Los elementos del periodismo

TÍTULO ORIGINALThe Elements of Journalism

GÉNERO

Bill Kovach y Tom RosenstielEdiciones El País-Aguilar. Madrid (2003) 284 págs. 17,90 €. Traducción: Amado Diéguez.

Escándalos debidos a actuaciones carentes de ética, rectificaciones y petición de disculpas a los lectores, dimisiones y ceses, reestructuraciones para evitar que esas deficiencias se repitan en el futuro: éste es el trayecto recorrido en los últimos meses por varios de los más prestigiosos medios informativos del mundo, como la BBC, «Le Monde» o el «New York Times». ¿Qué está pasando en el periodismo?

El libro de Bill Kovach y Tom Rosenstiel es un intento de diagnóstico de los males que aquejan al periodismo estadounidense. La metodología es típicamente anglosajona. Un grupo de destacados periodistas, profesionales y académicos, inquietos ante esta evolución, se reunía en junio de 1997 en el Faculty Club de la Universidad de Harvard. Esa reunión no se disolvió sin más, después de haber formulado los apocalípticos pronósticos de rigor, sino que dio lugar al Committee of Concerned Journalists (Comité de Periodistas Preocupados). Este libro resume el trabajo que ese grupo ha llevado a cabo desde entonces: organización de veintiún foros públicos a los que acudieron más de 3.000 personas y en los que se examinó el testimonio de más de 300 profesionales; entrevistas en profundidad a más de 100 periodistas; dos encuestas dirigidas a los informadores; una reunión de estudiosos dedicada al periodismo y la primera enmienda, etc.

De su trabajo se desprende que los factores que han llevado a la profesión a la situación actual van ligados al auge de un periodismo basado en el mercado y cada vez más disociado de cualquier noción de responsabilidad cívica. «El periodismo norteamericano comienza a caer en manos de la industria del entretenimiento y del comercio electrónico. El ocio y el comercio electrónico son en nuestros días lo que las industrias químicas y del acero fueron en los años treinta» (p. 45). «Los líderes del periodismo estadounidense se han transformado en hombres de negocios… El cambio ha ocasionado confusión y problemas morales dentro de las instituciones periodísticas y está minando la capacidad de los periodistas de redactar noticias sin favoritismo o temor» (p. 72).

Como consecuencia de este proceso, «la gestión por objetivos ligados a la cuenta de resultados divide las lealtades del periodista» (p. 84). La «obligación» de servir a intereses que no son los de los lectores y los de la verdad abre paso a un periodismo cada vez más interpretativo que desplaza el viejo periodismo de la verificación.

Ante este panorama, urge volver a poner en primer plano los valores básicos de la profesión: la obligación de buscar la verdad, la disciplina de la verificación, el afán de imparcialidad y la independencia, lealtad ante todo con los ciudadanos… Las conclusiones resultan en buena medida obvias. No viene del todo mal recordar al cabo de tantos estudios, entrevistas y reuniones que no hay recetas nuevas o milagrosas para hacer un buen periodismo. Sin duda que no está de más volver a las fuentes y redescubrir la importancia de lo básico. Olvidar o descuidar estos principios tiene siempre consecuencias trágicas, para los propios medios informativos en primer lugar.

En mi opinión, las recomendaciones formuladas por los autores son acertadas. En cambio, encuentro grave que al proponer remedios no tenga en cuenta la dimensión empresarial. Cualquier línea de actuación que aspire a incidir únicamente en el ámbito redaccional y no tenga en cuenta la dimensión empresarial parece condenada al fracaso. Para empezar, ¿quién va a pagar el coste económico de esas medidas que apuntan a un mejoramiento de la calidad de la actividad periodística? Los condicionamientos económicos pesan cada vez más: tendencia universal a la concentración, sometimiento de la información a los intereses estratégicos de esos conglomerados industriales y financieros, interferencias políticas como consecuencia de lo anterior, búsqueda del rendimiento a corto plazo, secuela de la cotización en bolsa de tantas empresas de comunicación o de la codicia de los propietarios, que lleva con frecuencia a imponer condiciones laborales indignas a los redactores, a pesar de que esos mismo empresarios repitan sin cesar que las redacciones son el núcleo de la actividad de sus empresas.

Suena a ingenuidad que, en lugar de intentar asociar a los empresarios en esos propósitos de mejora de la profesión, los autores se limiten a proponer que el periodismo ha de vigilar en nuestros días no sólo a los gobiernos, sino también a los patronos, percibidos como una amenaza para la prensa libre e independiente.

Alejandro Navas

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