Partidos políticos. Viejos conceptos y nuevos retos

Trotta. Madrid (2007). 342 pág. 20 €. Traducción: Esther Monterroso Casado.

El estudio de los partidos políticos sigue siendo una rama esencial de la ciencia política, como atestigua esta obra que recoge las aportaciones de un variado grupo de especialistas. Se ha pretendido ofrecer un acercamiento multidisciplinar y serio, en el que abundan la bibliografía y las referencias a estudios. Se trata, pues, de un libro científico; al lector medio le puede costar algún esfuerzo asimilar tanta información, aunque merezca la pena hacerlo.

Paradójicamente, la creciente preocupación académica por estudiar los partidos políticos coincide con la sensación generalizada de su declive, ya que se empieza a cuestionar su papel como cauce de expresión de las expectativas políticas de la sociedad. Si a ello se añaden los cambios institucionales y los avances tecnológicos, que multiplican las posibilidades de participación ciudadana, entonces el futuro de estas organizaciones políticas no está, al menos, exento de problemas.

Sin embargo, los investigadores tampoco parecen ponerse de acuerdo sobre el papel que los partidos políticos han de desempeñar en este siglo. Este ensayo colectivo, de hecho, parte de la necesidad de clarificar conceptualmente los diferentes modelos de organización partidista. Asimismo, se estudia el déficit de representación de los partidos actuales y se contrasta la adecuación de nuestras democracias con la teoría clásica de los partidos políticos.

Para el lector español, el estudio realizado por Richard Gunther y Jonathan Hopkin será de especial interés. Con el fin de reflexionar acerca de la capacidad de representación de los partidos, se interesan en la Unión de Centro Democrático (UCD), partido protagonista de la transición española y con una corta trayectoria, pero con una influencia y capacidad organizativa que le convierten en un objeto singular de estudio. En concreto se muestra cómo, pese a lograr que sus líderes coparan las instituciones públicas, falló en algo esencial, que ha dado en llamarse la capacidad de infundir valor, es decir, la fuerza para crear un sentimiento de lealtad hacia el partido. Todo ello impidió que su estructura interna se consolidara.

Uno de los aspectos que merece ser destacado es el que se refiere a la actitud anti-partidos de los ciudadanos. Las democracias occidentales se ven hoy marcadas por el descrédito de la clase política, que es incapaz de generar confianza en la población. Surge lo que los autores denominan “antipartidismo cultural”, que, si se generaliza, puede terminar ocasionando un problema estructural importante de los sistemas. Por otro lado, el riesgo de que la clase dirigente de los partidos se convierta en una oligarquía de facto podría poner en peligro la estabilidad democrática.

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