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África: los planes de ajuste dan escasos frutos

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En un nuevo informe sobre el África subsahariana, el Banco Mundial sostiene que los planes de ajuste económico han dado frutos apreciables en los países -pocos- que realmente se han esforzado en ponerlos en práctica. Al mismo tiempo, el Banco reconoce que ha habido numerosos fallos, pero insiste en que es preciso aplicar sus recetas, aunque impliquen sacrificios.

Ante la ruina de los países africanos, el Banco Mundial prescribe curas dirigidas a implantar la ortodoxia económica: liberalizar los precios y el comercio, reducir el déficit presupuestario, suprimir subsidios, vender empresas públicas deficitarias. Estas medidas son impopulares, y los gobiernos se resisten a adoptarlas.

El Banco Mundial tenía pendiente evaluar los resultados reales del ajuste desde el año pasado, después de que un estudio de una ONG británica, Oxfam, y otro posterior, de un economista del propio Banco, concluyeran que los planes habían fracasado (ver servicio 65/93). Ahora el Banco ha preparado un informe detallado en que examina la situación en 29 países subsaharianos entre 1987 y 1991, y la compara con la del quinquenio anterior.

El informe plantea dos cuestiones: hasta qué punto se han aplicado las reformas y si ha habido mejoras económicas. Respecto a la primera, concluye que sólo seis países han cumplido los planes acordados: Ghana, Tanzania, Gambia, Burkina Faso, Nigeria (hasta que los abandonó en enero pasado) y Zimbabue. En todos ellos han aumentado la producción, las exportaciones, el ahorro y la renta por habitante. Pero ni siquiera en ellos las reformas han tenido un éxito indiscutible. En esas seis naciones han bajado las tasas de inversión, lo que es particularmente grave en África, donde las inversiones extranjeras directas son insignificantes (en 1993 representaron el 3% del total mundial).

A la vista de los resultados, The Economist (5-III-94) concluye, en un análisis del citado informe, que lo más que puede decirse es que, en los seis alumnos aventajados del Banco Mundial, la situación ha dejado de empeorar. Los demás países, donde persisten en gran medida las viejas políticas económicas, siguen teniendo los mismos problemas.

El semanario británico señala que los gobiernos africanos tienen gran parte de la culpa de los males, punto sobre el que el informe del Banco Mundial pasa de puntillas, para no irritar a los dirigentes cuya aquiescencia debe ganarse. África podría, como hicieron los dragones asiáticos, aprovechar el bajo costo de su mano de obra para impulsar el desarrollo. Pero los inversores extranjeros no acuden, disuadidos por la corrupción y el caos económico y legal.

The Economist señala también que el Banco debe dedicar más créditos a infraestructuras y educación, sin lo cual los planes de ajuste resultan en gran parte infructuosos. Por ejemplo, la reforma agraria emprendida en Etiopía difícilmente aumentará la rentabilidad de los cultivos mientras el 80% de los campesinos sigan estando a por lo menos medio día de camino de la carretera más próxima. En Kenia, las tres cuartas partes del presupuesto para inversiones educativas en 1990 se dedicaron a la enseñanza superior, y la escuela primaria no recibió nada. La República Centroafricana gasta el 97% de su presupuesto sanitario en los hospitales, sin apenas beneficios para la gran masa rural.

En contraste con esas inversiones mal orientadas, lo que más necesita África es dinero para carreteras, graneros o créditos a campesinos y pequeños empresarios. Esto exige del Banco Mundial, señala The Economist, prestar atención a proyectos de menor escala, para los que precisa de la cooperación de las organizaciones internacionales de ayuda al desarrollo y la de los propios gobiernos. Una dificultad importante es que el estatalismo ha creado en África una población urbana subvencionada, compuesta de empleados públicos, que se subleva cuando se intenta reorientar los recursos a las necesidades básicas del campo.

En conclusión, el semanario recomienda que el Banco Mundial seleccione mejor los objetivos de sus ayudas. Tendría que concentrarse en los países realmente dispuestos a aplicar las reformas económicas, premiándoles con concesiones especiales. En particular, habría que conseguir que los acreedores les perdonasen la deuda externa, un fardo que estorba los esfuerzos encaminados al desarrollo. De esta manera podría lograrse que el éxito de tales naciones anime a las otras a seguir el mismo camino.

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