Ricardo Bello nació en Caracas, Venezuela, en 1953. Doctorado en Letras por la Universidad Simón Bolívar, es autor de una amplia y sólida trayectoria literaria, con ensayos como Lezama Lima, lector de Pascal (1992), la novela Anareta (1992), la crónica Yo, el secuestrable (2007) y el diario El año del dragón (2015-2018). En 2018 publicó también la novela Sacramento de la guerra, que ahora se reedita integrando otros dos libros que siguen con la historia de Daniel Toledo, el personaje que protagonizó el primer volumen.
De entrada, conviene advertir que estamos ante una novela inusual en el panorama literario contemporáneo. Bello es un escritor profundo, que plantea numerosas disquisiciones intelectuales, religiosas, políticas. No estamos ante un mero producto literario de consumo light.
Estamos en 1970. Daniel, el protagonista, vive en Tel Aviv, a donde se ha trasladado tras vivir en Venezuela y estudiar en Estados Unidos. Rompiendo la tradición familiar, vinculada a la administración de fincas agrícolas, Daniel está estudiando lingüística y lengua hebrea, porque quiere conocer “el misterio de un auténtico y profundo encuentro personal con Dios”.
Pero en 1973 estalla la guerra de Yom Kipur y Daniel decide alistarse en el ejército. Tras ser apresado, en la cárcel sigue profundizando en sus intereses religiosos, en este caso con lo único que tiene a mano para leer, el Corán.
Viendo el interés que muestra por el islam, recibe la visita de uno de los líderes religiosos más importantes del chiismo en Siria, Abdul-Salam, a quien llaman El Sheik, con quien a partir de entonces mantendrá profundos diálogos, como hará más tarde con un sacerdote católico.
Este va a ser el tono habitual de la novela: sucesivas reflexiones, diálogos, debates, conversaciones. Lo más importante no son las vicisitudes exteriores, sino el viaje interior que realiza, que le lleva a sentir y vivir la religión –la hebrea, la musulmana y la católica– de maneras muy intensas.
La segunda parte se desarrolla en Venezuela, a donde ha vuelto tras su traumática experiencia en Israel y Siria. Aunque se dedica a las fincas agrícolas familiares, su mente y su corazón están muy lejos de allí. Continúa su proceso de búsqueda espiritual, en este caso hacia el cristianismo. Pero en Venezuela, desde la llegada al poder de Hugo Chávez, han cambiado mucho las cosas, para peor.
La tercera y última parte tiene lugar en Sevilla, donde, ante la decepción que le causan las contaminaciones políticas del islam y el judaísmo, Daniel se acerca más sólidamente a los valores del catolicismo.
Aunque se trata de una novela densa, que quizás reitera excesivamente algunos temas, y cuyo final no está a la altura del desarrollo, Roberto Bello, con aplomo y oficio, consigue transmitir este viaje místico del protagonista con una prosa comunicativa, que hace muy atrayente la complejidad intelectual de un personaje tan solitario y desplazado como Daniel Toledo.