China: economía de mercado sin libre competencia política

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El PC chino afronta un cambio generacional en su próximo congreso
Ha transcurrido casi un cuarto de siglo desde que Deng Xiaoping lanzara en China la reforma económica, con sus correspondientes secuelas sociales. Se puso así en marcha un sistema de economía mixta, con fuerte presencia del sector privado y de la inversión exterior, que ha logrado un sostenido crecimiento económico, mientras permanecen las estructuras políticas. Sin embargo, cambios como el reciente ingreso de China en la Organización Mundial de Comercio (noviembre de 2001) y la progresiva aparición de una clase media plantean incógnitas sobre la continuidad del sistema político. Son cuestiones que estarán presentes en el XVI congreso del partido comunista chino, que, según se acaba de anunciar, se celebrará a partir del 8 de noviembre.

En el congreso está planteado un cambio generacional, por el que Jiang Zemin, de 76 años, presidente de la República y secretario general del partido, sería previsiblemente sustituido por el ahora Vicepresidente Hu Jintao, primero en la secretaría general, y el año próximo en la presidencia de la República. Sin embargo, en las últimas semanas ha habido insistentes rumores sobre la intención de Jiang Zemin de mantenerse al frente del partido.

Pero, aparte del relevo generacional, no cabe esperar, grandes reformas políticas, aunque los líderes chinos empleen con frecuencia el término «democracia». Tal y como ha sucedido en otros regímenes autoritarios, la democracia como gobierno del pueblo no equivale a la alternancia política sino al liderazgo del PCCh, creador de la actual República Popular China. Un buen líder comunista, en opinión de Hu Jintao, es un buen pragmático, pues «es capaz de tomar decisiones justas en los momentos críticos». Por lo demás, el todavía líder Jiang Zemin nunca ha dejado de hacer enérgicos llamamientos a resistir a la influencia del sistema multipartidista occidental.

Empresarios en el partido

En julio de 2001 una de las decisiones más llamativas del PCCh fue abrir a los empresarios las puertas del Partido. La lealtad al Partido y la propiedad de los medios de producción no se presentan ahora como algo incompatible. En realidad, la medida no es tan espectacular, si tenemos en cuenta que sólo se está oficializando una situación de hecho. Una buena parte de esos empresarios «comunistas» son antiguos burócratas reconvertidos y militantes desde hace más de una década.

Según un informe de la Academia China de Ciencias Sociales, publicado el pasado enero, casi el 20% de los empresarios son miembros del partido, y cabe prever que las afiliaciones continuarán en el futuro, teniendo en cuenta las ventajas sociales de la militancia. De un total de 64 millones de afiliados al PCCh, 113. 000 son empresarios, según fuentes del partido. En 1999, los propietarios de empresas de más de 8 trabajadores representaban el 0,6% de la población activa, y los de menos de 8 trabajadores suponían un 4,2%.

Jiang Zemin

El PCCh reescribe así su propia identidad y ya no aparece como el clásico partido leninista de obreros, campesinos e intelectuales. Es significativo que en el pasado año desde instancias oficiales del PCCh se invitara a especialistas extranjeros en ciencias políticas a participar en seminarios y conferencias en China para dar sus consejos sobre el futuro del país. Paralelamente, desde medios académicos oficiales parece haberse fomentado visitas de trabajo a países del antiguo bloque soviético para estudiar la experiencia de los partidos comunistas reconvertidos en socialdemócratas. ¿Seguirá China las experiencias húngara, polaca o checa? La mayor parte de los líderes chinos no pone en duda la necesidad de reformas políticas, siempre que estén supeditadas a la consolidación del poder del Partido, por mucho que algún día cambie la etiqueta de «comunista» por la de «socialista». De ningún modo se pretendería seguir el ejemplo de los ex comunistas húngaros, cuyas reformas les llevaron a permanecer cuatro años en la oposición. Lo cierto es que el PCCh está tan obsesionado con las reformas como con su permanencia en el poder.

La aparición de una clase media

El pensamiento de Mao y la teoría de Deng Xiaoping, que han sido los pilares tradicionales del comunismo chino, no parecen ya suficientes para dar cuenta de la sociedad china contemporánea. Por eso, el presidente Jiang Zemin, quiere completar las bases teóricas del partido con una nueva teoría política, conocida como las Tres Representaciones. Según estas ideas, el PCCh debería representar los intereses no solo de campesinos, obreros e intelectuales, sino también de la creciente clase media, empresarios y trabajadores de cuello blanco.

El Partido trata de presentar un discurso más en términos de gestión que en términos de poder, y, en consecuencia, subraya la necesidad de atraer a otros sectores sociales: empresarios privados, directivos, técnicos especializados y otros trabajadores cualificados que forman parte de la realidad social de la nueva China.

El citado informe de la Academia China de las Ciencias Sociales, presidida por Li Tienying, miembro del Buró político, reconocía que el elevado ritmo de crecimiento de estos nuevos sectores se traduce en la aparición de una clase media, si bien este término no es utilizado en los textos oficiales y se prefiere la referencia eufemística a «quienes tienen altos ingresos». Estos «estratos medios» chinos -con unos ingresos de al menos 3.000 dólares anuales- se cifran en unos 110 millones de personas, lo que supone casi la mitad de la población urbana empleada. Long Yongtu, uno de los negociadores chinos en el proceso de ingreso en la OMC, pronostica que en los próximos diez años habrá entre 400 y 500 millones de chinos con ingresos medios.

Apertura del mercado chino

Esto implicaría que el mercado chino sería potencialmente mayor que el de Estados Unidos. La entrada en la OMC favorecerá esta circunstancia al abrir al exterior los mercados chinos (a título de ejemplo, las entidades bancarias extranjeras podrán abrir libremente sucursales en China a partir de 2005). Sin embargo, quienes vaticinan un cierto desorden social por la llegada de campesinos a las zonas urbanas y el subempleo que esto puede generar, son de la opinión de que las clases medias solo crecerán en 100 millones.

No pocos analistas subrayan que la emergencia de una clase media supone una amenaza para el PCCh, que la propiedad de una vivienda y un automóvil abren inexorablemente el camino al cambio político. Recordemos que el automóvil privado estaba prohibido en tiempos de Mao y hasta hace unos quince años era la bicicleta el medio de transporte más extendido. China, sin embargo, está entrando en la era del automóvil y si en 2001 las ventas de vehículos se situaron entre 2 y 3 millones, en 2010 podrían ascender a 5 millones. Lo cierto es que en los últimos seis años la red china de carreteras ha pasado de 3.000 a 20.000 km.

Mercado sin pluralismo político

Estos indicadores económicos sirven para la reflexión acerca del futuro. Ramón Tamames, en su reciente libro China 2001: del aislamiento a superpotencia mundial (Alianza Editorial, Madrid, 2001), recurre al conocido ejemplo de la España de los años 60, cuando las reformas económicas fueron punto de partida para el cambio político. Pero el cálculo de las autoridades chinas es de otra índole: es el Partido, en esa concepción historicista que tiene el marxismo, el que debe asumir la misión histórico-mesiánica de dirigir el cambio. Si surge una clase media, ésta deberá situarse intramuros del PCCh, para que identifique así sus intereses con los del Partido.

El resultado de esta visión desemboca en el pragmatismo. Una clase media nunca se sentirá identificada con rigideces leninistas, tanto en lo económico como en lo político; pero preferirá el orden a la anarquía surgida de un vacío de poder. La clase media suele amar, ante todo, la estabilidad. Por lo demás, la deriva hacia un autoritarismo nacionalista en lo político, aunque se mantenga la etiqueta del socialismo, no es incompatible con la economía de mercado. Singapur, Corea del Sur o Taiwan pueden ilustrarlo con sus ejemplos, aunque la democracia haya ganado terreno en los últimos años en esos países.

El pronóstico de que China seguirá por la senda del pragmatismo lo ilustran los propios sucesos de la plaza Tiennamen en 1989. Otro régimen habría desmantelado las reformas económicas y endurecido su línea política; en cambio, la década de los 90 ha supuesto en China una profundización en la economía de mercado. Sin ir más lejos, la propiedad privada mereció en 1998 la correspondiente consagración constitucional, y las grandes ciudades (Pekín, Shanghai, Shenzhen) han continuando beneficiándose de la inversión extranjera. Esto explica el continuo crecimiento en ellas de los trabajadores del sector de servicios frente a los de la industria y los de la construcción.

Huir del campo a la ciudad

Elevar a China a la categoría de gran potencia implica la reducción del conjunto de población campesina y el progresivo predominio de la urbana. La movilidad entre el campo y la ciudad estaba limitada desde finales de los 50 por la existencia del huku (pasaporte interior), instaurado por Mao durante el catastrófico experimento de industrialización forzosa de El Gran Salto Adelante. El régimen del huku, desmantelado gradualmente a partir del 1 de octubre de 2001, produjo en la sociedad china una rigidez estamental, pues el campesino estaba destinado desde su nacimiento a vivir y trabajar en el campo. Este sistema ahondaba el abismo entre los habitantes del campo y los de la ciudad, pues la población urbana se beneficiaba de subvenciones en el precio de los cereales, de la vivienda, de los seguros médicos o de la educación. Pero en los últimos años se estima que unos 150 millones han emigrado del campo a la ciudad y a las zonas industriales de la costa en busca de empleo y nuevas oportunidades. Aunque a la larga el propósito de las autoridades va encaminado a la urbanización del campo, como medio de frenar una masiva emigración a las ciudades

No es difícil prever que la liberalización económica derivada del ingreso de China en la OMC será uno de los factores que contribuirán a aumentar la población excedente agraria. Las pequeñas e ineficientes granjas chinas no podrán competir con los productos agrícolas más baratos que entrarán en el mercado chino tras el ingreso en la OMC.

Por lo demás, los obreros de las zonas minero-siderúrgicas del noreste del país también se ven afectados por la crisis y las reformas. Desde que el gobierno empezó a reorganizar las empresas públicas deficitarias, millones de obreros han perdido su empleo. La propia Academia China de Ciencias Sociales reconocía en un informe que estos obreros de empresas en reconversión experimentan un sentimiento de degradación de su estatuto laboral, y se consideran víctimas de una injusticia. El impago de salarios atrasados y los despidos provocan manifestaciones y protestas.

Ética y religiones bajo control

Los dirigentes comunistas chinos nunca han ocultado su preocupación ante una serie de secuelas sociales asociadas a las transformaciones económicas: corrupción, aumento de la criminalidad, difusión de la mentalidad de conseguir ganancias fáciles al margen de criterios éticos… El filósofo Ci Jinwei, profesor en las universidades de Hong Kong y Stanford, ha indagado en las raíces del triunfo en China de actitudes hedonistas y utilitaristas en De la utopía al hedonismo. Dialéctica de la revolución china (Bellaterra, Barcelona, 2002). El autor considera totalmente superado el ascetismo ligado a la revolución comunista; la utopía maoísta habría sido reemplazada por un hedonismo teñido de nihilismo. El pragmatismo ha dejado vacía de contenido a la retórica marxista-leninista oficialmente en vigor. El PCCh sobrevive porque es el garante de la estabilidad en el país y está convencido de su permanencia en función de los éxitos económicos y la ausencia de alternativas políticas.

Pero en el discurso oficial se percibe cierta preocupación ante la crisis de valores éticos. Recordemos que en su intervención ante el XV Congreso del Partido (septiembre de 1997), Jiang Zemin hacía referencia a la «civilización espiritual china» y alababa el esfuerzo, la ética profesional, las virtudes familiares, la buena educación y en general todos aquellos valores que forman parte de la tradición china. En cualquier caso, todos esos valores aparecen supeditados al patriotismo -el régimen ha acentuado el «nacional-comunismo» maoísta- y a la fidelidad al poder estatal. En política exterior el poder alberga el deseo de ajustar cuentas con la Historia. Se quiere clausurar definitivamente el ciclo de decadencia y humillaciones iniciado al final de la «guerra del opio» (1842) y detenido con el triunfo de Mao en 1949. Como en siglos pasados, China sería una de las grandes potencias mundiales y detentaría un poder hegemónico en Asia. Pero ningún ambicioso objetivo de política exterior se logra sin cierta cohesión social interna.

La ética confuciana y las religiones pueden ser un adecuado instrumento para la cohesión social. Un destacado dirigente comunista, Pan Yue, ha inspirado una reciente conferencia gubernamental en torno a las religiones. La conclusión fue que no debe perseguirse de forma indiscriminada a los fieles que tengan un papel social constructivo, que constituyan grupos de solidaridad caritativos y defiendan la ética frente a la corrupción. Se ha rehabilitado la virtud confuciana, tan perseguida por el maoísmo, pero, como esto no es suficiente, habrá que «subcontratar» con las religiones la educación moral. Por tanto, política de mano tendida a las comunidades religiosas, que cuentan con alrededor de 100 millones creyentes; sin embargo, esto no excluye una represión selectiva contra quienes se sitúen fuera del control del partido.

Antonio R. Rubio

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