La forja del Nuevo Mundo. Huellas de la Iglesia en la América española

Sekotia. Madrid (2008). 222 págs. 17 €.

GÉNERO

La personalidad de un pueblo viene definida principalmente por su cultura y su religión, elementos esenciales que configuran su idiosincrasia. Por ello, la profesora universitaria María Saavedra Inaraja ha profundizado en estos factores para definir la personalidad del pueblo hispanoamericano. Lo hace tomando como hilo conductor la presencia de la Iglesia en suelo americano desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo.

Para situar al lector ante la realidad de España en 1492, cuando tras el descubrimiento se inicia la evangelización de América, ofrece una breve referencia a la trayectoria histórica española hasta la época de los Reyes Católicos. Con el mismo objetivo, hace un rápido recorrido por la historia de América precolombina, destacando sus culturas principales, creencias y costumbres.

Dedica particular atención a la colaboración entre la Corona española y la Iglesia, articulada por medio del Patronato Regio. Esta peculiar institución, por la que los reyes de España tomaban a su cargo la organización material de la iglesia americana y el envío de misioneros, a cambio de las concesiones pontificias otorgadas en las llamadas Bulas alejandrinas, permitió la rápida introducción del cristianismo en las nuevas tierras, y fue el elemento decisivo para la evangelización de América.

Se subraya también que la Iglesia no solo se ocupa de cristianizar las nuevas tierras, sino que inspira y da forma a instituciones culturales, educativas, asistenciales, configurándose así como un componente fundamental de la cultura y personalidad del pueblo americano. La Iglesia deja allí una fuerte impronta, y, en palabras de Saavedra, “no exclusivamente en el orden de las creencias”.

La iglesia americana se organizó a imitación de la europea, dividiendo el territorio en archidiócesis, diócesis y parroquias. La autora resalta el papel fundamental que las órdenes religiosas desempeñaron en la evangelización, y reseña a grandes rasgos la actividad de las principales órdenes: franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas.

Un aspecto que se analiza con cierto detalle es el proceso denominado inculturación, o adaptación del evangelio a las culturas americanas. Destaca en este sentido el aprendizaje de lenguas indígenas por parte de los misioneros, así como el estudio de las costumbres, que originaría la ciencia etnográfica, con figuras tan destacadas como fray Bernardino de Sahagún, o fray Toribio de Benavente, conocido como Motolinía. La aparición de catecismos en edición bilingüe castellano-náhuatl, u otras lenguas, y también los catecismos pictográficos, como el de fray Pedro de Gante, así como el teatro misionero, la música, pintura, escultura, fueron eficaces medios empleados para transmitir la fe cristiana.

A lo largo del libro aparecen breves semblanzas de algunos protagonistas de la tarea misional, que en palabras de la autora, “dotan de viveza y realismo a lo narrado”, ilustrándolo con sus propias vidas.

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