Oriente busca la prosperidad sin bajar el listón ético

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Los países emergentes del Este asiático defienden su propio modelo de desarrollo: capitalista pero con alma oriental. Y multiplican las llamadas a preservar sus valores tradicionales, que describen como opuestos al individualismo occidental. A la vista de los problemas sociales que padece el Occidente rico, cabe preguntarse si los «valores asiáticos» encierran alguna enseñanza para las sociedades del Oeste. Esto es lo que se plantea el periodista australiano William West en este artículo.
«Nuestras instituciones y nuestras políticas están para sostener nuestro fuerte crecimiento económico. Pero si perdemos nuestros valores tradicionales, el vigor de nuestras familias y nuestra cohesión social, perderemos nuestra vibración y decaeremos. Este es el factor intangible del éxito económico de Asia oriental» (Goh Chok Tong, primer ministro de Singapur).

Aunque todavía es poco frecuente oír a un jefe de gobierno hablar de moral, las declaraciones de Goh Chok Tong son una muestra de que se está descubriendo que la virtud a la antigua usanza reporta beneficios económicos.

Contabilidad y ética

No hace mucho, The Economist (8-X-94) detallaba los resultados de una serie de estudios internacionales para comparar el rendimiento académico de los estudiantes de distintos países. Los chicos surcoreanos superan a los de varias naciones occidentales, entre ellas Estados Unidos y Gran Bretaña. The Economist comentaba: «Los chicos de otros países asiáticos lo harían igual de bien, según muchos expertos en educación; en su opinión, la disciplina y el esfuerzo personales están entre las razones principales del superior rendimiento de los alumnos asiáticos».

Además de las materias académicas, los estudiantes coreanos deben dominar dos libros de texto sobre valores morales; en la enseñanza secundaria tienen que hacer un curso de «Ética nacional». En otros países asiáticos se imparten asignaturas similares. Por ejemplo, en Taiwán los niños tienen una clase semanal de «Educación moral»; en Singapur y Hong Kong se enseñan disciplinas semejantes (ver servicio 143/94). Un informe basado en 700 entrevistas a colegiales de Singapur señalaba que el valor más importante para ellos era la «piedad filial», seguida de la honestidad, la responsabilidad y el autodominio.

The Economist añade: «En el informe final de una conferencia organizada por la UNESCO el año pasado en Kuala Lumpur, se hizo constar que ‘en todas partes se observa’ un creciente interés por la educación moral. Los nuevos países industrializados quieren los beneficios de la prosperidad occidental sin lo que consideran males concomitantes de la moralidad occidental».

Los valores asiáticos se reflejan no sólo en el rendimiento académico de los chicos, sino también en otros muchos indicadores sociales, como la proporción de madres solteras y la tasa de divorcios. En Japón, por ejemplo, pese a que se extiende la opulencia de estilo occidental, los divorcios están aproximadamente al mismo nivel que en Estados Unidos hacia 1920. ¿Por qué?

Las claves del éxito asiático

Una posible explicación es la que daba recientemente un destacado analista de la sociedad asiática, Tommy Koh, ex embajador de Singapur en Washington, en un artículo publicado en International Herald Tribune. Koh describía así los valores que apuntalan la fuerza de Asia: «En el Este asiático no creemos en el individualismo extremo que se practica en Occidente. Estamos de acuerdo en que todo individuo es importante. Sin embargo, el individuo no es un ser aislado, sino un miembro de una familia nuclear y de una familia extensa, de un vecindario, una comunidad, un pueblo y un Estado. En Asia oriental creemos que, en todo lo que decimos o hacemos, debemos tener en cuenta los intereses de otros».

El otro principio básico del éxito de Asia es, según Koh, la cohesión familiar. Los asiáticos no sólo se divorcian en proporción mucho menor que los occidentales; además, «por regla general no abandonan a los padres ancianos, y creen que la familia es el cimiento de la sociedad». Otros valores fundamentales mencionados por Koh son:

— Aprecio por la educación, reforzado por la ayuda de los padres en los estudios.

— Insistencia en el ahorro y la austeridad.

— La creencia de que trabajar duro es una virtud.

— Espíritu de cooperación en el trabajo, entre sindicatos y empresarios.

— Considerarse unos a otros como colaboradores y no como enemigos de clase.

— La conciencia de que Estado y particulares tienen cometidos distintos, y la resistencia a crear un Estado de bienestar.

— La convicción, en algunos países asiáticos, de que todo ciudadano ha de ser un administrador de la riqueza nacional. Por ejemplo, en Singapur más del 90% de la población vive en casa de su propiedad y el 50,5% poseen acciones (en cambio, en los países occidentales la proporción está en torno al 15%).

— La preocupación por que el gobierno «mantenga un ambiente general de moralidad en el que pueda educarse a los niños».

Aprender de los errores de Occidente

En muchos aspectos, esta lista parece un sumario de las enseñanzas morales tradicionales del mayor y más antiguo custodio de la moral en Occidente, la Iglesia católica. La Iglesia insiste en las virtudes tanto personales como sociales, el fortalecimiento de la familia, la solidaridad social, la participación de los trabajadores, el derecho a la propiedad de los medios de producción y el principio de subsidiariedad.

Comentando su propia lista, Koh señala: «En conjunto, estos valores forman un armazón que ha permitido a las sociedades del Este asiático alcanzar prosperidad económica, progreso, armonía en las relaciones entre los ciudadanos, y la ley y el orden. Durante generaciones, los asiáticos hemos aprendido de Occidente, y seguimos aprendiendo. Confío en que haya llegado el momento en que también Occidente esté dispuesto a aprender de Oriente».

Otro que está dispuesto a dar lecciones a Occidente es el primer ministro de Singapur. En un reciente discurso, Goh advirtió a los países occidentales que, para que sigan teniendo éxito, no les bastará aplicar una política económica adecuada. Igualmente importantes son los factores no económicos: conciencia social y nacional, sentido de responsabilidad y laboriosidad, valores morales firmes y unidad familiar.

«El tipo de sociedad que formamos determina cómo funcionamos -dijo Goh-. Tenemos una familia robusta, de estrechos vínculos. Disfrutamos hoy de pleno empleo y fuerte crecimiento económico, así como tasas bajas de divorcio, nacimientos ilegítimos y criminalidad. Se podría pensar que es inimaginable que entremos en decadencia, pero una sociedad puede descaminarse rápidamente».

Para ilustrar su afirmación, Goh menciona Estados Unidos y Gran Bretaña. Estos países, dice, se han transformado profundamente en los últimos treinta años. Hasta principios de los 60 eran «disciplinados, conservadores, y la familia era el pilar de su sociedad. Después, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña han experimentado un pronunciado ascenso del número de rupturas familiares, madres adolescentes, hijos ilegítimos, delincuentes juveniles, actos de vandalismo y crímenes violentos. En Gran Bretaña, uno de cada tres niños que nacen actualmente es hijo de madre soltera. Lo mismo ocurre en Estados Unidos».

Lecciones mutuas

¿Quiere esto decir que Occidente necesita reconvertir todos sus valores para adaptarlos al estilo asiático?

Hay terrenos en los que esto no es posible y ni siquiera deseable. Muchos aspectos de los regímenes autoritarios de algunos países del Sureste asiático repugnarían a los occidentales preocupados por los derechos humanos.

Pero esto no debería ser obstáculo para que países como Australia adopten muchos valores positivos que practican los asiáticos. En este contexto se podría decir que países como Australia están construidos sobre un cimiento de valores morales sólidos, de cuyos frutos está gozando una generación rebelde. El peligro para los países occidentales es que su vistosa fachada económica se derrumbe por efecto de la extendida crisis de valores personales y de la familia.

Ciertamente, esa es la opinión del primer ministro Goh y muchos de sus compatriotas, incluido su predecesor, Lee Kuan Yew. Y quizá no esté muy lejos de la verdad. Aunque los países asiáticos tienen mucho que aprender sobre derechos individuales, se puede sostener que los australianos tienen tanto o más que reaprender sobre valores personales. De hecho, quizá no sea exagerado decir que el futuro económico del país tal vez dependa de esto.

Así lo subrayaba la revista Time en una información titulada: «Una familia feliz y culturalmente superior». El artículo trataba de un libro recién publicado por el primer ministro de Malasia, Mahathir Mohamad, y el parlamentario japonés Shintaro Ishihara, con el título The Asia That Can Say No. Escriben los autores: «Asia tiene la posibilidad de crear una región cultural de grandeza histórica incomparable. Lo importante es que luchemos conscientemente por mantener nuestro sistema de valores».

En esencia, el mensaje de estos dos políticos es que hay que huir del modelo que ofrecen los países occidentales, por sus costumbres decadentes. En opinión de los autores, los países occidentales han emprendido un camino cuesta abajo sin retorno.

William West es director de la sección de Educación de Asian Business Review.
Su artículo apareció originalmente en la revista Perspective (diciembre 1994).


Singapur: hijos para la nación

El gobierno de Singapur es uno de los más activos propagandistas de los «valores asiáticos», centrados en la solidaridad y la cohesión familiar. Melinda Tankard tiene otra visión de la política oficial de ese país (Perspective, diciembre 1994).

El primer ministro de Singapur, Goh Chok Tong, dice que quiere fortalecer la familia y promover los «valores asiáticos tradicionales». Después de vivir en Singapur durante casi todo 1992 (antes, mi marido pasó allí muchos años), no puedo sino mostrarme un tanto escéptica.

Una de las principales medidas pro familia en Singapur es la discriminación contra las madres solteras pobres. El gobierno dice que permitir a tales mujeres que compren viviendas públicas en reventa «equivaldría a hacer que su situación pareciera respetable». Así, tendrán que adquirir esas viviendas por el doble de lo que cuestan en el mercado de reventa, y eso si obtienen permiso oficial.

Pero son pocas las mujeres de Singapur que optan deliberadamente por tener hijos sin casarse, como en desafiante declaración de independencia. Entre tres millones de habitantes, hay unas 1.200 madres solteras, y el número prácticamente no aumenta. En la mayoría de los casos, son mujeres abandonadas por sus compañeros y que han rehusado abortar. Penalizarlas difícilmente puede considerarse una medida pro familia. (Ante las numerosas críticas, el gobierno dice que también a los padres solteros se aplicará la misma regla, lo que seguiría siendo discriminatorio).

Para disuadir a la gente de procrear sin casarse, los hijos de madres solteras no tendrán derecho a asistencia médica pública. Esto supone una presión aún mayor para que aborten las madres solteras. (En Singapur el aborto es barato y fácil de obtener. Allí se aborta uno de cada cuatro niños). Estas medidas no refuerzan valores, sino prejuicios. Según el ministro de Información y Cultura, el general George Yoe, «los niños nacidos fuera del matrimonio deben ser vistos con desaprobación. Nunca se debe legitimar la ilegitimidad». El mensaje implícito del gobierno parece ser: mejor abortar que tener un hijo ilegítimo.

El gobierno de Singapur no desea la decadencia occidental con los males que la acompañan. Pero el consumismo y la ostentación de la riqueza están a la orden del día. El gobierno dice que sus campañas están dirigidas a «estimular a los diversos grupos cívicos, comunitarios y económicos a trabajar junto con el Estado para promover valores clave, como el respeto, amor, atención y preocupación de unos por otros, los deberes filiales, el compromiso y la responsabilidad». Pero esto, subraya, no debe ser a costa del crecimiento y la prosperidad económicos.

La familia como recurso productivo

Las familias de Singapur están sufriendo las consecuencias de ser consideradas como recursos productivos. A principios de 1994, Lee Kuan Yew hizo una reveladora declaración: «En toda medida social, nuestro objetivo es no el individuo, sino la familia… Por tanto, protegemos la unidad familiar porque es un importante salvavidas económico».

Las familias de dos sueldos son la norma en Singapur. En 1970, las mujeres constituían el 20,5% de la población activa. En 1990, la proporción había subido al 50,3%. En total, trabajan 200.000 mujeres casadas, aunque están desproporcionadamente presentes en los empleos de baja cualificación y reciben menos paga por el mismo trabajo. Hombres y mujeres trabajan muchas horas. Se ven forzados a recurrir a empleadas del hogar, a guarderías -donde las plazas son limitadas- y a los abuelos. Cuando yo estaba allí, algunos padres enviaban a sus hijos pequeños a Malasia, al otro lado de la frontera, para que los cuidaran, y sólo los veían cuando iban a visitarlos, una vez a la semana o incluso una vez al mes.

Las empleadas del hogar filipinas son quienes se hacen cargo de los niños en la mayor parte de los casos. Muchas de ellas dejan a los suyos propios en Filipinas con la esperanza -generalmente infundada- de ganar grandes sumas para enviar a casa. Pero ahora el gobierno dice a las mujeres de Singapur que deben dejar de depender de empleadas del hogar extranjeras, a las que achaca «consecuencias sociales indeseables». En el periódico Straits Times, oficialista, pude leer que era necesario afrontar el problema de las empleadas del hogar porque «Singapur no quiere ver más mujeres que abandonan un trabajo de dedicación completa para cuidar de parientes ancianos o niños pequeños, o -peor aún- que no tienen más que un hijo, en vez de los tres o cuatro que deberían tener».

Cuando la niñera hace de madre

La mujer de Singapur se enfrenta con un doloroso dilema. Debe seguir trabajando, pero no debe depender demasiado de una empleada del hogar. Debe tener tres o cuatro hijos, aunque lo más probable es que no sea ella la que vaya a atenderlos.

Muchas mujeres ven que sus hijos se distancian de ellas, y miran con resentimiento la íntima relación entre los niños y las empleadas del hogar. «¿Para qué tener otro niño, si mi hija sólo pregunta por su niñera y a mí no me quiere?», se preguntaba una mujer. Pero ¿cómo pueden las madres resistir las presiones sociales y políticas que se ejercen sobre ellas para que contribuyan a mantener en funcionamiento los engranajes de la industria y el desarrollo? Las mujeres -y los hombres- de Singapur no tienen, en realidad, elección. Todo juega en contra de que cuiden a sus propios hijos.

Irónicamente, la presión natalista del gobierno es consecuencia de su propio exceso de celo en la política de signo contrario que emprendió en los años 70. Aquella campaña para limitar a dos el número de hijos por familia ha llevado al país al envejecimiento de la población y a depender cada vez más de la mano de obra extranjera.

Resulta difícil no interpretar el nuevo ardor «pro familia» como una maniobra del gobierno, deseoso de pasar por ser el guardián de la familia y de los valores asiáticos, a la vez que no hace nada sustancial para evitar que las exigencias de la economía deterioren la calidad de la vida familiar. No hay que olvidar que éste es el mismo gobierno que no hace mucho penalizaba a los padres que tenían más de dos hijos. Pese a las ventajas fiscales y otros incentivos para los que ahora tienen más de dos hijos, la tasa de fertilidad ha bajado a 1,7. Quizá la propaganda oficial a favor del éxito económico ha anulado la propaganda a favor de los hijos, y el deseo de prosperidad ha sustituido al deseo de tener familia.

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