así, lo que debiera resultar en beneficio común (energía limpia, barata y abundante) termina volviéndose un problema para el eslabón más débil de la cadena.
Japón ha desconectado casi todos sus reactores nucleares, y ha tenido que producir electricidad con gas y carbón importado
En busca del know how
Otros que han potenciado con fuerte acento el uso de las renovables son los británicos (la energía verde constituye el 6,7% del paquete energético total, y el deseo es que sean el 30% en 2020). Sin embargo, no por ello, al contrario de los alemanes, echan al gavetero sus centrales nucleares. Todo lo contrario: planean construir otras.
La generación eléctrica mediante el átomo es el 18% de la energía en Gran Bretaña. Según datos del Departamento de Energía y Cambio Climático, ello ayuda a reducir entre un 7% y un 14% las emisiones locales de dióxido de carbono, lo que es, per se, una fuerte razón para mantener los reactores y favorecer la edificación de nuevas plantas, que deberán asegurar una potencia de 16 gigavatios para 2025.
Sin embargo, no hay empresas nacionales que posean el know how suficiente para emprender la tarea (el último reactor británico se erigió en 1995). Así que compañías de otros sitios han obtenido el visto bueno para poner manos a la obra, unas “obras” que, además de ser muy caras, suelen tardar no menos de diez años entre colocar la primera piedra y poner en funcionamiento el reactor.
Entre las compañías a las que Londres ha confiado la labor está EDF-Energy, filial local de la francesa EDF, que instalará dos reactores en las centrales de Hinkley Point y Sizewell (la política es, según se observa, aprovechar emplazamientos nucleares ya existentes). Asimismo, NuGeneration, consorcio de la francesa GDF SUEZ y la española Iberdrola, ha revelado su intención de crear nuevas capacidades en la central de Moorside.
Con tecnología china
Por su parte, y para no perderse su trozo del pastel, empresas chinas están considerando invertir 35.000 millones de libras en la construcción de reactores en territorio británico. Consorcios reunidos en la Corporación Nuclear Nacional de China y la Corporación de Energía Nuclear de Guangdong estarían pugnando entre ellos por las acciones de un proyecto nombrado Horizon Nuclear Power, destinado a levantar dos plantas cerca de Bristol, y del que las alemanas E.On y RWE decidieron retirarse en marzo, no sin provocar el enojo del gobierno de conservadores y liberal-demócratas.
La ganancia que significa para el gigante asiático la construcción de estos reactores radica, además de en la retribución económica, en poder mostrar sus credenciales como exportador fiable de tecnología nuclear. Para Londres, en tanto, la década que puede demorar la puesta a punto de nuevas capacidades no es un problema, pues estarán listas antes de que haya que clausurar la mayor parte de los reactores existentes, un paso programado para 2023, y podrán integrarse en el paquete energético nacional como complemento a unas energías renovables que todavía en ese momento no serán mucho más del 30%.
Y EDF duplicó los costos…
Ahora bien, el coste de las nuevas inversiones en la energía nuclear será —como en el caso alemán respecto a las renovables— pagado por los hogares. Un análisis del New York Times dice que los 7. 500 millones de libras con que se levantará cada nueva central de EDF (inicialmente costaban poco más de la mitad) no son recuperables para los inversores si se mantienen los actuales precios.
Quizás por ello el gobierno británico está estudiando algunos mecanismos para compensar con sumas adicionales a las plantas nucleares en caso de que desciendan los precios de la electricidad. Analistas estiman que podrán pagarse hasta 100 libras por megavatio-hora (MWh), más del doble del precio actual, lo que presumiblemente saldrá del bolsillo de los contribuyentes, a los que Londres había garantizado que no habría subsidios públicos para la energía nuclear.
Aun así, se mantenga o no la promesa, es posible que ni las mencionadas 100 libras basten: el director ejecutivo de EDF, Vincent de Rivaz, aseguró el 13 de agosto que el precio demandado por su empresa “no sería superior” a las 140 libras por MWh, lo cual casi triplica las actuales 50 libras por MW (una familia promedio consume anualmente 4 MWh).
El propio De Rivaz había dicho en 2008 que solicitarían 45 libras por MWh, “pero han cambiado muchas cosas: son cuatro años, y es la inflación, el costo de las materias primas, el acero, el concreto…”.
Con estos números al alza, algunos expertos se preguntan si no será mejor dejar de lado este “renacimiento nuclear” y echar mano, a un precio menor que la enorme cifra esgrimida por EDF, a las fuentes tradicionales mientras se da tiempo a que las renovables levanten vuelo. Pero la política oficial es firme: “La energía nuclear –señala la web de Energía y Cambio Climático– es baja en emisiones de carbono, asequible y segura, e incrementa la diversidad del suministro energético”. No hay marcha atrás.
Solo habrá que preguntarse si los futuros beneficiarios estarán en condiciones de pagar la factura…
Japón desconecta
¿Se puede pasar de casi un 30% de electricidad de origen nuclear a plantearse el “cero nuclear” en pocos años? Este es uno de los escenarios posibles en Japón, donde el sentimiento antinuclear se ha agudizado a raíz del accidente en la central de Fukushima en marzo de 2011.
Los 54 reactores nucleares que existían entonces en el país fueron desconectándose para someterlos a revisión, hasta el punto de que el pasado mayo y junio el archipiélago estuvo totalmente privado de energía de origen nuclear. Después se ha permitido la conexión de dos reactores en el centro del país, para evitar apagones en verano, cuando la demanda eléctrica es mayor.
En este último año la producción nuclear ha sido sustituida por la de gas y carbón importado, con el consiguiente déficit comercial y aumento de las emisiones de efecto invernadero. Cara al futuro, Japón mira a las energías renovables, para las que ha fijado un sistema de primas realmente generoso. Ya antes Japón fue un pionero en la energía solar, y actualmente es el tercer país del mundo por potencia instalada. Pero hay expertos que advierten que unas primas tan altas pueden generar una burbuja especulativa como la que se vivió en España e Italia en este sector.
Por el momento, las autoridades estudian tres escenarios posibles para la energía nuclear de ahora al 2030: uno sería reducir un poco su parte en la electricidad producida, que pasaría a estar entre el 20% y el 25%; el segundo supondría bajar su parte al 15%; y el tercero exigiría abandonar por completo la energía nuclear.
¿Puede permitirse eso la tercera economía del mundo? Un grupo de expertos comisionados por el gobierno había anunciado anteriormente que el escenario “cero nuclear” reduciría el PIB entre el 1,2% y el 7,6% de ahora a 2030. Sin embargo, el ministro de industria, Yukio Edano, declaró en una rueda de prensa el pasado 7 de agosto que Japón podría prescindir completamente de la energía nuclear a partir de 2030, sin que eso perjudicase la economía del país.