Nuestros maestros los niños

TÍTULO ORIGINALI bambini ci insegnano

GÉNERO

Emecé. Barcelona (1999). 187 págs. 1.500 ptas. Traducción: Claudio Gancho.

Al principio parece un tratado más de educación infantil. Pero es al revés. En Nuestros maestros los niños el filósofo y psicólogo italiano Piero Ferrucci cuenta lo que ha aprendido de sus dos hijos y de sus propias reacciones al enfrentarse con la difícil tarea de educarles.

Con este planteamiento, el libro tiene tono de confidencia y de diario. El método de aprendizaje sigue el modelo de la economía de Robinson: aprovechar todo lo que el mar devuelve a la costa para mejorar la cabaña. De ahí que Ferrucci trate de sacar una enseñanza de cada situación: por qué actúa así mi hijo, por qué reacciono yo así, qué puedo aprender.

El libro se divide en «lecciones» que facilitan el tratamiento de los temas: Verdad, Confianza, Paciencia, Voluntad, Amor. Cada una, regada de pequeños sucesos simpáticos en los que se refleja lo distintos que son el mundo infantil y el adulto, y el prodigio que supone que los dos entren en sintonía.

Al igual que tantos padres, el autor reconoce que también él ha soñado con tener un hijo superdotado y ha sufrido con la idea de que sea como los demás. Entonces comienza la gimnasia para recién nacidos, y la preocupación porque no alcanza el peso de las tablas, y que empiece a caminar porque los demás niños ya lo hacen, y a estimular su desarrollo psíquico, y que aprenda música…

La primera conclusión que saca de esta actitud es la tensión inútil que provocan las expectativas irrealizadas. El «tienes que ser así» condiciona las relaciones y a veces obliga a los niños a enmascarar los propios pensamientos para estar a la altura de las expectativas. Para Ferrucci esto es como acampar en el cuartel general del hijo imponiéndole una norma arbitraria desde fuera e impidiendo que se desarrolle según sus leyes internas. Así, cuando el autor visita el museo de ciencias con su hijo, se alarma de que lo que más le llame la atención sea subir y bajar en ascensor. «No cumple las reglas de cómo tiene que ser un niño». Y llega la ansiedad.

También descubre que, en el fondo, las expectativas son el deseo de realizar a través de los hijos lo que uno no ha logrado en su vida. Frente a esta especie de «parasitismo psíquico», Ferrucci comprende que sus hijos tienen que vivir su vida y él tiene que aceptarse con sus limitaciones. Pero, ¿y la preparación de los hijos para el futuro? Lo mejor es mostrarles las posibilidades y animarles, pero no como vía previamente tendida para satisfacción de las frustraciones paternas.

El autor demuestra penetración psicológica y sentido común en casi todos los capítulos. A veces tiene reacciones insólitas, como cuando decide no comer carne, conmovido porque a uno de sus hijos le repugna comer el cuerpo de un ser vivo. Pero, por lo general, el lector sacará partido de sus consideraciones. Si es un padre que teme que sus hijos sean tímidos -como él, de pequeño-; si recurre a menudo al chantaje o a las amenazas para convencerles; si no sabe reaccionar cuando los pequeños le ponen ante sus incoherencias; si pierde la paciencia… encontrará ideas aprovechables en este libro.

En estos tiempos, en que es más probable el riesgo de falta de autoridad paterna que el autoritarismo, puede parecer desfasado un libro que insiste más en escuchar a los hijos y en aprender de ellos que en enseñar. Pero nunca está de más escuchar, siempre que los padres no renuncien a educar. Al menos, el progenitor podrá descubrir que, a veces, tiene que aprender primero lo que quiere enseñar después.

Ignacio F. Zabala

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