La última Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES), publicada el 3 de marzo, confirma respecto al segmento adolescente lo que no pocos imaginan sin recurrir a los datos: que a un considerable porcentaje de chicos de 15 a 17 años (40%) “les va” la ingestión de bebidas alcohólicas en el ambiente del “botellón”, y que son los primeros consumidores de cannabis (14,5%, en comparación con el 9,1% de los que tienen 18-64 años).
En tabaco, no. En esa “asignatura” quedan por debajo de los mayores, con 28 frente a 41%, pero vale señalar que es la droga “blanda” con la que más temprano se inician los españoles: de media, a los 16,4 años, frente a los 16,7 del alcohol y los 18,6 del cannabis.
Por tanto, para que los chicos aprendan a decir “no” al primer cigarrillo, el primer porro o el primer trago de licor, no hay que llegar a la frontera de los 16 años, sino empezar a trabajar mucho antes. Así lo hace el programa Unplugged (Desenganchados), una iniciativa europea que ha sido aplicada ya en Alemania, Bélgica, Austria, etc., enfocada en los muchachos de 12 a 14 años, y que exhibe como resultado una disminución del consumo de esos tres adictivos en los grupos a los que se aplica.
En España, la iniciativa está en marcha desde noviembre pasado, con 7.500 alumnos de Madrid, Aragón, Galicia y Andalucía. Su coordinador, Juan Carlos Melero, de la ONG vasca Edex, especializada en temas de educación, tiene claro que hay que cambiar de estrategia: por eso Unplugged privilegia el debate por sobre el dictado, y busca involucrar a los estudiantes.
Algunas consecuencias del uso del cannabis, como el deterioro, cognitivo, no son bien conocidos por los chicos
“Queremos que cuando llegue el momento de tomar decisiones sobre las drogas, sean más capaces, más competentes para no consumirlas ni interesarse por ellas”, explica a Aceprensa. “En el aula, el profesor, mediante el uso de las herramientas que les facilitamos, y tras un proceso de formación, dinamiza una serie de 12 actividades, de al menos una hora cada una, para ejercitar a chicos y chicas en habilidades para la vida, y en competencias para resistir y neutralizar las influencias sociales hacia el consumo”.
Las sesiones, señala, son monográficas: “Si una actividad se centra en analizar cómo funciona la presión del grupo en las cuadrillas de chicos y chicas adolescentes, se trata de hacer una especie de representación teatral sobre cómo suele ocurrir, sobre cómo alguien que tiene autoridad en el grupo intenta que los demás se comporten de determinada manera; sobre lo difícil que resulta resistir esa presión cuando uno quiere quedar bien con el resto, y sobre las maneras en que puede intentarlo y cuestionar al presionador. Preparar la sesión, idear algunos pequeños guiones, y hacer que varios chavales pasen por el papel para que sientan en directo cómo se vive la situación de presión, lleva un mínimo de una hora”.
Un profesor que guía y no censura
Tal vez para “cuadrar” más con la psicología adolescente, el profesor que desarrolla el Unplugged mantiene las distancias: guía, pero no censura ni impone. Los coordinadores le detallan cómo trabajar cada minuto de las 12 sesiones: cómo presentar el programa, cuál debe ser su actitud, cómo tiene que velar por que no sean siempre los mismos que participan, sino que se escuche un poco la voz de todos, además de cómo hacer para que aquellos con determinadas actitudes sientan que a veces son confrontados por las actitudes de otros miembros del grupo.
“Más que ser un experto en drogas, que no lo es, ni falta le hace, el profesor tiene que ser un mentor, un gestor de la dinámica”, señala Melero. “Le decimos además que el programa no está pensado para que nadie sermonee a los alumnos, porque no tiene mucha utilidad, mucho menos durante la adolescencia”.
La inmadurez cerebral incide en la implicación de los adolescentes en conductas de riesgo
En cuanto a los chicos, destinatarios del programa, apunta que al principio muestran “cierto morbillo” por pensar que la cuestión girará en torno a una sustancia u otra, a cómo se consume, o qué efectos directos tiene sobre el funcionamiento de determinados órganos, en concordancia con la imagen de las drogas que tanto se divulga en los medios e Internet.
“Luego, sin embargo, les llama la atención que su propio profesor les abra un espacio de conversación para que ellos saquen a relucir todas aquellas cosas que les preocupan, que no tienen resueltas, y les interesa conocer qué opina el compañero o la compañera sobre el asunto. Frente a lo que ocurre usualmente en otras áreas curriculares, donde el maestro cuenta y ellos recogen lo que se va diciendo, aquí se trata del proceso contrario: parte de ellos, de sus vidas, de sus experiencias, sus expectativas y sus miedos, y a partir de ahí se genera una conversación en la que el profesor no está para censurar, sino para animar. Los chicos ven que hablar de sus propias vidas es más interesante, porque es sobre lo que tendrán que decidir este fin de semana, o dentro de un par de meses”.
¿Nivel del debate? Satisfactorio: “¡Es que a estas edades casi hay que mandarles callar!”.
La vulnerabilidad de un cerebro inmaduro
Normalmente, el adolescente que trata de abrirse paso entre tantas potenciales maneras de “engancharse” a alguna adicción, lo tiene difícil. La propia psicología de la edad, condicionada en buena medida por los cambios físicos del paso hacia la adultez, inyecta en chicos y chicas la inclinación de desligarse de los patrones paternos y de experimentar por sí mismos aquello que, aunque ya advertidos de su nocividad, les parece atractivo o que funcionará como un mecanismo facilitador de su inserción en el grupo.
En su estudio “Desarrollo cerebral y asunción de riesgos durante la adolescencia”, el psicólogo y académico Alfredo Oliva, de la Universidad de Sevilla, conecta la conducta de los chicos con la inmadurez de la corteza prefrontal durante esa etapa del crecimiento. De dicha parte del cerebro depende la capacidad del ser humano para, entre otras funciones, controlar los impulsos instintivos, experimentar empatía, anticipar las consecuencias de sus actos, tomar decisiones y responder atinada o inadecuadamente, por lo que, mientras está en proceso de maduración, la persona puede acusar fallos en su actuación y una mayor vulnerabilidad.
Unplugged ejercita a los adolescentes en habilidades para la vida y en competencias para neutralizar las influencias sociales hacia el consumo
“Esa relación con la toma de decisiones —expresa Oliva— destaca la relevancia que tiene la inmadurez prefrontal para entender la mayor impulsividad e implicación de chicos y chicas adolescentes en conductas de riesgo relacionadas con la sexualidad, el consumo de drogas o los comportamientos antisociales”.
Del engaño culpable al desconocimiento
Factores del crecimiento aparte, el adolescente también debe enfrentar un bombardeo social de mensajes sobre la inocuidad de determinadas adicciones, cuando no el extraño cambio de percepción sobre sustancias que se han considerado tradicionalmente alienantes y peligrosas, al punto de haber estado siempre legalmente prohibidas.
En el caso de la marihuana, da que pensar el hecho de que los jóvenes de 14 a 18 años la consideran menos peligrosa que el tabaco. Según la Encuesta Estatal sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias (ESTUDES), los chicos opinan que incluso los sedantes son más dañinos. Quizás la eufónica y martilleante frase “marihuana para uso terapéutico” esté recogiendo lo sembrado.
La doctora Merete Nordentoft, de la Universidad de Copenhague, nos concede que la frase, en efecto, puede inducir a error. “Cuando pienso en el uso terapéutico del cannabis, me refiero a personas gravemente enfermas que pueden mejorar su apetito y reducir sus dolores con esta sustancia. Es una indicación muy limitada. Pero concuerdo con que la expresión puede hacer a la gente creer que es saludable”
“Algunos jóvenes —añade— son conscientes de las consecuencias negativas y reprueban a los que lo consumen con frecuencia; sin embargo, algunos consideran el cannabis un producto ‘natural’, y se fijan en que morir por intoxicación por cannabis es casi imposible, así como que sus consecuencias somáticas son menores que las producidas por el abuso del alcohol”.
La experta subraya, no obstante, que quizás no les sean bien conocidos otros efectos, como la reducción de la función cognitiva, o la posibilidad de que personas con alguna vulnerabilidad a trastornos psicóticos terminen desarrollándolos bajo el influjo del cannabis.
Hay, pues, que hablar de ellos y debatirlos, pero no desde la cátedra. Hay que darles la palabra a los chicos.