Los inventores de enfermedades

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALDie Krankheitserfinder –Wie wir zu Patienten gemacht werden

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2005)

Nº PÁGINAS252 págs.

PRECIO PAPEL18 €

TRADUCCIÓN

GÉNERO

Es un síntoma inquietante que las orejas de soplillo, la calvicie, la timidez, la hiperactividad infantil, el aburrimiento vital, el postparto, la menopausia, los ataques de ira en un atasco o las arrugas faciales se conviertan en problemas que requieren atención quirúrgica, farmacológica o psiquiátrica. Esta medicalización de procesos normales de la vida y de su lógico desgaste, de rasgos físicos o de carácter un tanto excéntricos pero que enriquecen la variedad humana, o de los altibajos comprensibles del alma, la ilustra con pelos y señales el biólogo y periodista científico alemán Jörg Blech en un libro-denuncia muy bien documentado y con rigor técnico, que se lee con facilidad sin necesidad de ser experto en jerga médica.

La sacralización de la salud, con la condena puritana de esos nuevos pecados capitales del tabaquismo, fealdad, envejecimiento u obesidad, y como sucedánea de un mundo que se olvida del más allá e idolatra el más acá, está siendo muy bien explotada.

Blech demuestra conocer a fondo la secuencia que conduce a una «nueva enfermedad»: detección de la molestia -desde los sofocos menopáusicos al declive de la virilidad masculina-; luego, un laboratorio investiga o aprovecha un fármaco ya existente que alivia el problema; se hacen los ensayos pertinentes; se alquila un equipo médico de apoyo; se contratan encuestas de salud y gabinetes de comunicación; se organizan simposios patrocinados con todo pagado para médicos y periodistas; se inflan un poco las estadísticas; se monta una asociación de pacientes… y poco a poco se genera un estado de opinión que conduce a la aprobación del fármaco y a la aparición de miles de afectados que hasta entonces vivían en la inopia pero felices.

A veces, basta con acudir al hipnotizador diccionario médico: así, alguien no muy agraciado es un dismórfico corporal necesitado de cirugía y de terapia conductual; el clásico cascarrabias es un distímico sin culpa propia que hay que calmar con psicotropos, y un niño inquieto es un hiperactivo con déficit de atención al que se pacifica, no con más disciplina educativa, sino con psicocorrectores nerviosos.

El autor describe así, con testimonios irónicos y cifras hipocondríacas, los mecanismos médico-industriales y de «marketing»-manipulación que han conducido a superventas como Viagra, Ritalin o Prozac, al aumento desproporcionado de cesáreas y de cirugías estéticas, a la invasión hormonal, a la saturación de los divanes psiquiátricos y al abuso del diagnóstico tecnológico. Es un aluvión desorientador de mensajes aterradores que conduce a la contradicción y puede acabar en la carcajada o en el escepticismo.

Es, en fin, un libro revelador que quiere desenmascarar a esos nuevos vendedores de curas milagrosas, como los que aparecen en las películas del Oeste, que hoy se amparan en las estructuras legales y empresariales y en el exacerbado culto a la salud; un intento de sanear y devolver a su valioso cauce a esa parte del entramado médico-farmacéutico a la que le interesa por su propio bienestar económico que todos nos sintamos enfermos.

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