Esperando el despegue de África

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El retroceso del África subsahariana es excepcional en el mundo y particularmente dramático. La desindustrialización, la crisis financiera de muchos Estados, el deterioro de los servicios públicos básicos, la reducción del peso del continente en el comercio internacional, son aspectos palpables de la marcha atrás. Serge Michailof, que ha trabajado dieciséis años en este continente como experto del organismo que gestiona la ayuda francesa a África, plantea en una entrevista en Le Monde (28-IX-93) algunos cambios que deberían afrontar las élites africanas.

Michailof afirma que el fracaso no puede imputarse sólo a factores externos. «Todo el mundo echa la culpa a la caída de los precios de las materias primas y al deterioro de la relación de intercambio, descargando así sobre el exterior la responsabilidad principal. Pero esto es un poco fácil y poco convincente. Se olvida el éxito de algunos países asiáticos que han estado sometidos a los mismos condicionamientos externos, y que hace una generación estaban al mismo nivel de subdesarrollo que el África subsahariana». La crisis tiene su origen en una sucesión de errores graves en materia de política económica y en deficiencias de gestión, errores que pueden ser corregidos.

Las dificultades para el desarrollo africano ¿no provienen también de los condicionamientos culturales? «Hace treinta años -responde Michailof- se consideraba que el Sudeste de Asia estaba condenado al hambre. Dominaba entonces el ‘asiapesimismo’. Los expertos consideraban que la herencia del confucianismo era incompatible con el desarrollo industrial. Ya se han olvidado estas tesis que hoy suenan ridículas. No hay que hacer un mundo de los condicionamientos culturales, aunque también sería erróneo negarlos. Es verdad que la organización de las sociedades africanas crea obstáculos al desarrollo. La información circula mal allí. El peso de la familia extensa es muy fuerte. Las relaciones de tipo clan desempeñan un papel importante. Son sociedades donde los modos de acumulación de la riqueza favorecen la constitución de sistemas de tipo mafioso, que no contribuyen al desarrollo de una economía transparente. Por lo tanto, es un obstáculo al buen funcionamiento de una economía de mercado. Pero esos obstáculos no son insuperables».

Los movimientos actuales de democratización en África reflejan, a su juicio, una ambigüedad fundamental. «Son a la vez progresistas, porque han permitido desembarazarse de regímenes que habían demostrado su incuria, y reaccionarios, en la medida en que intentan restaurar sistemas económicos condenados a desaparecer. Esto se debe a la base social de estos movimientos. Su base se recluta sobre todo en los medios urbanos y se apoyan en fuerzas -los funcionarios, los asalariados de empresas públicas, los estudiantes- víctimas de las medidas de austeridad impuestas por la quiebra económica y por los proveedores de fondos occidentales a los que se pide socorro. Las reformas económicas indispensables para promover el crecimiento van en contra de los intereses objetivos de estos grupos».

Michailof piensa que «África necesita Estados capaces de imponer reformas impopulares». «No Estados autoritarios -África ha tenido ya demasiados, con los resultados ya conocidos-, sino regímenes con una columna vertebral, que no es lo mismo. Estos regímenes gozan de una amplia confianza de su opinión pública y de sus élites, pues saben fijar claramente sus objetivos e indicar las etapas para alcanzarlos».

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