Bajo el sugerente título Naciones de rebeldes, el profesor Lucena Giraldo alude a esa multitud de personas que, en el siglo XIX, se alzaron contra el estado de cosas en América, originando las revoluciones de independencia. El autor examina fundamentalmente las de la América española, pero se ocupa también de las de Haití y Brasil, generalmente ignoradas.
Su propósito es investigar los orígenes de estas revoluciones, y no sus consecuencias, ya que, como escribe “no he pretendido explicar el siglo XVIII desde el XIX, sino el XIX desde el XVIII”. Para ello se remonta a mediados de esta centuria, cuando la aplicación en América de los decretos de la “Nueva planta” y las Intendencias, provocó grandes críticas en la sociedad americana, ya que suponía un cambio radical en la organización administrativa.
La Guerra de la Independencia española tuvo una influencia decisiva en el proceso político americano. Las noticias sobre la invasión de la península por las tropas francesas, la sumisión a Napoleón, y el establecimiento de una Regencia para gobernar en nombre del rey tuvieron un gran impacto en la sociedad, y la primera reacción americana fue de lealtad a Fernando VII.
El autor destaca como “capítulos olvidados” en la historia de la Guerra de la Independencia el importante apoyo económico de la América española, que se calcula en unos 30 millones de pesos, así como la participación de españoles americanos, entre los que destacó, con su brillante actuación, José de San Martín, más tarde libertador de Argentina, como oficial del ejército español en la batalla de Bailén.
La fidelidad americana se mantuvo hasta 1810, fecha en que comienza el “tránsito de lealtades”, en palabras de Lucena, que analiza ampliamente la creación de Juntas en las principales capitales para gobernar en nombre de Fernando VII, la aceptación o rechazo de la Regencia, las primeras revoluciones americanas, el papel decisivo de Francisco de Miranda y Simón Bolívar en Venezuela y su gran influencia en el vecino virreinato de Nueva Granada, así como en Perú, Chile y el Río de la Plata.
Lucena destaca el papel que el absolutismo de Fernando VII tuvo en los movimientos de independencia. El liberalismo proclamado en la Constitución de Cádiz y la participación en las Cortes alentó muchas esperanzas en los americanos. Pero el regreso del monarca en 1814, con la vuelta al absolutismo más radical, la liquidación de la Constitución de Cádiz, y el temor a perder las libertades ya conseguidas, terminaron por minar la fidelidad a la metrópoli, y dieron el empujón definitivo a las revoluciones emancipadoras.
Las guerras de independencia, su extremada crueldad en los dos bandos contendientes, la terrible declaración de “guerra a muerte”, la valentía y el heroísmo en ambos ejércitos, las grandes batallas: Boyacá, Carabobo, Maipú, Pichincha, Ayacucho, que fueron configurando la independencia de los distintos territorios, están recogidas en los dos últimos capítulos. Se destaca la indiscutible personalidad de los llamados libertadores, como Simón Bolívar y José de San Martín, aunque, como señala Lucena, han sido extremadamente mitificados por la historiografía post-revolucionaria.
Acompañan al libro unos excelentes mapas esquemáticos, muy útiles para el seguimiento del proceso emancipador.