Durante más de un siglo, la economía global midió el progreso ignorando la base física de la vida: los ecosistemas. Esta omisión, resumida en la tiranía del producto interno bruto (PIB), generó una ilusión de prosperidad mientras se erosionaba silenciosamente el capital natural del planeta. Sin embargo, lo que antes se percibía como un límite o un costo, hoy se revela como una oportunidad de inversión estratégica.
El concepto de capital natural emerge no solo como brújula ética, sino como un activo económico esencial. Gobiernos, empresas y bancos comienzan a reconocer que la biodiversidad, los suelos fértiles, el agua limpia y los ecosistemas saludables son la base de la competitividad futura. La transición hacia métricas que integren la naturaleza en la contabilidad no significa frenar el desarrollo, sino asegurar retornos sostenibles, reducir riesgos financieros y abrir nuevos mercados. La narrativa cambia: la naturaleza ya no es una externalidad, sino el activo no transable más valioso de la humanidad. Y su gestión responsable no es un obstáculo, sino la condición para que la inversión productiva sea rentable y resiliente en el largo plazo.
El fracaso del PIB y la necesidad de nuevas métricas
El diagnóstico más influyente provino del profesor emérito de Cambridge Sir Partha Dasgupta, en su histórico informe The Economics of Biodiversity: The Dasgupta Review (2021). Su crítica al PIB es contundente: esta métrica mide flujos de ingreso, pero ignora la depreciación de los activos que los generan. Dasgupta lo explica con una analogía devastadora: una familia puede mostrar altos ingresos, pero si provienen de vender sus propiedades, en realidad se está empobreciendo.
A escala nacional, cuando un país tala sus bosques primarios o agota sus pesquerías, el PIB puede crecer en el corto plazo, pero el capital natural se desploma. “La teoría económica, si se aplica correctamente, nos indica que la contabilidad de la riqueza es el camino”, advierte Dasgupta. Su conclusión es clara: el crecimiento del PIB ha sido, en gran medida, una ilusión de progreso financiada con la liquidación acelerada de la dote natural del planeta.
“La idea de crecimiento indefinido gracias a la innovación ignora que generar ideas requiere recursos materiales: laboratorios, datos, materias primas” (Partha Dasgupta)
La Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) lo resumió en 2022 con una sentencia que resuena en los mercados: “El PIB ignora la depreciación del capital natural. Europa necesita indicadores que reflejen la verdadera riqueza de sus ecosistemas”. Para los inversionistas, este cambio de paradigma es crucial. Medir riqueza en lugar de solo ingresos permite identificar riesgos ocultos y oportunidades de inversión en sectores que regeneran, en lugar de agotar, la base natural.
El mito del “rescate tecnológico” y la economía real
Dasgupta introduce una segunda advertencia: la fe ciega en la innovación tecnológica como tabla de salvación. Si bien la tecnología es vital para la eficiencia, no puede sustituir indefinidamente la base material de la vida. “La idea de crecimiento indefinido gracias a la innovación ignora que generar ideas requiere recursos materiales: laboratorios, datos, materias primas. A largo plazo, no existe ‘rescate tecnológico’ que elimine la necesidad de un sustrato físico”, señala.
Para los mercados, esto significa que la inversión en capital natural no es filantropía, sino aseguramiento de la base productiva. Sin agua limpia, no hay agroindustria; sin suelos fértiles, no hay exportaciones agrícolas; sin biodiversidad, no hay resiliencia frente a plagas ni innovación biotecnológica. La conclusión es clara: la sostenibilidad no es un costo, sino un activo estratégico.
Cómo valorar la naturaleza: precios sombra y valor social
En su libro más reciente, On Natural Capital: The Value of the World Around Us (2025), Dasgupta profundiza en cómo asignar valor a la naturaleza. “El mercado se equivocó, porque muchos de estos bienes naturales no tienen precio”, afirma. Su propuesta es utilizar precios sombra o precios contables, que reflejen el valor social de los servicios ecosistémicos, aunque no exista un mercado formal para ellos.
El economista explica que la atmósfera, al ser gratuita, ha incentivado la emisión excesiva de carbono. Si se cobrara un precio suficientemente alto por emitir, las emisiones se reducirían de inmediato. De la misma forma, sugiere compensar a países con bosques tropicales por no deforestar, un mecanismo que ya se explora a través de la Tropical Forest Finance Facility. También plantea la creación de una institución internacional paralela al Banco Mundial y al FMI para gestionar los océanos, un recurso de acceso libre que hoy no se contabiliza de manera precisa.
Este enfoque abre un campo fértil para la innovación financiera. Los precios sombra permiten a los inversionistas identificar sectores donde la sostenibilidad genera valor real, desde la agricultura regenerativa hasta la bioeconomía, pasando por la energía renovable y la gestión de recursos hídricos.
La institucionalización del capital natural
La valoración del capital natural ha comenzado a institucionalizarse en dos frentes: el macroeconómico, centrado en la contabilidad nacional y la política pública, y el microeconómico, enfocado en el reporting corporativo y la inversión privada.
En el plano global, la ONU ha dado un paso decisivo con el Sistema de Contabilidad Ambiental y Económica de los Ecosistemas (SEEA), que busca incluir el valor de bosques, humedales y océanos en los balances nacionales. Más de 50 países ya lo aplican de forma piloto. Este cambio implica que los gobiernos podrán mostrar a inversionistas internacionales no solo su PIB, sino también la salud de sus activos naturales, lo que se traduce en mayor confianza y acceso a financiamiento verde.
En Europa, la Comisión Europea ha sido explícita. “La naturaleza es nuestra economía. Sin suelos fértiles, agua limpia y biodiversidad, no hay crecimiento sostenible posible”, afirmó el comisario de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevičius. El Reino Unido, pionero en esta materia, incorporó en su Environment Act 2021 la obligación legal de valorar los activos naturales en la toma de decisiones públicas. Este paso eleva el capital natural de una consideración ética a un activo estratégico obligatorio, enviando una señal clara a los mercados: la sostenibilidad será parte estructural de la competitividad.
América Latina enfrenta la llamada “paradoja de la abundancia”: es una de las regiones más ricas en recursos naturales, pero históricamente no los ha contabilizado como activos estratégicos. Sin embargo, hay avances. Colombia ha desarrollado cuentas de biodiversidad y agua; Chile creó en 2022 el Comité de Capital Natural (CCN) para asesorar al gobierno en políticas de largo plazo.
El consultor chileno Pablo T. Silva Jordán, especialista en recursos hídricos de Formation Environmental, subraya que “la mayor dificultad de la región no es la falta de conciencia, sino la urgencia por desarrollar capacidades técnicas y metodologías adaptadas a la idiosincrasia de los ecosistemas locales”. Esto implica armonizar métricas globales como las de la ONU y la TNFD con la realidad biológica de la Amazonía, los Andes o la Patagonia, y movilizar inversión de manera eficiente y justa.
El gran desafío microeconómico: estandarización corporativa
El verdadero cuello de botella para movilizar capital privado a gran escala se encuentra en el nivel empresarial. ¿Cómo pueden las empresas medir y divulgar sus riesgos, dependencias e impactos sobre la naturaleza de forma estandarizada y comparable?
La respuesta institucional más importante es la Taskforce on Nature-related Financial Disclosures (TNFD), lanzada en 2021. Su marco metodológico LEAP (Localizar, Evaluar, Preparar, Actuar) guía a las empresas en la identificación y divulgación de riesgos y oportunidades relacionados con la naturaleza.
En este contexto, Dasgupta insiste en que los reguladores y supervisores deben ir más allá de la retórica. En On Natural Capital sostiene que las divulgaciones obligatorias son esenciales porque aportan información que falta en los precios de mercado. Como explica, los consumidores suelen inferir la calidad de un producto a partir de su precio, pero como la naturaleza no está incluida en los modelos de precios actuales, estos no reflejan su verdadero valor. En otras palabras, no existe forma de que los consumidores sepan el coste que un producto determinado puede tener para el mundo natural.
Reconocer a la naturaleza como activo principal no significa frenar la economía, sino abrir la puerta a inversiones más inteligentes y competitivas
Por eso, Dasgupta anima a los reguladores a pasar tiempo con ecólogos y científicos ambientales para comprender mejor las divulgaciones e informes que revisan. “Necesitan entender por qué inspeccionan lo que inspeccionan, porque es importante… debe haber un diálogo, en lugar de limitarse a cumplir instrucciones”, señala. Este enfoque conecta directamente con la necesidad de estandarización corporativa: no se trata solo de cumplir con un checklist, sino de generar información útil para orientar inversiones hacia modelos productivos sostenibles.
Obstáculos y resistencias: ideología, competitividad y cultura
El avance del capital natural encuentra resistencias en múltiples frentes. En el plano ideológico, persiste el temor a la “mercantilización” de la naturaleza. Sectores académicos y movimientos sociales objetan que traducir un bosque o un río a una cifra monetaria es reducir su valor intrínseco y espiritual a un simple precio de mercado. Dasgupta responde a esta crítica señalando que no se trata de ponerle un precio de mercado a la naturaleza, sino de reconocer su valor social mediante precios sombra que orienten las decisiones económicas.
En el plano económico, las industrias de alto impacto temen perder competitividad si se ven obligadas a internalizar costos ambientales que antes eran externalidades. La transición exige inversiones iniciales significativas y un cambio de procesos que no todos los actores están dispuestos a asumir.
Hacia la riqueza del mañana
El capital natural no es una mera herramienta contable; es la base de un nuevo modelo de desarrollo productivo que obliga a replantear la relación entre Estado, mercado y sociedad. Reconocer a la naturaleza como activo principal no significa frenar la economía, sino abrir la puerta a inversiones más inteligentes, resilientes y competitivas.
La verdadera prosperidad dependerá de la resiliencia de los ecosistemas, no de la velocidad del PIB. La brújula conceptual de Partha Dasgupta —medir la riqueza y no solo el ingreso— debe guiar este cambio. Como él mismo afirma, “la naturaleza está infravalorada… y no se puede seguir extrayendo de ella indefinidamente”. Para inversionistas, la conclusión es clara: el capital natural es el activo estratégico del siglo XXI. Quien lo entienda y lo incorpore en sus decisiones no solo contribuirá a la sostenibilidad del planeta, sino que asegurará retornos sólidos en un mercado cada vez más exigente y consciente.
Carlos Rubilar Camurri
Asesor en Comunicación Estratégica en Asuntos Hídricos y Sostenibilidad