La otra modernidad de Extremo Oriente

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Apoyada en el éxito económico de la región, en Extremo Oriente está naciendo una forma de modernidad que se presenta como rival de la de Occidente. Philippe Pons, corresponsal de Le Monde en Tokio, analiza esta tendencia en dos artículos (2 y 3-XII-94), de los que recogemos algunos párrafos.

De Singapur a Kuala Lumpur, pasando por Tokio, Seúl o Pekín, se advierte una reivindicación de la identidad asiática, bajo formas diferentes, pero siempre como rechazo, explícito o no, de la hegemonía del modelo occidental. Este nuevo «asiatismo» no está estructurado en un proyecto político, no tiene ambiciones imperialistas ni se alimenta de fervor ideológico o religioso. Pero se refuerza cada vez más.

Varios factores dan una importancia potencial a este fenómeno: el peso económico de esta parte del mundo, la creciente potencia de Japón y las ambiciones chinas. Al mismo tiempo, el desarrollo de las clases medias (…) va acompañado de una creciente confianza de las élites en sí mismas. Convencidas de un agotamiento, o de un declive, del modelo occidental, reexaminan su patrimonio para sacar de él un mensaje de excelencia.

Las manipulaciones políticas de esta reivindicación de la identidad asiática -que sirven a menudo para justificar el autoritarismo- tienden a hacer poco caso de la heterogeneidad profunda de una región infinitamente más diversa que Europa por sus centros de civilización (India, China), su mosaico étnico y sus religiones. (…) Pero, más allá de las tesis sobre los valores asiáticos, a menudo fruto de simplificaciones y de amalgamas, estos países emergentes plantean la cuestión de la organización de sociedades modernas fundadas sobre equilibrios sociales diferentes.

Japón es el laboratorio donde se crea un pensamiento que pone en discusión la hegemonía cultural de Occidente. Subrayando los límites del universalismo del que Occidente sería portador, los pensadores forjan una concepción de la modernidad dispuesta a tomar el relevo de la nuestra.

(…) El eslogan de una parte de los oligarcas del periodo Meiji (segunda mitad del XIX), época de la entrada del Japón en la era industrial, revela la ambivalencia de la modernización del archipiélago: «técnica occidental, espíritu japonés». El Japón moderno no se ha desprendido nunca de esta concepción, según la cual la adopción de normas instrumentales de Occidente ha dejado intacto el espíritu japonés.

La ola de la llamada postmodernidad ha permitido a algunos intelectuales japoneses enlazar de nuevo con el tema de la superación de la modernidad occidental. El postmodernismo, que pone en discusión el racionalismo y rehabilita la subjetividad, encuentra en Japón una tierra prometida. (…) Finalmente, Japón tiene la clave -dicen- para superar el obsesionante modelo occidental: la singularidad nipona, confinada hasta ahora en su insularidad, se descubre portadora de un mensaje universal postmoderno por la síntesis y la superación del racionalismo occidental y del espiritualismo intuitivo del Oriente.

(…) Una de las líneas de fuerza del pensamiento japonés contemporáneo marca un retorno cultural del archipiélago a Asia, retorno ya realizado en buena parte en el plano económico. (…) Asia es una de esas nociones vagas forjada por los occidentales y que se inscribe en una visión eurocéntrica del mundo: desde el «centro», uno se encamina hacia el «Medio» y después al «Extremo» Oriente. Pero hoy, como consecuencia de una interdependencia económica creciente de estos países y de una idea de comunidad de destino frente a Occidente, reaparece un sentimiento de pertenencia a Asia.

«De ser un concepto vacío, Asia tiende a convertirse en un concepto lleno», dice Kazuo Ogura, embajador de Japón en Viena. «El espíritu tradicional de Asia debe ser reevaluado y ella debe ser capaz de proyectar sus valores universales del modo más amplio».

El discurso sobre el «universalismo» nipón coincide con la «internacionalización» del archipiélago: expresión comodín que significa una mayor apertura y ambición de Tokio para jugar un papel mundial a la altura de su poderío económico. Paralelamente, Japón cultiva una identidad supuestamente portadora de valores universales. Las grandes civilizaciones han dominado el mundo por su fuerza política, militar y económica, pero también por su mensaje civilizador. Japón ha percibido esta laguna en su poderío y trata de colmarla a fin de proyectarse al exterior de igual a igual con Occidente. El Centro de Investigaciones Internacionales sobre la cultura japonesa, creado por el ex primer ministro Nakasone en 1987 y dotado de fondos importantes, tiene por misión elucidar la identidad nipona y contribuir a su irradiación.

El mensaje civilizador nipón parece destinado a tener eco en una región en la que el anti-japonesismo de los años 60-70 ha perdido fuerza -a pesarde las crispaciones que suscitan periódicamente los estigmas del pasado- en razón del ascendiente de la cultura de masas japonesa. Junto a la americanización de la región, está en marcha su japonización: la cultura del archipiélago ejerce un dominiode hecho, especialmente por las imágenes (modas, videojuegos, karaoke).

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