Del multipartidismo a la democracia

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Jean-Pierre Langellier expone en Le Monde (22-V-96) una visión general del paso de los países africanos a sistemas de gobierno democráticos, con sus dificultades y sus ventajas.

(…) Primera comprobación: el multipartidismo africano no es una panacea, ni un fin en sí. La celebración de elecciones permite la democracia; pero, a falta de moral pública, no la garantiza, con lo que se desmiente, en el continente negro, la vieja ingenuidad de Lamartine («El sufragio universal es la democracia misma»). (…) Los presidentes vitalicios han desaparecido, los plebiscitos de antaño, también, o casi. Pero la democracia tarda en afianzarse. Entre las cuarenta elecciones multipartidistas de los últimos años, la mitad no aportan ningún avance sustancial en ese sentido. (…) Aunque menos que en otros lugares, en África -segunda comprobación- el multipartidismo exacerba a menudo el tribalismo, que permanece muy vivo. (…)

Algunos, como el presidente keniano Daniel arap Moi, usan el tribalismo como espantapájaros y encuentran en él un pretexto para frenar la democratización. (…) En este continente, con 2.000 idiomas, ningún estado es étnicamente homogéneo, exceptuados, tal vez Botswana y Somalia, desgarrada ésta por los clanes. Los lazos familiares, vecinales, lingüísticos, regionales siguen siendo -seguirán siendo durante mucho tiempo- más profundos que las afinidades electivas fundadas sobre la comunión de convicciones o la adhesión a un programa.

La afirmación de la identidad no es en sí un mal absoluto. Algunos intelectuales, como el escritor keniano Ali Mazrui, ven en ella una etapa incluso necesaria para consolidar a los pueblos africanos y alcanzar un feliz equilibrio entre la unidad y la diversidad de Estados-naciones surgidos de una división colonial artificial y traumática. (…)

La tercera comprobación es que, en este periodo de transición, tarda en llegar -aunque va emergiendo lentamente aquí y allá sobre los escombros de las dictaduras- una nueva cultura política fundada sobre un Estado de Derecho que reemplace la «cultura de la impunidad» protegida durante tanto tiempo por los gobernantes. Se retrasa también la puesta en acción de verdaderos contra-poderes (Parlamento, justicia, prensa), que faciliten la expresión y la protección de las minorías; y, sobre todo, falta la voluntad de integrar al perdedor en el seno nacional, sin decir ya más: «¡Ay del vencido!» (…)

Como siempre, la gente de a pie es la que toma más en serio la democracia. Conquistada, como en Benin, es motivo de orgullo. Esperada, suscita entusiasmo cívico. En Sierra Leona, en marzo, muchos arriesgaron sus vidas al ir a las urnas con calma y fervor (…).

Otra fuente de esperanza: a diferencia de lo que ha pasado en Asia, todas las dictaduras de África, civiles o militares, han fracasado, instaurando la opresión sin liberar de la miseria. Y, en el peor de los casos, han degenerado en «cleptocracias» manejadas por elites corrompidas. (…)

África acomoda a veces la democracia de forma poco ortodoxa. En Uganda, los candidatos a las recientes elecciones, todos «independientes», no han tenido derecho, por temor al tribalismo, de formar un partido político; al contrario, en Etiopía, los partidos están legalmente obligados, en un régimen muy regionalizado, a expresar las aspiraciones de los grupos étnicos. Dos variantes bastante bien aceptadas, en dos países que conocieron ayer largos calvarios y que descubren el crecimiento.

Pues -es la última comprobación- en África desarrollo y democracia van casi siempre a la par. El despegue económico acelera la emancipación política, y viceversa. (…)

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