El autor, de orígenes eslavo y francés, se dedica profesionalmente a impartir cursos sobre liderazgo y excelencia, sobre todo en los países bálticos. Vive en Moscú.
El libro resalta la importancia decisiva de la forja del carácter para el ejercicio de liderazgo. Sus argumentos están acompañados de ejemplos tomados de la historia mundial reciente. El liderazgo, afirma, se basa en el carácter, no es una técnica y tampoco una estrategia, sino un estilo adquirido mediante la práctica de las virtudes.
Dianine-Havard coincide con otros autores en asentar las cualidades del liderazgo en las cuatro virtudes cardinales, a las que añade la humildad y la magnanimidad. De cada una de esas virtudes se derivan consecuencias prácticas, como pedir consejo, fortaleza para ejecutar las decisiones tomadas, etc. El líder es coherente y no cabe hacer distinciones ficticias entre virtudes públicas y privadas. Cita tanto a estudiosos del management como Drucker o Covey, como a profundos conocedores de la dignidad humana, del estilo de Josef Pieper o san Josemaría Escrivá.
Las ideas de misión y de servicio impregnan todo el libro, entre otras razones porque un directivo que sólo esté movido por el afán de poder o de éxito no genera confianza entre sus colaboradores. El auténtico líder no busca tanto ascender en la organización como crecer en la calidad de su ser; centrar el esfuerzo en el tener es una meta precaria. De las motivaciones, la más sólida es la trascendente: a ella dedica el último capítulo, de especial interés para creyentes, sobre la dimensión religiosa del líder.
El autor ha contrastado estas ideas con los asistentes a sus cursos, y conjuga el estudio y la experiencia. Quizá el lector no esté de acuerdo en considerar líderes a todos los que propone como ejemplos; pero a la luz de sus explicaciones queda claro quiénes no merecen ese nombre.