(Actualización de la reseña publicada el 26 de septiembre de 2012)
El paso de los años y la lenta despolitización de la vida literaria española del siglo XX está propiciando que se reconozcan hoy más que nunca los méritos literarios y periodísticos del gallego Julio Camba (1884-1962), uno de los mejores periodistas de la primera mitad del pasado siglo XX y a quien muchos otros periodistas, como Josep Pla, César González Ruano y Francisco Umbral, consideraban un maestro. Su obra, que contiene novelas, libros de viajes y recopilaciones de sus excelentes reportajes, está siendo hoy editada por un puñado de editoriales.
Ahora, en la prestigiosa editorial Cátedra, con un espléndido y completo estudio introductorio a cargo de Francisco Fuster, experto en la literatura española de las primeras décadas del siglo XX, se publica la antología que el propio Camba preparó de sus artículos periodísticos, una excelente muestra de su categoría como columnista y periodista, con unas crónicas muy personales en las que mezcla el periodismo y la literatura.
En 1903, Julio Camba se instaló en Madrid tras una agitada estancia en Argentina, de donde fue echado por revolucionario. A su regreso a España, muy joven todavía, comenzó a colaborar en la prensa más radical; incluso fundó su propia revista anarquista, El Rebelde. Al poco tiempo ya era un periodista famoso de Madrid. Escribió en El País, El Mundo, La Correspondencia de España, La Tribuna, ABC, El Sol… Para muchos de ellos ejerció también como corresponsal en el extranjero: Estambul, París, Londres, Berlín, Estados Unidos…, escribiendo unas crónicas que llaman la atención por la calidad literaria y por el original punto de vista con que retrata la vida en estas ciudades y países, como se puede apreciar en esta antología, que contiene una buena muestra de estos artículos.
Camba fue uno de los periodistas más respetados y codiciados de su tiempo, pues sus crónicas, magníficas, muy entretenidas, eran muy leídas por todo tipo de lectores, que se identificaban con su estilo ligero y leve, su humor inteligente (a lo Chesterton) y su fina y sana ironía. Se consideraba discípulo de Azorín y de Pío Baroja, escritores con los que mantuvo una intensa amistad, lo mismo que con Valle-Inclán, Rubén Darío (con el que coincidió en París) y Ortega y Gasset. Su anarquismo inicial derivó posteriormente en un individualismo aristocrático y egoísta que cultivó durante toda su vida.
Apoyó la II República, aunque pronto se sintió defraudado. Sin que fuese un escritor descaradamente político, defendió la intervención del bando nacional, lo que le acabó pasando factura en la historia del periodismo. Amante de la buena mesa, se dijo de él que tenía mejor despensa que biblioteca. Con mucho humor, Camba declaró: “Creo que el amor, en la amistad y en el arroz a la valenciana”.
Sus primeros artículos están escritos imitando el estilo de Azorín, su declarado maestro. Luego, poco a poco fueron ganando en originalidad, humor e intensidad literaria. Durante la primera mitad del siglo XX fue reconocido como uno de los mejores cronistas de la contradictoria realidad española e internacional, aunque sus artículos tienen la habilidad de escapar del significado estrictamente político para convertirse en una mezcla de artículo de costumbres, de crítica, de política y de humor. Y es que Camba aborda todo tipo de asuntos con una desganada ligereza, con un estilo aparentemente leve e intrascendente y con un toque irónico con el que describe sin gravedad un conjunto de impresiones personales sobre la sociedad de su tiempo. Sus observaciones resultan muy agudas y en sus impresiones costumbristas y antropológicas, nunca sesudas, suele dar en el clavo.
En estos artículos aparece, pues, lo mejor de Camba, su fina ironía, su sutil inteligencia, su tono levemente superficial y anecdótico, y su asombrosa capacidad para, partiendo de una intrascendente anécdota, mostrar aspectos divertidos, insólitos y clarificadores sobre la realidad que le tocó vivir.
Julio Camba ocupa ya el lugar que se merece en la historia del periodismo español. Y es que leyendo estos artículos resulta indudable su magisterio sobre varias generaciones de columnistas, que aprendieron de Camba a rebajar el tono grandilocuente y apocalíptico y a utilizar la ironía, el humor y el desenfado para enfrentarse a la temida realidad.