Alabado hiperbólicamente por la crítica, Jonathan Franzen (Illinois, 1959) se ha convertido con su última novela, Libertad, en un fenómeno literario, en el que vuelve a demostrarse el peso que la cultura norteamericana tiene para el resto del mundo.
Ya en 2001, con Las correcciones, Franzen consiguió un espectacular éxito, con más de tres millones de ejemplares vendidos y el National Book Award. Las correcciones supuso un cambio de rumbo en su literatura, tras el fracaso de sus dos primeros experimentos novelísticos, La ciudad 27 (1988) y Movimiento Fuerte (1992), que pasaron sin pena ni gloria. También se ha publicado en España la colección de ensayos Cómo estar solo (2003), donde aparecen en crudo las ideas de Franzen sobre la política, la sociedad y la literatura, temas centrales en sus dos últimas novelas.
Las correcciones basaba todo su argumento en la exhaustiva radiografía de una familia norteamericana antes de los atentados del 11-S. En Libertad, continúa con la misma fórmula, pues en esta ocasión también el argumento se centra casi de manera exclusiva en las vicisitudes de la familia Berglund, poco después de la invasión de Irak. Tras un primer capítulo donde de manera rápida se cuentan los pormenores de la vida de esta familia, en el segundo y sucesivos capítulos se narra la historia desde la perspectiva de Patty, la esposa de Walter y madre de Jessica y Joey. Formalmente, sin embargo, a medida que se avanza en la lectura, la fórmula narrativa elegida resulta confusa, pues el autor mezcla la tercera persona –narrador omnisciente– con el relato de los hechos desde la mirada de Patty.
La novela va contando todos los pormenores de la vida de cada uno de los miembros de la familia, con especial atención a la relación entre Walter y Patty. Walter tiene una complicada relación con su familia, asunto al que a lo largo de la novela Franzen dedica muchas páginas; y lo mismo le sucede a Patty. A su vez, los dos hijos, Jessica y Joey, no tendrán precisamente una relación idílica con sus padres. De hecho, Joey, en plena adolescencia, antes de ingresar en la Universidad, decide abandonar el hogar e irse a vivir a casa de su novia, Connie.
De manera muy exhaustiva, con una delectación estilística que en ocasiones aburre, describe Franzen la crisis afectiva que padece Patty cuando sus hijos entran en la adolescencia y se alejan de su protección; crisis que, como en todas las que se cuentan en la novela, buscan la solución en las relaciones sexuales, con una reiteración que en algunos casos, por ejemplo en el caso de Joey y Connie, puede resultar hasta patológica. Todo esto, eso sí, teñido con un discurso psicologista que pretende convertir en tragedia clásica y de nuestro tiempo el malestar existencial que sienten la mayoría de los personajes.
Los humanos, esos depredadores
Walter es el personaje más descontento con la sociedad que le ha tocado vivir, en esos años en manos de George Bush y el partido republicano. Walter considera a Estados Unidos como el cáncer del planeta y juzga la guerra de Irak como un grotesco tejemaneje político-económico disfrazado del peor de los patriotismos. Hastiado del mundo, Walter se refugia en un ecologismo que es para él la razón de su vida y la manifestación de algo todavía más profundo: el terror que siente Walter por la superpoblación mundial, lo que le lleva a considerar a los humanos como unos depredadores, culpables de todos los males que aquejan al planeta.
Vinculado estrechamente a las ideas del partido demócrata –lo mismo que el propio Franzen, como se puede apreciar en los ensayos que forman parte del libro Cómo estar solo--, Walter ataca con rabia todo aquello que defienden los republicanos, retratados en la novela siempre de manera patética, con brochazos gruesos. En el mismo saco mete Franzen las religiones organizadas, a las que considera otro peligro mundial. Y de manera muy especial a los católicos y al Papa, criticados siempre que puede, sobre todo por no compartir sus ideas sobre el sexo ni sus temores sobre el peligro de la superpoblación.
Maniqueísmo descarado
En este sentido social, político y religioso, la novela es de un maniqueísmo sorprendente, pueril; y personalmente me ha llamado la atención que en las reseñas que he leído de esta novela nadie mencione el descarado partidismo político y moral de Franzen. Este rasgo invalida muchos de los ambiciosos objetivos que parecía plantearse en la novela y que buena parte de la crítica ha destacado, curiosamente, como el retrato fiel de los temores y angustias de los norteamericanos actuales. Este maniqueísmo acaba en un happy end ecologista muy cursi.
Pueden compartirse muchas de las inquietudes que tiene Walter sobre el futuro del mundo y el respeto al planeta. Pero, aún siendo preocupantes muchas de las situaciones que plantea, pienso que no alcanzan ni de lejos a convertirse en tragedias existenciales. Habla Franzen de su fascinación por lo que él llama “realismo trágico”, que lo podría emparentar con los grandes escritores rusos por su sentido agónico de la vida; sin embargo, uno no ve por ningún sitio en la novela ese halo de tragedia profunda, pues lo único que de verdad inquieta a Walter es el destino de la reinita cerúlea, pájaro que está en peligro de extinción y a cuya recuperación se dedica en parte la empresa para la que trabaja.
Muchas cosas aparecen en la novela con las que se pretende hacer un riguroso análisis del hombre de hoy. Esta ambición es uno de los rasgos sobresalientes de la novela junto con el poderoso estilo, capaz de penetrar en los más recónditos pensamientos de los personajes. Sin embargo, hay en todo momento un escoramiento subliminal hacia las inquietudes morales del propio Franzen que coinciden con el idealizado progresismo que propugna el partido demócrata y que anuncia un hombre nuevo para un mundo nuevo. Eso parece imposible de conseguir para los personajes de Libertad, pues los republicanos –en el tiempo de la novela, en el poder– han implantado el terror patriótico y una tétrica y violenta escala de valores conservadora y reaccionaria que refleja el peor rostro del imperialismo norteamericano. Contra estos valores va la novela. Lo que no podíamos pensar es que Franzen, para defender los suyos, fuera capaz de volcar tanta y tanta moralina.