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La paradoja del poder norteamericano

TÍTULO ORIGINALThe Paradox of American Power

GÉNERO

Taurus. Madrid (2003). 304 págs. 21 €.Traducción: Gabriela Bustelo.Poder y debilidadParadise and PowerRobert KaganTaurus. Madrid (2003). 165 págs. 17,20 €. Traducción: Moisés Ramírez Trapero.

Estos dos libros son ilustrativos de dos modos contrapuestos de entender la acción de Estados Unidos en el mundo y su relación con Europa, siempre con una óptica norteamericana.

Robert Kagan, columnista del Washington Post y miembro del influyente Council on Foreign Relations, tiene en común con Joseph S. Nye una formación académica en la prestigiosa Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. Nye, actual decano de dicha escuela y que fue subsecretario de Defensa de Clinton, tiene una percepción de la política exterior norteamericana opuesta a la de Kagan. Sin embargo, es el punto de vista de este último el que parece prevalecer en la orientación exterior de la Administración Bush.

El libro de Kagan es, ante todo, una teoría del poder en las relaciones internacionales en el que se afirma la supremacía de los poderes político y militar. Son éstos el verdadero hard power sobre el que se asienta la hegemonía de la única superpotencia mundial. De ahí que en la obra de Kagan predominen los argumentos históricos y políticos y estén, por el contrario, ausentes las estadísticas, las consideraciones sobre el poder económico, la globalización o la revolución de la información que Nye sí tiene en cuenta.

Nye mira al siglo XXI en términos de soft power, de capacidad de influencia de Washington en sus aliados y en el resto del mundo para así ganárselos para sus intereses. Es una forma de influencia sutil que no se basa ni en la amenaza ni en una servil recompensa. Mientras Kagan sigue creyendo que la auténtica prueba del poder reside en la potencia bélica, Nye piensa que Estados Unidos debe invertir más en recursos diplomáticos. De mirar a la historia reciente, Estados Unidos debería fijarse en la experiencia del Imperio británico en el siglo XIX. Londres no se planteaba únicamente el objetivo del equilibrio entre las grandes potencias, sino que también trataba de fomentar los principios liberales económicos y políticos a escala universal.

El mundo de hoy se vuelve cada vez más complejo, sobre todo por el auge de las relaciones transnacionales que escapan al control estatal. Por eso resulta muy simplista reducirlo a un mundo hobbesiano de lucha de todos contra todos y en el que la seguridad debe prevalecer sobre las normas internacionales. Además, la imagen de un mundo de Estados soberanos que se contrarrestan entre sí por medio del principio de equilibrio es más propia del siglo XIX que del XXI, pues hay otros agentes no estatales que están llamados a desempeñar un papel en las relaciones internacionales. Frente al unilateralismo que se deriva de las tesis de Kagan, Nye defiende un multilaterismo en el que se conjugen los bienes públicos globales -el Derecho Internacional es uno de ellos- con los intereses nacionales norteamericanos. Así pues, la única superpotencia no debe actuar en solitario. Según Nye, Estados Unidos tiene que conseguir que su poder hegemónico sea percibido por la mayoría de los países como algo aceptable y legítimo, y huir de políticas arrogantes sustentadas exclusivamente en el uso de la fuerza.

Pero no es el enfoque de Nye el que prevalece en estos momentos. Los acontecimientos del 11-S han acentuado en Estados Unidos el interés por la geopolítica y los desafíos a la seguridad. Esta óptica es un campo abonado para el unilateralismo. Las tesis de Kagan están en esta línea y critican a una Europa más preocupada por la negociación y la cooperación que en tomar conciencia de los peligros que pueden acecharla. Según Kagan, Europa vive en un paraíso postmoderno, dedicada a construir un espacio común jurídico-económico. Pero este mundo nunca hubiera sido posible sin la presencia militar norteamericana. Afirma irónicamente Kagan que a los europeos «el viaje les ha salido gratis» y que tampoco han cumplido sus promesas, tras el final de la guerra fría, de contribuir al esfuerzo militar de Estados Unidos.

Así pues, el creciente peso económico de Europa y sus continuas recomendaciones a favor del diálogo no son una manifestación de poder sino de debilidad. Europa nunca podrá contar realmente en el mundo mientras sea un enano político-militar y siga concibiendo la seguridad no tanto como una cuestión geopolítica sino como una cuestión doméstica, centrada en la lucha contra el crimen en el continente europeo. Europa es, sobre todo, un espacio de estabilidad cuyas normas y procedimientos no son transferibles a un mundo hobbesiano o anárquico. Con todo, Kagan aboga por el entendimiento mutuo entre Europa y Estados Unidos, pues comparten valores comunes. Sin embargo, lo hace al finalizar el libro, sin aportar sugerencias concretas, y por esto su obra nos deja la sensación de una progresiva fractura en las relaciones transatlánticas.

Antonio R. Rubio

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