Los Inklings

Homo Legens. Madrid (2008). 479 págs. 22 €. Traducción: Juan Castilla Plaza.

TÍTULO ORIGINALThe Inklings

GÉNERO

Los Inklings fueron el grupo formado principalmente por C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, Charles Williams, Hugo Dyson, Warren Lewis, Owen Barfield, y más tarde Christopher Tolkien, todos ellos escritores, profesores y amigos que se reunieron durante años, una o dos veces por semana, en un pub de Oxford y en las habitaciones de Lewis. Su importancia como grupo se deriva del impacto que sus intercambios de opiniones tuvieron en las vidas y en las obras de todos ellos, especialmente Lewis y Tolkien. En realidad, como uno de los asistentes a las reuniones dice a Carpenter, “éramos sólo un grupo de amigos” y “existe una cierta tendencia a tomarnos más en serio de lo que nosotros mismos lo hacíamos”.

Como Carpenter había publicado en 1977 una biografía sobre Tolkien, abordó esta obra un año después centrándose sobre todo en la figura de Lewis, el alma de los Inklings, y dedicando también especial atención a Williams. Ambos libros tienen interés porque el autor tuvo acceso a muchos documentos inéditos y porque, al haber sido preparados muy poco después de la muerte de Lewis, en 1963, y de Tolkien, en 1973, pudo recoger muchos datos y sucedidos de primera mano. Esto último, sin embargo, es también una desventaja: se da pábulo a conjeturas más que discutibles, y se cuentan anécdotas o hechos que no parecen realmente significativos, o que podrían ser enfocados de otro modo si uno prescinde de las rumorologías y rivalidades académicas.

La obra tampoco deja clara la importancia de las obras de Tolkien y Lewis, en parte porque a finales de los setenta su éxito aún no tenía las dimensiones que con el paso de los años hemos visto, pero sobre todo porque Carpenter, al igual que la crítica oficial de aquella época, tampoco parece creer en la excepcionalidad literaria de Tolkien.

Por otra parte, igual que cuando biografió a Tolkien se veía que Carpenter no se hacía cargo de aspectos nucleares de su vida -intentar ser un buen padre de familia con cinco hijos y grandes agobios económicos, querer vivir su fe católica con profundidad y sin limitarse a unas prácticas religiosas-, tampoco aquí parece sentirse cómodo cuando trata sobre los empeños apologéticos de Lewis: es significativo que califique de verdadera la máxima de Charles Williams de que “no se puede hacer otra cosa, salvo decidir en lo que se cree”, y es curioso que afirme como posible que Lewis aprendiera esa lección.

Sorprenden algunas cosas de la traducción: entre otras que donde debería decir Cuaresma diga Lent.

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