Tras el éxito de La librería ambulante, publicada en 1917, el escritor y periodista Christopher Morley decidió escribir una continuación, que salió en 1919.
Si en La librería ambulante se contaban las aventuras de Helen y Roger en el campo con el carromato “El Parnaso” que hacía las veces de tienda de libros, en su continuación ya están los dos instalados en Brooklyn y regentan la librería “El Parnaso en casa”, hecha a imagen y semejanza de los sueños librescos de Roger. Allí solo se venden libros de segunda mano, pues, como dice, “solo compro libros que considero que tienen una razón suficiente para existir. Mientras el juicio humano sea capaz de discernir, intentaré mantener mis estanterías libres de basura”.
En la librería celebra también sus reuniones “El Club de la Mazorca”, una singular asamblea de libreros amigos de Roger a la que acude también el señor Chapman, un potentado de los negocios que es un enamorado de los libros. Este le propone a Roger y Helen que contraten como dependienta a su hija Titania con el fin de que la joven, educada en las mejores escuelas para señoritas, conozca más de cerca lo que es la vida y tenga la oportunidad de descubrir el amor a los libros. También visita la librería Aubrey Gilbert, que trabaja en la Agencia de Publicidad Materia Gris y que le propone a Roger hacer una campaña de publicidad para vender más libros.
El argumento se complica inesperadamente con la misteriosa desaparición de uno de los libros de la biblioteca. Aunque el argumento, en la segunda parte, se inclina hacia la intriga política y policíaca, dando mayor peso a Aubrey que a Helen y Roger, esto no es lo más importante de la novela. Como en la anterior, lo que sobresale son las reflexiones de Roger y sus amigos sobre el poder y la pasión que despiertan los libros: “No hay nadie más agradecido que un hombre al que le has recomendado el libro que su alma necesitaba sin saberlo”. Hay muchos momentos muy buenos, como las discusiones que tienen los libreros de “El Club de la Mazorca” sobre cuál es el papel de los libreros, qué libros son los que hay que sugerir y si hace falta publicidad en un negocio en el que lo que se busca es “la irradiación” de la verdad y la belleza.
También son muy interesantes la divagaciones de Roger sobre los libros y la guerra (con referencias al devenir de la Primera Guerra Mundial). Tanto Roger como Helen (y su perro Bock) resultan personajes muy cordiales, con una actitud positiva ante la vida y enamorados de una profesión que se dedica a contagiar cómo “los libros son el único consuelo permanente”.