El centenario de la muerte de Tolstói (1828-1910) está sirviendo para recuperar la obra de uno de los gigantes de la literatura universal y para examinar el (saludable) vigor de su herencia. La editorial Acantilado -que ya ofrecía en su catálogo seis títulos del maestro ruso- presenta ahora esta singular biografía, obra del premio Nobel Romain Rolland (1866-1944), un autor muy influido por su obra y fascinado en general por la vida de los grandes genios (Miguel Ángel, Haendel, Gandhi, Goethe, Beethoven y Péguy también se sometieron a su generoso escrutinio).
Hay que aplaudir al sello barcelonés por este oportuno rescate, que devuelve a la luz un libro “perdido” en español desde los años cincuenta. Ciertamente, Rolland era un autor mucho más popular entonces que ahora, y su biografiado mantenía intacta su aura como autoridad moral e inspirador de la “no resistencia”. Ambos fueron adalides de la paz; y el idealismo y anhelo de justicia que volcaron en sus obras atrajeron a infinidad de lectores, que trataban de sobreponerse a los horrores de la primera mitad del siglo XX.
¿Qué cualidades hallará el lector de nuestros días en esta semblanza de Tolstói? Muchas, y muy necesarias. Rolland no escribió una biografía al uso, repleta de datos y fechas -que también los hay-; sino que se propuso homenajear a quien él definía como “el mejor de los hombres”. Desde que lo descubriera en 1886, con las primeras traducciones al francés de sus obras, su admiración y gratitud fueron en aumento; y no hay en este libro un solo reproche de peso que afee su memoria.
Esa perspectiva “hagiográfica” del personaje está fundamentada en un concienzudo estudio de su obra. En este sentido, el aparato crítico es inmejorable: Rolland acompaña a Tolstói desde su nacimiento hasta su muerte, con un bagaje de citas extraídas de sus libros y notas a pie de página muy pertinentes. Como exegeta, sus análisis de Guerra y paz o Ana Karenina aportan jugosas ideas (para Rolland, la primera es superior a causa de la rigidez que detecta en las historias paralelas de la segunda); y no duda en corregir a los “eminentes críticos” que quieren ver una influencia de George Sand y Victor Hugo en la poética de Tolstói.

Pero más allá de esta síntesis crítica, la Vida de Tolstói ha perdurado por la agudeza de Rolland para penetrar en la espiritualidad de su biografiado. Su fe (“Yo creo en Dios, que es para el Espíritu el Amor”) no era la del “fariseo” ni la del “pensador místico”, sino la de un hombre de acción que, en medio de profundas crisis, trató siempre de comunicar la meditación filosófica con la búsqueda de soluciones prácticas a los problemas de su tiempo. En nombre del Evangelio, Tolstoi quiso erradicar la ignorancia, la pobreza y la mentira; y esa revolución moral en que se embarcó lo acabó alejando de su esposa, quien no aceptaba que abjurara de sus trabajos artísticos, tal como ponen de manifiesto los Diarios de Sofía Tolstói (Alba, 2010) y el mismo Romain Rolland en varios capítulos de este libro.
Según el biógrafo francés, Tolstói fue, por encima de todo, un loco por la vida, un cristiano que se esforzó siempre por alcanzar un ideal que quedaba siempre muy lejos y, en definitiva, un “hermano”.