Asia del Este reivindica el confucianismo

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Valores asiáticos frente a «decadencia» occidental
Taipei. Los «tigres asiáticos» ya no se conforman con arrebatar mercados a Occidente. Ahora le discuten también sus valores. Desde el próspero Singapur afirman que los días de la influencia occidental sobre Asia están contados. El régimen comunista chino rehabilita el confucianismo como corriente principal de su cultura. Y frente a las críticas occidentales sobre la falta de democracia en Asia, los líderes asiáticos reivindican un modo peculiar de construir la sociedad.

El tema de los «valores asiáticos» ha estado en el centro de periódicos debates tanto en EE.UU. como en el propio Este asiático. Se discute si representan o no una alternativa frente a un Occidente cuyas patologías sociales son cada vez más manifiestas. En realidad, la expresión «valores asiáticos» es vaga, ya que Asia no representa ninguna unidad. Por eso, cuando el debate se hace más preciso, se suele centrar en el confucianismo, que es el sustrato cultural que posee una mayor área geográfica de influencia. Además, los países representados por él gozan actualmente de un auge económico que algunos analistas atribuyen a una especie de «capitalismo confuciano».

De rémora a impulso

En su obra La religión china: confucianismo y taoísmo, escrito hace ya casi un siglo, Max Weber señaló que el confucianismo era tradicionalista, en el sentido de que prefería adaptarse al mundo en vez de transformarlo. Esto, decía, había inhibido el interés por las empresas productivas. La idea de que el confucianismo explicaba el atraso económico chino fue retomada por el partido comunista, sobre todo a principios de los años setenta, cuando arremetió a la vez contra Confucio y Lin Piao.

Después se han abierto paso nuevas interpretaciones. Una es la del profesor de Harvard Roderick MacFarquhar, quien señalaba a principios de los ochenta que el patrimonio cultural confuciano, basado en características como «la confianza en sí mismo, la cohesión social, la subordinación del individuo, la educación para la acción, la tradición burocrática y la moralidad son una potente combinación para impulsar el desarrollo». Una formulación más audaz de estas ideas se debe a otro académico de Harvard, Samuel Huntington. En un artículo publicado en Foreign Affairs (1), que se ha convertido en punto de referencia para la polémica, Huntington sostiene que la ola de revoluciones democráticas que ha habido a través del mundo empieza ya a perder fuerza; a partir de ahora, los principales conflictos en la arena política mundial reflejarán un choque de civilizaciones. Y el confucianismo será uno de los principales retos a la hegemonía ideológica occidental.

Otro intelectual que ha puesto gran énfasis en estas ideas es Tu Weiming, autor de La ética confuciana hoy: el reto de Singapur (1984), y director de la obra conjunta The Confucian World Observed (Hawai, 1994). En ellas intenta mostrar la relevancia del neo-confucianismo para el mundo contemporáneo, señalando cómo ayuda a consolidar los vínculos humanos.

La herencia confuciana

¿Qué herencia pretenden recoger estas interpretaciones del pensamiento del filósofo chino del siglo VI a.C.?

Confucio no fue un innovador, sino que pretendía transmitir las enseñanzas tradicionales sobre las virtudes familiares, el culto a los antepasados y el desarrollo de la naturaleza moral del hombre. Desde su punto de vista, el buen gobierno tenía mucho que ver con la ética, como queda reflejado en Las Analectas. Fue también un compilador, y de su trabajo salieron lo que se ha llamado los Cinco Libros Clásicos. Si bien fracasó como político, se vio rodeado de muchos discípulos, algunos famosos, como Mencio, y su pensamiento influyó mucho en la cultura china a través de la escuela que fundó.

El confucianismo tuvo una gran fuerza a finales de la dinastía Tang y la dinastía Sung (siglos IX a XII), en una nueva síntesis conocida en Occidente como neo-confucianismo. El filósofo que finalmente organizó esta escuela fue Chu Hsi (1130-1200), quien legó una visión de la ética centrada en la familia, a través del énfasis en las «cinco relaciones»: soberano-súbdito, padre-hijo, esposo-esposa, hermanos mayores-hermanos pequeños, y entre amigos. Al gobernante le correspondía ejercer un benevolente paternalismo, por medio de sus burócratas, los cuales serían seleccionados a través de un complejo sistema de exámenes. A la muerte de Chu Hsi, su síntesis cristalizó en rígida ortodoxia, y sus comentarios a los clásicos se convirtieron en el modelo de respuesta para los exámenes de ingreso en la Administración.

Al inicio de la época contemporánea, los detractores de este confucianismo le acusaron de haber creado una China inmóvil, que no supo reaccionar ante la entrada a saco de las potencias europeas tras las Guerras del Opio. Es interesante notar que, a principios del siglo XX, en el canto de cisne de la dinastía Chin, hubo nuevos intentos de revitalizar el confucianismo como posible solución a los males de China. Como reacción, cuando en 1912 se instauró la República, que rompió con toda la tradición, los vientos no fueron nada favorables a Confucio. Aquél fue el contexto en el que escribió Max Weber, y lo que él empezó a enterrar está resurgiendo hoy de sus cenizas.

Para entender esto conviene fijarse en una distinción -con ecos budistas- que tiempo atrás recogía la revista Time (14-VI-93): la herencia de Confucio ha consistido en una «Gran Tradición», que corresponde al sistema del mandarinato, y en una «Pequeña Tradición», una ética popular que acentúa el interés por la familia, la comunidad, la educación, el ahorro y el trabajo duro. Es esta última la que ha logrado permanecer hasta nuestros días. Pero el tiempo no ha pasado en balde tanto en Singapur, Hong Kong, Taiwán y ahora China, como en los otros lugares del llamado cinturón confuciano (Japón, Corea del Sur), por lo que cada lugar ofrece versiones diferentes de esta tradición común. Veamos sólo las áreas chinas.

Singapur alza la voz

El padre del moderno Singapur, Lee Kuan Yew, hasta hace pocos años primer ministro de su país y en la actualidad Senior Minister, sigue siendo el principal inspirador de una política de desarrollo presentada por un lado como un modelo de éxito, a la vez que agriamente criticada por otros en algunos puntos. Lee Kuan Yew no tiene pelos en la lengua para denostar los defectos del mundo occidental, mientras advierte a los regímenes autoritarios de Asia que escarmienten en cabeza ajena.

Entre sus últimas declaraciones, está lo que dijo el pasado febrero, con ocasión de la cena del Año Lunar Chino: «Los días de la influencia occidental sobre Asia están contados y pronto el Este hablará con el Oeste en pie de igualdad… La cuestión de si los valores asiáticos o los occidentales son los mejores no se clarificará mediante la discusión, sino a través de la transformación económica de Asia».

Lee Kuan Yew ha hecho escuela. Su sucesor, Goh Chok Tong, sigue sus mismos pasos (ver servicio 2/95), hasta el punto de que Singapur es el único país asiático que ha promovido explícitamente la enseñanza de valores confucianos en la escuela. Pero hay más discípulos. El ministro de Asuntos Exteriores, Kishore Mahbunani, una especie de Toynbee asiático, al decir de The Economist (22-IV-95), habla constantemente de la decadencia de Occidente, cuyos pro`lemas son «un exceso de democracia y una sobredosis de libertad; una obsesión por la realización personal, que ha llevado a la destrucción de la familia; una prensa todopoderosa, que ha derruido el respeto a las instituciones; y una política democrática que es incapaz de ofrecer las necesarias respuestas».

Un acomodaticio confucianismo en China

Después de satirizar durante años la figura de Confucio, el régimen comunista chino empezó poco a poco a recuperar su imagen, especialmente tras los continuos viajes de planificadores chinos a Singapur. The Economist (21-I-95), una de las revistas que más de cerca sigue el tema, señalaba que, tras la supresión del movimiento democrático de Tiananmen, tuvo lugar una gran celebración del nacimiento de Confucio (28 de septiembre). En ella el secretario general del PC chino hizo una sorprendente defensa del filósofo, y «oficializó» el confucianismo como una corriente principal dentro de la cultura china. Y, según confidencias de diplomáticos recogidas por Newsweek (22-V-95), Jiang Zemin, presidente chino y jefe del PC, ha creado recientemente un grupo de estudio de científicos sociales para resucitar el confucianismo como nueva ideología nacional.

Una valoración reciente de la situación del confucianismo en China puede verse en la revista China News Analysis (2). En ella se ponía al descubierto el do`le programa del régimen chino sobre el confucianismo, uno de puertas adentro y otro de puertas afuera.

Puertas adentro habría que ofrecer una visión marxista de Confucio, ya que su doctrina contiene tres aspectos válidos en cuanto ideología de Estado: moralidad, método dialéctico y materialismo, que representan una tradición necesaria para la modernización.

El confucianismo de puertas afuera, que se exhibe ante los extranjeros, trata de ofrecer una imagen de China en cuanto poder cultural fuerte. Así, algunos textos presentados en un congreso internacional sobre «El pensamiento de Confucio y el siglo XXI», que tuvo lugar en Shandong en agosto de 1994, hacían afirmaciones de este estilo: «Las teorías que identifican la modernización con Occidente ya no se sostienen. Quien va a quedar más en evidencia es el cristianismo, ya que no puede mantener la moralidad y los valores humanos contra la furiosa embestida de la ciencia. Sólo un humanismo no religioso como el confucianismo puede cohabitar armónicamente con la ciencia moderna».

La «pequeña tradición» en Taiwán

En cuanto país chino, Taiwán siempre ha considerado que el confucianismo está en la base de su sociedad. Incluso hace pocas décadas puso a Confucio en un lugar relevante del ceremonial público. Este culto civil se manifiesta en ceremonias que se celebran una vez al año en el templo que tiene dedicado en cada una de las ciudades importantes de la isla, culto presidido por el alcalde de la ciudad.

Pero la cultura confuciana también tiene sus detractores. Ya a principios de los años 80, el entonces disidente intelectual Bo Yang se hizo famoso por sus críticas radicales a la cultura china, traducidas al inglés en el volumen The Ugly Chinaman (1992). Allí señala que los males de la cultura china se deben en gran parte a la tradición confuciana, y a la falta de convicciones democráticas. El estilo arrogante y provocativo que ha utilizado le ha valido muchas críticas, a la vez que no poco prestigio (recientemente ha sido nombrado presidente de Amnesty International de Taiwán).

Ciertamente, en Taiwán, cuya economía se basa en pequeños negocios familiares, y en donde se valora enormemente la educación, aquella «pequeña tradición» de confucianismo ha estado y sigue estando claramente presente. Pero, más que un resurgir teórico del confucianismo, lo que está teniendo lugar es un cambio del respeto por la «jerarquía» hacia una forma asentada de democracia. El hecho es que Taiwán ha empezado a notar los aspectos negativos de la sociedad de consumo y del desarrollo rápido (delincuencia rampante, prostitución de menores y los inevitables pro`lemas ecológicos). Ante esto, de vez en cuando aparecen en la prensa apelaciones a la ética basada en los valores confucianos, o en cualquier credo que implante valores éticos en la sociedad. Por ejemplo, la enseñanza de la religión, antes prohibida en la escuela, ha empezado a abrirse camino en calidad de materia optativa.

Esas llamadas confucianas tienden, entre otras cosas, a crear armonía en las relaciones laborales. Por ejemplo, un editorial del Liberty Times, del último 1 de mayo, afirmaba: «Los factores clave que afectan al buen clima en los negocios incluyen la preparación de los trabajadores, los niveles de salarios y la interacción entre obreros y empresarios. Factores que muestran que obreros y patronos están en realidad en el mismo barco. De hecho, sólo a través de una armoniosa relación de ambas fuerzas, los inversores nacionales y extranjeros querrán poner capital en Taiwán; inversiones todas ellas necesarias para mantener la prosperidad de la isla y su bajo nivel de paro». La particularidad de estas palabras es que, dichas en Oriente, no son demagogia: la gente cree en ellas a su manera.

También ha habido nuevos intentos de presentar un confucianismo diferente que afronte los pro`lemas del siglo XXI. En esta línea, Huang Chun-chieh y Wu Kuangming, en un congreso sobre «El Taiwán de la postguerra» (Taipei, 1994), señalaban que el confucianismo en sus orígenes representaba una actitud democrática, en el sentido de gobierno enraizado en la gente (más que de confrontación entre poderes opuestos). A su juicio, el pro`lema es que estas bases siempre han sido manipuladas y orientadas hacia un confucianismo que ha favorecido el nepotismo, o la obediencia al Estado en perjuicio del individuo, o la formación de una tecnocracia autoritaria, como Singapur. Pero, en el fondo, para dichos autores es un misterio por qué siempre que se ha intentado restablecer el confucianismo primitivo se ha caído en una nueva corrupción del mismo. No obstante, y ¿cómo no?, confían en que su nueva aplicación será diferente, ya que se conocen los peligros, la democracia permite controlar mejor las posibles desviaciones, etc.

Desde Occidente, con arrogancia

La consideración del confucianismo como alternativa a Occidente (o, simplemente, como la única fórmula válida para los países asiáticos donde está implantado), ha provocado la respuesta de los analistas políticos occidentales. Frente a las declaraciones de líderes orientales, especialmente los de Singapur, que atribuyen a los «valores asiáticos» las razones de su éxito, diversas voces en la prensa occidental han reconocido méritos limitados al confucianismo. Pero advierten que hay muchas otras causas que explican el boom económico. En el fondo, la respuesta refleja un chauvinismo de signo contrario, por el que se admite implícitamente que Occidente siempre estará a la vanguardia del pensamiento, y que el confucianismo difícilmente podrá ofrecer alternativas.

La prueba sería que Occidente, para bien o para mal, sigue penetrando en las costumbres orientales. En ese sentido se expresa un editorial del International Herald Tribune (7-VII-94), al señalar: «Es peligroso mirar el pasado románticamente, con la intención de mejorar el futuro… Los teóricos de los valores confucianos están pro`ablemente dando una batalla para cubrir la retirada»; o el artículo de The Economist (21-I-95): «En los tiempos de cambios rápidos, la gente a menudo echa la mirada atrás. Mientras que el índice de divorcios y la delincuencia crece en Asia, y los votantes se vuelven menos sumisos, los padres y los gobernantes insisten en que lo antiguo y los caminos de la obediencia son los mejores. Tal vez, por eso, el confucianismo está de moda, porque el estilo de vida que prescribe está en declive».

Esta discusión parece un diálogo de sordos. La crítica oriental a la patología de la sociedad occidental es certera. Pero la respuesta de Occidente suele reflejar la mayor parte de las veces una cierta arrogancia, que señala los defectos en la argumentación o los puntos débiles de los propios países orientales; puntos a los que, a su vez, dichos países también hacen oídos sordos, o consideran sólo como pro`lemas de ajuste. Pero el debate aborda un pro`lema realmente serio para el futuro del Asia confuciana.

Asia es distintaLee Kuan Yew, ex primer ministro de Singapur, explicaba en declaraciones a Foreing Affairs la peculiaridad de las sociedades asiáticas. Reproducimos algunos párrafos.

Sobre la sociedad americana. En mi calidad de asiático oriental que contempla Estados Unidos, encuentro características atractivas y otras faltas de atractivo. Me gustan, por ejemplo, las relaciones libres, fáciles y abiertas entre las personas, independientemente de su estado, etnia o religión. Y sigo admirando las cosas que siempre he ad-mirado de Estados Unidos, como contra el sistema comunista: una cierta franqueza en el debate sobre lo que es bueno o malo para la sociedad, la responsabilidad de los funcionarios públicos, nada del secretismo y terror que forma parte integrante del Gobierno comunista.

Pero como sistema total encuentro partes que son totalmente inaceptables: las armas, las drogas, el crimen violento, la vagancia, el comportamiento incorrecto en público, en resumen, la ruptura de la sociedad civil. La expansión del derecho del individuo a comportarse como le apetezca a expensas de una sociedad ordenada. En Oriente, el objetivo principal consiste en contar con una sociedad bien ordenada, de forma que todo el mundo pueda disfrutar al máximo de sus libertades. Esta libertad sólo puede existir en un estado ordenado y no en un estado natural de controversia y anarquía (… ).

Sobre el modelo asiático. No creo que exista un modelo asiático como tal. Pero las sociedades asiáticas son distintas de las occidentales. La diferencia fundamental entre los conceptos occidentales de sociedad y gobierno y los asiáticos orientales (cuando digo Asia oriental me refiero a Corea, Japón, China, Vietnam, distinguiéndola del sureste asiático, que es una mezcla de chinos e indios, aunque la cultura india también destaca valores similares) radica en que las sociedades orientales creen que el individuo existe en el contexto de su familia. No es prístino y sepa-rado. La familia es parte de la gran familia, y luego están los amigos y el resto de la sociedad. El gobernante o el gobierno no intenta darle a una persona lo que la familia le da mejor (…).

La historia de China es la de las dinastías que han subido y han caído, la del auge y decadencia de las sociedades. Y a través de toda esa turbulencia, la familia, la gran familia, el clan, ha proporcionado una especie de tabla de salvación para el individuo. Las civilizaciones se han hundido, las dinastías se han visto barridas por hordas conquistadoras, pero esta tabla de salvación permite a la civilización seguir adelante y pasar a la siguiente fase.

José Eugenio Borao_________________________(1) «The Clash of the Civilizations», Foreing Affairs (verano de 1993).(2) China News Analysis (Taipei, noviembre de 1994).

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