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En las crisis humanitarias, los pobres ayudan primero

Fuente: The Washington Post
publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

Las organizaciones humanitarias internacionales suelen tener el foco de atención en los habitantes de las regiones africanas más asoladas por la guerra, el terrorismo y los desastres naturales; sin embargo, no siempre su ayuda llega a tiempo ni alcanza para todos. En tales casos, son los pobres los que acuden en auxilio de aquellos que han padecido de modo más punzante esas desgracias, según ha podido comprobarlo el periodista Kevin Sieff, del Washington Post.

El reportero, que ha estado recorriendo Somalia, Sudán del Sur y Nigeria, señala que las agencias humanitarias no han logrado recoger los fondos suficientes para alimentar y albergar a todos los que están en situación de necesidad, por lo que el apoyo viene de otros. Por ejemplo, en Maiduguri, una ciudad del noreste de Nigeria, cerca de un millón de habitantes han absorbido a un millón de personas que han sido desplazadas por los ataques del grupo terrorista Boko Haram contra sus aldeas.

En la localidad “la gran mayoría de los desplazados no están viviendo en campamentos de la ONU, sino que están comiendo, durmiendo y rezando en casas particulares, cuyos residentes les han abierto las puertas a los nuevos homeless: el pobre acoge al pobre”.

“Me ha conmovido –añade– el modo en que algunas de las personas más pobres del mundo han dado el paso al frente para llenar el vacío. Tal generosidad no elimina en modo alguno la necesidad masiva de asistencia internacional, pero a menudo pasamos por alto cómo las personas más desesperadas de África se las arreglan para ayudar a otras”.

Entre las manos solidarias que conoció en la ciudad nigeriana se encuentran las de Elijah Karama, ingeniero retirado. Ha habido momentos en que ha dado cobijo en su pequeña casa a unas 70 personas, que han dormido lo mismo en el suelo que en tiendas en el patio. De sus propios ahorros, Karama ha comprado provisiones de arroz y alubias para alimentar a la muchedumbre. Mientras los niños juegan en la tierra y un grupo de mujeres prepara comida, el hombre dice con orgullo a Sieff: “Por las actuales circunstancias, me ha tocado cuidarlos”.

Entretanto, en el pueblo sursudanés de Ganyiel, adonde han llegado miles de refugiados que escapan de la guerra civil y el hambre, no alcanzan las tiendas ni las existencias de comida del Programa Mundial de Alimentos. “Pero las familias de Ganyiel –cuenta el periodista–, que no tienen casi nada suyo, comparten todo lo que pueden. Ello significa dividir sus escasas porciones de maíz, pescado o fruta; prestar sus colchones a los ancianos y compartir el espacio en sus pequeñas chozas. La gente alimenta a los que, de otra manera, estarían hambrientos, y da refugio a los que, de no ser así, y a 38 grados, se habrían consumido al sol”.

Tampoco los suministros internacionales alcanzan en la ciudad somalí de Baidoa, que ha recibido a miles de desplazados por el terrorismo de Al-Shabab. Pero también allí, dice el reportero, la gente se ha volcado y ha ayudado con alimentos, ropa y refugio.

Son gestos espontáneos de las comunidades, que terminan salvando vidas. Patricia Danzi, jefa de operaciones en África del Comité Internacional de la Cruz Roja, lo reconoce: “Dondequiera que hay un desastre o una crisis, especialmente en los lugares de difícil acceso, estas comunidades comienzan a ayudar ellas mismas  antes de que lleguen las organizaciones internacionales”.

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