La familia africana resiste la influencia occidental

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Entre las tradiciones y la modernidad
Muchos de los problemas causados por la desintegración familiar en Occidente son desconocidos en África. La familia africana sigue siendo sólida, pese a que en algunos ámbitos se siente ya el influjo del materialismo y el individualismo del exterior. A la vez, las tradiciones familiares de África tienen sus propios puntos débiles y en algunos casos necesitan aún encontrar un equilibrio con la modernidad.

Nairobi. Hamisi es un jardinero, originario de la costa, que tiene cinco hijos. Cuando su hermano, un pescador, se ahogó en el mar en medio de una tormenta monzónica, Hamisi se hizo cargo de sus tres hijos. Los vínculos de sangre siguen siendo extremadamente estrechos e irrompibles en África. Hay orfanatos, pero son una moderna innovación urbana y acogen a recién nacidos abandonados o a niños de la calle cuyas familias no pueden ser localizadas o que no tienen parientes vivos conocidos. En una sociedad en la que quienes tienen bajos ingresos carecen en la práctica de cualquier recurso a las prestaciones de la seguridad social y tampoco pueden beneficiarse de seguros, las instituciones tradicionales siguen acudiendo al rescate de los más necesitados, aunque ello suponga habitualmente un gran sacrificio para los tutores.

La familia africana es sólida porque está construida sobre el sacrificio y el sufrimiento compartido, el carácter sagrado de la vida y los lazos familiares. Nacimientos, matrimonios y defunciones son acontecimientos importantes en toda sociedad. Salvo en las áreas más desarrolladas, la circuncisión de los niños sigue practicándose con todo el ritual, la ceremonia y la solemnidad de siglos. La imposición de un nombre a un recién nacido no es arbitraria, sino que se ajusta a determinadas reglas. Añádase a todo esto en algunos casos la graduación y la salida al extranjero para cursar estudios, que constituyen nuevos y modernos «ritos de transición», de iniciación a la vida adulta, y puede comprenderse cómo en África una persona nace no sólo en el seno de una familia nuclear, sino en el de una comunidad, una tradición añeja, que en alguna medida forma parte del plan divino.

Condones sí, aspirinas no

Durante casi cincuenta años, África ha sido un objetivo predilecto de los promotores del control de natalidad. Las emisoras de radio difunden propaganda de planificación familiar que llega hasta el último rincón. Incluso los nómadas las sintonizan. Las clínicas de cualquier lugar tendrán cajas de condones, aunque probablemente les falten las aspirinas y las tabletas contra la malaria. Éstas han sido las condiciones de la ayuda donada por los países ricos. Hay mujeres que han sido esterilizadas, a menudo sin su consentimiento, después de haber dado a luz en un hospital; otras son víctimas de dispositivos anticonceptivos rechazados en los países donantes.

Una cierta mentalidad antinatalista se ha insinuado en algunos de los más instruidos, de modo que, en determinados ambientes, si una mujer tiene más de dos o tres hijos se expone a ser ridiculizada por compañeros de trabajo. Tampoco el ambiente laboral resulta siempre favorable a las madres que piensan en su familia. La mayoría de las mujeres de los centros urbanos que han hecho estudios trabajan, normalmente para complementar los modestos ingresos de sus esposos; en ocasiones, más por aburrimiento que por necesidad.

En 1953 el Comité Carpenter publicó en Kenia un informe sobre las condiciones de los trabajadores sin cualificación. La mayoría de las potencias coloniales adoptaron el mismo enfoque para los trabajadores varones, tanto si trabajaban en plantaciones como en factorías. Cerca del lugar de trabajo se construyeron casas de una sola habitación, a menudo conocidas como «cubículos», para el obrero, pero no para su familia. Dicho informe aseguraba, entre otras cosas, que «nunca habrá estabilidad de la mano de obra mientras los salarios no sean suficientes para mantener a un hombre y a su familia en el lugar de trabajo…». El plazo fijado para lograr ese objetivo fue de cinco años: hasta 1958.

Ya han pasado más de cincuenta y el proyecto sigue sin hacerse realidad. En otro lugar del informe, se afirma que «en aras de la estabilidad, un trabajador tiene que disponer de un hogar y no sólo de espacio para poner su cama». Pero pocos obreros, sean de plantilla o eventuales, frecuentemente casados y con familia, tienen lo que se consideraría un «hogar», en donde puedan vivir con su familia de manera digna. Esta separación de sus esposas y sus familias ha provocado infidelidad, promiscuidad, innumerables madres solteras, sida y amenazas a la unidad de la familia.

La familia urbana moderna

Tradicionalmente, a las mujeres africanas se les ha confiado la instrucción y la educación de los hijos. Los padres sólo intervendrán cuando surja una verdadera necesidad. Al atardecer, el marido saldrá con hombres de su edad, con aquéllos con los que fue circuncidado, y sólo irá a casa a dormir. En la actualidad, en lugar de beber cerveza tradicional en algún lugar de reunión al aire libre, los hombres se congregan en el bar, si pueden permitirse el gasto y si disponen de tiempo. En caso contrario, beberán el insano brebaje local, porque a un hombre se le mide por el rasero de cuánto puede «trasegar».

En la sociedad tradicional, una vez que un muchacho haya alcanzado la adolescencia será iniciado y, en cierto sentido, habrá «abandonado el hogar». Su punto de referencia y sus compañeros serán los de su edad hasta que se case e incluso después de haber contraído matrimonio. La figura del padre se difuminará lentamente.

En la vida urbana moderna, que todavía está cambiando, a medida que las prácticas tradicionales de iniciación van desapareciendo, un muchacho adolescente, incluso un joven veinteañero, permanece en casa y depende de su padre. Ahora da más problemas que alegrías y su padre no sabe cómo tratarlo. A medida que la madre pierde gradualmente su posición de autoridad, los adolescentes y los jóvenes quedan libres para integrarse con sus iguales y también para sucumbir a su presión. En el caso de familias ricas, los resultados suelen ser desastrosos. Pero incluso en tales casos, un hijo siempre es uno de la familia; jamás se ve rechazado.

Muchas parejas jóvenes se dan cuenta de que saben poco sobre cómo educar a los hijos, pero tienen verdadera ansia de aprender, y no sólo las esposas. Los libros que dan ideas sensatas sobre el tema son muy populares, y numerosas iglesias y algunas escuelas organizan actividades para padres a fin de dotarles de las habilidades e ideas necesarias y permitirles compartir sus experiencias.

Los huérfanos del sida

En África, la mujer es excepcionalmente fuerte. Innumerables madres sacan adelante una familia numerosa, mantienen un empleo, participan activamente en la vida social y de la comunidad, y suplen la ausencia del marido. En Nairobi, en las clases de alfabetización de adultos destinadas a personas que nunca fueron escolarizadas, es muy frecuente que asistan mujeres septuagenarias, mientras que muy pocos hombres lo hacen.

El sida se ha cobrado un precio terrible en varias partes del país, en especial, allí donde hay dinero rápido y fácil, como es el caso de los pescadores del lago Victoria, el de los camioneros que cubren largas rutas o el de los conductores de «matatu» (taxis públicos) que andan a la caza de clientes. Ello ha dejado miles de huérfanos, muchos de los cuales viven con sus abuelas. Recuerdo en especial a una llamada Felista (Felicitas). Vive en una chabola, para llegar a la cual uno tiene que saltar sobre cloacas al aire libre, situada en el suburbio llamado Kibera, que se hizo famoso por la película «El jardinero fiel». Felista tiene ochenta años y un fémur roto. Sus siete hijos han muerto. Cuida de doce nietos y dos bisnietos; cuando su salud se lo permite, vende hortalizas para mantener unida a su familia, y todavía logra contar chascarrillos y animar la conversación. Y su caso no es único.

Amenazas con poco apoyo

Las ideas y los movimientos que parecen amenazar a la institución familiar en el mundo occidental desarrollado tienen aquí poca o ninguna repercusión, o se les ve como aberraciones. Cosas como las reivindicaciones homosexuales, los matrimonios entre personas del mismo sexo, el derecho a abortar, los niños probeta, etc., no despiertan casi ningún apoyo. Al margen de sus debilidades personales, la mayoría de las personas saben instintivamente que la vida es sagrada, y que es Dios quien la da y la toma. Incluso si un hombre y una mujer conviven sin estar casados, debido al retraso en el pago de la dote, por ejemplo, saben que deben casarse ante Dios y ante la comunidad.

En el África tradicional el divorcio era una práctica muy restrictiva, ya que un hombre había pagado una dote por su novia y ésta había abandonado la casa de su padre y establecido un nuevo hogar con la familia de su esposo. El término «mujer» en kikuyu, «mundu wa nja», por ejemplo, significa «alguien de fuera». En semejante situación el divorcio era complicado.

Con el cambio gradual de las costumbres, el divorcio se ha extendido un poco más entre los sectores más educados y occidentalizados de la sociedad. Incluso así, el marido y la mujer no van a separarse porque no estén de acuerdo en algo o porque descubran que son «psicológicamente incompatibles». Las preparativos y negociaciones matrimoniales entre las dos familias son muy detallados, y el hombre y la mujer tienen tiempo de conocerse antes de casarse. El matrimonio apresurado es casi desconocido.

Sentido de interdependencia

La salvación de la familia africana puede estar en el fuerte sentido de interdependencia. Además, África ha sido evangelizada en fecha comparativamente reciente y el proceso sigue en curso. Muchas personas se toman su fe y sus consecuencias muy en serio, y esto incluye la educación de sus hijos. También para los musulmanes la familia es algo compacto y una fuente de fortaleza contra cualquier ataque exterior, incluidas muchas ideas contemporáneas que atacan a la vida o a la unidad de la familia.

La cultura crematística individualista ha llegado hasta aquí y aunque tiene sus efectos negativos, la familia extensa y sus tradiciones son más fuertes. La verdadera prueba llegará para las próximas generaciones. Pero como África sigue siendo una sociedad muy conservadora en asuntos de costumbres, vestido, comportamiento y respeto mutuo, hay buenas razones para creer que la familia, tal y como la conocemos, sobrevivirá y seguirá siendo fuerte.

Martyn Drakard___________________Ver también «Una sola cabeza no levanta el tejado»

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