Las injusticias en Kenia han surgido a plena luz

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Nairobi. Las protestas callejeras han sido suspendidas en Kenia por el momento. La oposición ha cambiado de estrategia, y se ha centrado en boicotear las empresas que son propiedad de aliados del presidente Kibaki. Entre ellas se incluye el diario más importante, dos compañías de autobuses y un banco donde tienen cuentas clientes de bajos ingresos. También cabe que algunos sindicatos llamen a la huelga a sus afiliados. El jefe de la oposición, Raila Odinga, y su partido ODM (Movimiento Democrático Naranja) quieren golpear donde duele el bolsillo y obligar al gobierno a emprender negociaciones serias o a dimitir.

A principios de la semana pasada, se reunió el Parlamento para que tomaran posesión los nuevos diputados, y elegir al presidente y vicepresidente de la Cámara. Los dos candidatos de la oposición ganaron por estrecho margen ambos puestos, lo que les da algunas ventajas.

Las elecciones presidenciales han sido descalificadas por el gobierno británico, la Unión Europea, EE.UU., la Comunidad de África del Este -de la que Kenia es uno de los miembros más importantes- y la Comisión de Derechos Humanos de Kenia, que descubrió que 360.000 votos no habían sido contados. Mientras va adelante la mediación internacional -se espera en Nairobi a Kofi Annan que, junto con Graça Machel, esposa de Nelson Mandela, y Benjamin Mkapa, ex presidente de Tanzania, tratarán de poner de acuerdo a los partidos enfrentados-, la UE está considerando seriamente aplicar sanciones económicas a Kenia.

La cifra oficial de desplazados por la violencia es de 250.000, pero hay muchos más que tienen urgente necesidad de comida, agua, cobijo, medicinas, jabón y ropa de cama. Unos 6.000 han pasado la frontera de Uganda, donde las autoridades locales tienen dificultades para atender a los refugiados, muchos de los cuales son mujeres con niños pequeños y viejos echados de sus granjas.

Los superpoblados arrabales de Nairobi se han convertido en sitios inseguros. Parte de ellos ha sido destruida, y chabolas y otras viviendas han sido incendiadas. Muchos de los habitantes de los barrios de chabolas han buscado refugio en parques públicos y en torno a iglesias.

El país parece volver a la normalidad, pero la tensión sigue. La oposición no se dará por satisfecha hasta que tenga lugar una elección no fraudulenta o hasta que Kibaki dimita.

Poderes absolutos del presidente

La cuestión es: ¿quién cederá primero? ¿El gobierno, apuntalado por su poderoso aparato de seguridad, o la oposición, apoyada por una oleada de jóvenes frustrados, hambrientos y desempleados? Las fuerzas de seguridad seguirán todavía en estado de alerta durante cierto tiempo.

El ODM de Odinga ha acusado a las fuerzas de seguridad de matanzas y derramamiento de sangre. La policía dice que ha actuado con contención. Las imágenes grabadas y los relatos de testigos cuentan otra historia.

Pero los poderes de las fuerzas de seguridad no son el único anacronismo de Kenia. Una de las principales causas de descontento es la Constitución actual, que fue aprobada con prisas para obtener la independencia en 1963. En noviembre de 2005, después de celebrar amplias consultas, un proyecto de nueva Constitución fue derrotado en un referéndum, que resultó ser un voto de desconfianza para el gobierno de Kibaki. Los que votaron en contra querían limitar los amplios y casi absolutos poderes del presidente; los que votaron a favor, entre ellos mucha gente de la región del presidente, querían que mantuviera sus poderes de tipo monárquico.

Esta original Constitución hace caso omiso de la separación y de los equilibrios entre los poderes del Estado, y así la gente siente que no hay justicia. De este modo la corrupción prospera, lo que añade más descontento y sufrimiento.

La imagen de Kenia como un país de reservas naturales, playas soleadas y cocoteros, una capital vibrante e industriosa, y unos campesinos amables, se ha hecho añicos por el momento. Pero el país puede recuperarse. Para los gobiernos occidentales, el país tiene importancia geoestratégica y económica.

Los recientes acontecimientos han mostrados a kenianos y extranjeros algo de lo que muchos no eran conscientes: un país con una gran brecha entre ricos y pobres; donde los sentimientos étnicos pueden inflamarse instantáneamente, y los vecinos matarse a sangre fría; con unas fuerzas del orden que pueden excederse; con políticos que están dispuestos a todo para mantenerse en el poder; y donde puede estallar una gran crisis humanitaria de la noche a la mañana.

Las cicatrices e injusticias de Kenia han surgido a plena luz del sol ecuatorial. La recuperación va a ser lenta y exigirá un duro trabajo y una acción positiva de los políticos, una vez que el país se ponga en pie otra vez.

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