Una fábula del arte moderno

TÍTULO ORIGINALA Fable of Modern Art

GÉNERO

Fondo de Cultura Económica / Turner. Madrid (2001). 257 págs. 20,50 €. Traducción: Javier García Montes.

Si unimos dos novelas del siglo XIX -La obra maestra desconocida de Balzac (1831), À rebours de Huysmans (1884)- y la forma de escribir y criticar de Baudelaire, tendremos una buena imagen de los frutos de la relación entre los artistas plásticos y los de la pluma, especialmente en la Francia de la bohemia, y de cómo se desarrollaron las modernas consideraciones sobre la búsqueda de la belleza. Calvo Serraller, historiador y crítico de arte, destacó la coincidencia, en el tiempo, del triunfo de la novela como género preferente de lectura y la atención que se prestaba en ella a las peripecias vitales de los artistas, como seres atípicos y excepcionales no sólo durante el momento de la creación artística.

Esas dos novelas motivaron un ensayo de 1980 basado en la de Balzac y una exposición celebrada hace tres años en Madrid cuyo hilo conductor era la de Huysmans, ambos de la historiadora del arte y crítica estadounidense Dore Ashton, especialista del expresionismo abstracto. La traducción de ese ensayo, fácilmente legible y sin erudición inalcanzable ni notas a pie de página, es la que nos ha llegado, en medio de este renovado interés por la condición literaria de los artistas, bien a través de su conversión en personajes de novela, teatro o cine, o del derrotero que tomaron sus producciones y sus biografías.

Así es como debemos entender el título del ensayo de Ashton: una lectura de Balzac en clave de fábula sobre el arte moderno que tiene el interés de haber sido escrita antes de que ocurrieran los hechos. Que en este caso son la abstracción, el «muro de pintura» que vemos hoy en los museos de arte moderno. Hasta ahí llegó el pintor Frenhofer, protagonista de la novela de Balzac, cuando, imaginando la obra más bella, se perdió en el cuadro hasta emborronarlo de forma ininteligible. De tal modo que sólo él podía comprender lo que allí había y, al final, ni él mismo, lo que terminó por destruir su obra y su propia vida. Cézanne, Rilke, Picasso, Schoenberg y en general el arte del siglo XX, nos dice Ashton, tomaron el mismo camino que Frenhofer, planteando distintas alternativas a la búsqueda de la representación exacta del sentimiento vivido, de la pasión, sin cejar en la lucha contra la irracionalidad.

Hoy en día, cuando la autodestrucción no figura como requisito ni como valor para prestigiar una producción artística, esas novelas no han perdido su interés, aunque sea tan sólo el de mostrar un camino ya transitado cuyo punto de destino es bien conocido y avisar así de los riesgos.

José Ignacio Gómez Álvarez

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