Congo: de la incertidumbre a la esperanza

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Cómo se sobrevive en un país arruinado por la guerra
El Congo es un país cuatro veces más extenso que Francia, pero actualmente dividido de hecho en tres zonas bajo control de distintas fuerzas. Un país con inmensas riquezas naturales, pero que figura entre los más pobres y endeudados del mundo. Hoy día es el teatro de un conflicto entre el gobierno de Kinshasa y grupos rebeldes, en el que intervienen tropas de Uganda, Ruanda, Burundi, Zimbabue, Angola, Namibia. Tras el asesinato del presidente Laurent Kabila, y el ascenso al poder de su hijo Joseph Kabila, se abren nuevas posibilidades de negociación. Este artículo, escrito desde Kinshasa, describe cómo afecta esta guerra a la población.

Hace tres años, el presidente Laurent Kabila suscitó entre los congoleños la esperanza de un porvenir mejor, tras haber echado abajo la dictadura de Mobutu, que arruinó totalmente el país durante cerca de treinta años. El inicio de su gobierno estuvo marcado por una auténtica voluntad de cambio, materializada en la creación del franco congoleño y por la toma de medidas en materia de precios e impuestos que resucitaron un Estado muerto durante los últimos años de Mobutu.

Esperanza defraudada

Pero poco tiempo después, la esperanza suscitada por este régimen se desvaneció. Los congoleños descubrieron que el supuesto libertador se asemejaba más bien a un déspota que ponía la gestión política y económica del país en manos de un equipo de cortesanos miembros de su familia. El proceso de democratización del país se paralizó, se prohibió el funcionamiento de los partidos políticos, se maltrató a la oposición interna no armada así como a las organizaciones de derechos humanos. Una corrupción sin precedentes se instaló en las estructuras del Estado: la función pública, las empresas para-estatales, los servicios de policía, justicia, etc. Los salarios de los funcionarios se mantuvieron bajos y se pagaban de forma irregular.

El ejército formado por Kabila está compuesto por jóvenes sin instrucción, aquí llamados «kadogos», y algunos gendarmes de Katanga, reclutados para la guerra con la que Kabila derrocó a Mobutu en 1997 y para el conflicto bélico de 1998. Esto explica la presencia de tropas regulares de los países aliados del Congo-Kinshasa, Zimbabue y Angola. De todos modos, los 150.000 elementos que constituyen el ejército son más disciplinados que los soldados de Mobutu, fácilmente inclinados al pillaje y a los abusos contra la población civil.

En el aspecto de la seguridad, el poder de Kabila había conseguido crear una policía de proximidad en un país donde el bandidaje constituía una plaga a causa de la precarias condiciones de vida de la población. Pero también el soldado y el policía sufren la miseria indescriptible que aqueja a la población congoleña. Con ocasión del Jubileo de las Fuerzas Armadas y de la Policía, el arzobispo de Kinshasa pidió a las autoridades que no dejaran de pagar el sueldo de los soldados. Pues, a falta de recibir su paga, extorsionan a la población. Raros son los militares que no piden dinero, tabaco o bebida a la población civil.

Un país dividido en tres zonas

La rebelión contra L.D. Kabila, y la intervención de países vecinos, han hecho que actualmente el país esté dividido en tres zonas económico-militares: Kinshasa y la zona oeste, sujetas al gobierno de J. Kabila; el este del país, bajo el control de las fuerzas ruandesas y sus aliados; y el noreste, ocupado por las fuerzas ugandesas y sus partidarios.

La situación en la zona rebelde, al este, bajo control del ejército ruandés, es desastrosa: devastación y parálisis caracterizan actualmente la economía de esta región cuyo granero abastecía de productos básicos al centro del país (las dos Kasaï) y Kinshasa. Las infraestructuras han sido destruidas, el potencial turístico arruinado, y la población se precipita en la miseria.

En la zona noreste, bajo control de las tropas ugandesas, la situación es casi idéntica: aislada, destruida, vaciada de sus fuerzas vivas por incesantes desplazamientos de población, ni siquiera puede contar con la explotación del café, principal fuente de ingresos antes de la guerra. La penuria de sus habitantes se acentúa como consecuencia del conflicto tribal entre los agricultores lendus y los ganaderos hemas, que ha ocasionado el desplazamiento de varios millares de personas. Las vías de comunicación entre el noreste y Kinshasa, la capital, ya no existen. Para llegar a Kinshasa desde esta zona hay que pasar por Nairobi, en Kenia, o Addis Abeba en Etiopía.

En la misma Kinshasa y en la zona bajo control del gobierno de Kabila, la situación social, económica y política es extremadamente preocupante. Tanto en Kinshasa como en las provincias, las carreteras han dejado de existir, transformadas en pistas de tierra. Únicamente en avión se puede viajar a las provincias en condiciones de seguridad; pero, por desgracia, el billete no está al alcance de todos. A 500 Km de Kinshasa no se reciben la radio ni la televisión nacionales. Por lo tanto, el interior del país está más o menos aislado. De ahí que los magistrados y funcionarios asignados a provincias rechacen este destino y busquen por todos los medios permanecer en Kinshasa.

Fracaso de la economía estatalizada

Cuando subió al poder Laurent Desiré Kabila, en 1997, la República Democrática del Congo era ya un campo de ruinas: escaso crecimiento, carencias en la recaudación fiscal y de inversiones públicas, desmonetización de la economía, quiebra de empresas públicas y de sectores claves de la economía.

Frente a esta situación, el gobierno adoptó, a la desesperada, una serie de medidas ultradirigistas cuya consecuencia fue la de agravar la crisis económica. Para sostener el valor del franco congoleño, en enero de 1999 prohibió todas las transacciones en moneda extranjera. La aplicación de este decreto provocó la penuria de divisas, indispensables para la adquisición de productos importados, y la huida de gran número de operadores económicos, sin que lograra impedir la rápida caída del franco congoleño en el mercado negro. Actualmente cotiza a 160 FC por dólar, mientras que el cambio oficial está fijado en 75 FC por dólar. Cada aumento del tipo oficial produce un alza vertiginosa de los precios.

El gobierno trató también de centralizar todas las ventas de la extracción artesanal de materias primas, que representan más del 70% de las ventas globales. Igualmente prohibió a los extranjeros el comercio de diamantes, atribuyendo el monopolio a la firma israelí IDI Diamond.

Estas medidas provocaron el aumento del fraude en todos los campos. Las materias primas son exportadas clandestinamente a países limítrofes, y los capitales provenientes de su venta son repatriados al mercado negro.

En consecuencia, el poder adquisitivo de los congoleños no deja de disminuir. Según estimaciones del Banco Central del Congo, los consumidores perdieron un 83,3% de poder adquisitivo a lo largo del año 2000. El descenso del ritmo de actividad de las empresas y el cierre de algunas de ellas han agravado el paro.

«Vivimos de milagro»

En estas condiciones, se comprende que muchos en Kinshasa digan a menudo «vivimos de milagro». En algunas familias, padres e hijos mayores se distribuyen los días para comer: unos, los días pares; otros, los impares. Gran parte de la población sobrevive con recursos muy escasos, privada de agua potable y de electricidad. Algunos barrios de la ciudad son inaccesibles en coche por falta de carreteras. Durante la época de lluvias, muchas familias se encuentran sin refugio alguno.

En cuanto a la salud, muchos son los congoleños que no pueden acceder a los servicios de salud primaria, por falta de recursos. El presupuesto nacional no dedica más de un 2,5% a sanidad. El país suma cada año 150.000 nuevos casos de tuberculosis, con un riesgo de infección por encima del 20%. La malaria y la polio castigan sobre todo a miles de niños, cuyos padres son incapaces de protegerlos sin la ayuda del Estado. En ciertos centros médicos, sostenidos por religiosos o por otras organizaciones no gubernamentales, a los que la población más desfavorecida puede acudir fácilmente, el número de pacientes desborda su capacidad de acogida. En caso de hospitalización, a veces dos pacientes tienen que compartir cama.

Esta situación explica el desarrollo de numerosas sectas religiosas o «iglesias del despertar» que se emplean a fondo en sus críticas a la Iglesia católica, a la que pertenecen la mayor parte de los congoleños. Estas sectas insisten en sus predicaciones en los milagros que Dios puede realizar para hacerles salir de la miseria. Los «pastores» se enriquecen explotando a personas ya pobres a las que exigen importantes donativos para recibir «bendiciones». Sus reuniones y vigilias de oración están dedicadas preferentemente a testimonios que exponen problemas personales (económicos, sociales, familiares) más que de vida espiritual.

Las escuelas aún funcionan

Por lo que respecta a la educación, muchas escuelas todavía siguen funcionando, así como algunas universidades públicas (de Kinshasa, de Lubumbashi). Pero, como el gobierno no paga regularmente a los profesores, la educación está más que nunca reservada a familias con un nivel de renta superior a la media del país. El profesorado universitario recibe apenas el equivalente de 20 dólares en concepto de salario; y esto de forma irregular. Nadie sabe cuándo llegará el próximo sueldo.

De ahí que los estudiantes se comprometan a pagar ellos mismos a los docentes, tras las reuniones de concertación entre los representantes de los profesores y de los estudiantes; es lo que se llama la «prima de salvamento» de la universidad. Como no todos son capaces de realizar estos pagos en los plazos convenidos, los profesores en ocasiones interrumpen sus enseñanzas para obligar a los estudiantes a pagar los gastos académicos. De este modo, hay años académicos que se prolongan durante dos años civiles. Actualmente en la universidad de Kinshasa se están cursando aún las enseñanzas del año académico 1999-2000 y no es posible saber cuándo va a clausurarse.

La ley de educación prevé que la enseñanza sea obligatoria y gratuita hasta los catorce años, pero el Estado no es capaz de financiarla. De hecho, tanto en la enseñanza primaria como secundaria, el precio de los estudios por alumno asciende a 8 dólares mensuales. Así, raras son las familias que pueden pagar los estudios a todos sus hijos (el tamaño medio de una familia nuclear en el Congo es de 6 a 8 hijos). Muchos niños están condenados a permanecer fuera del sistema escolar y a trabajar desde muy jóvenes para ayudar a sus familias.

La ayuda extranjera

La cooperación internacional cesó oficialmente de ayudar al Congo desde los años noventa. L.D. Kabila no hizo más que envenenar esas relaciones, con un discurso nacionalista en exceso. El eje de su diplomacia fue la defensa frente a la guerra de agresión. Pero, paradójicamente, rechazaba todos los esfuerzos de paz de las Naciones Unidas para obtener un alto el fuego y la instauración del diálogo intercongoleño.

La ayuda extranjera llega a los congoleños más necesitados a través de las ONG de cooperación al desarrollo, de las instituciones especializadas de Naciones Unidas (UNICEF, OMS…) y de la Unión Europea, a través de diferentes programas de apoyo a los sectores clave (salud, rehabilitación de carreteras, derechos humanos, etc.). El pueblo congoleño está al límite de sus fuerzas.

Y en este contexto se produce el asesinato de L.D. Kabila, de forma inesperada, el 16 de enero de este año. El Consejo extraordinario de ministros, ampliado con algunas autoridades militares y civiles, designó como nuevo presidente a su hijo, Joseph Kabila, de 31 años.

En su primer discurso programático, los puntos sobresalientes fueron la mejora de las relaciones con los vecinos de la República Democrática del Congo y el restablecimiento del Acuerdo de Lusaka de 1999, que prevé el alto el fuego y el diálogo intercongoleño, y la organización de elecciones libres una vez terminada la guerra; en el aspecto económico, propugnó la liberalización de los mercados de bienes y servicios, del comercio de diamantes y de los tipos de cambio, la libre circulación de las divisas extranjeras y el impulso a las relaciones con EE.UU., Francia, Bélgica, China y Rusia.

Este discurso tranquilizó los ánimos: el cambio de dólar respecto al franco congoleño comenzó a bajar. Estos días un dólar se cambia por 145 FC. El nuevo presidente tiene el apoyo de otros jefes de Estado para hacer avanzar el proceso de paz: la visita a Kinshasa del presidente sudafricano Thabo Mbeki y el viaje de Joseph Kabila a Francia, Estados Unidos y Bélgica revelan un apoyo exterior alentador.

Raoul IntudiLos primeros pasos de Joseph Kabila

La actividad diplomática del nuevo gobierno de Kinshasa ha suscitado la esperanza de desbloquear las conversaciones de paz. Tras ser recibido en Francia por Jacques Chirac, Joseph Kabila estuvo en Washington, donde mantuvo una entrevista con el secretario de Estado, Colin Powell. Pero lo más significativo de la estancia en Washington fue el diálogo el 1 de febrero entre el presidente congoleño y su homólogo de Ruanda, Paul Kagamé, dirigentes de los dos principales países implicados en un conflicto regional que, desde octubre de 1998, ha ocasionado el desplazamiento de unos 2 millones de personas. Aunque no ha habido ninguna información sobre los resultados de la entrevista entre Kabila y Kagamé, el presidente congoleño manifestó a Powell que era favorable a que se pusieran en práctica rápidamente los acuerdos de Lusaka de 1999, que se basan en dos puntos: fin de la presencia de tropas extranjeras y diálogo entre los grupos congoleños enfrentados.

Fuentes diplomáticas norteamericanas afirman que Colin Powell advirtió a Kagamé que las preocupaciones por la seguridad de Ruanda no justifican la invasión del territorio del Congo ni las graves violaciones de derechos humanos en el este del país. A partir de esta actitud de la nueva Administración Bush, Kagamé parece haber flexibilizado sus reivindicaciones, sin exigir ya el desarme de las milicias extremistas hutus que se refugiaron en el Congo.

Junto a la actividad diplomática, las autoridades congoleñas han empezado a tomar medidas para liberalizar la economía. La utilización de divisas extranjeras va a ser autorizada para determinadas transacciones, y el monopolio del comercio de diamantes se abrirá a la competencia. ACEPRENSA.

Un país rico en recursos y empobrecido

Recuperada su antigua denominación Congo-Kinshasa o República Democrática del Congo en 1997, el Congo es un estado de África central con una superficie de 2.345.500 Km2, cuatro veces Francia y 28 veces Bélgica, país del que fue colonia hasta 1960. Según el último censo, realizado en 1984, su población supera los 50,5 millones de habitantes, con una densidad de 21,5 habitantes/Km2 y un Producto Nacional Bruto de 5.300 millones de dólares, siendo el PNB por habitante de 110 dólares. Su tasa de crecimiento es negativa (-14%), con una inflación del 484%.

Atravesada por el ecuador, la R.D. del Congo se extiende por la hondonada húmeda y cálida que corresponde a la mayor parte de la cuenca del río Congo y por las mesetas y montañas del este. La población presenta un fuerte crecimiento demográfico y es mayoritariamente de menos de 30 años. El sector agrícola, siempre dominante, ofrece sobre todo cultivos para la alimentación: mandioca, maíz y plátano-banana. Sin embargo, el país no cubre sus necesidades alimentarias. Los recursos mineros, abundantes y variados (cobre, cobalto y diamantes) constituyen lo esencial de las exportaciones y hacen de este país un auténtico escándalo geológico. Kinshasa, en el oeste, Lubumbashi, en el sudeste, y Kisangani, en el noreste, concentran las escasas actividades industriales.

Pero el país depende demasiado de las cotizaciones de las materias primas. Incluido entre los países más pobres y más endeudados del mundo, cuenta con una población extremadamente pobre, a excepción de una pequeña minoría enriquecida gracias al manejo de los engranajes del poder. Las estimaciones de la deuda externa, a finales de 1999, eran de 13.400 millones de dólares, de los que 9.300 millones se adeudan al Club de París, 1.300 millones al Banco Mundial, 522 millones al FMI y 879 millones al Banco Africano de Desarrollo. ACEPRENSA.

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