La civilización del espectáculo

Alfaguara.

Madrid (2012).

225 págs.

17,50 €.

La superficialidad, la diversión entendida como simple entretenimiento, y la vulgaridad están a la orden del día en el cine, la televisión, el teatro y la literatura, en los medios tradicionales de comunicación y, por supuesto, en los nuevos medios. De modo creciente estas formas banales ganan más adeptos y sepultan esa otra cultura que fue esqueleto y a la vez peso, fundamento.

Vargas Llosa analiza este fenómeno sobre el que muchos han escrito antes. Este ensayo es un conjunto de reflexiones de corte divulgador sobre algunos aspectos de esa trivialización y en definitiva del espectáculo que hoy digerimos a gran velocidad, sea en letra impresa o en imagen. Cada capítulo se cierra con un artículo que el propio autor ya publicó en El País, una coda que en cierta manera parece actuar como testimonio de que el autor ya veía todo esto en los 90 y escribió sobre ello.

El texto comienza con un repaso breve a algunos de los que se han dedicado a escribir sobre este tema en las últimas siete décadas: T.S. Eliot y su ensayo Notes towards the Definition of Culture en 1948; George Steiner en 1971 en In Bluebeard’s Castle. Some notes towards a redefinition of culture; Guy Debord en 1967 con La societé du spectacle; y, por último, el más reciente Frédéric Martel con Culture Mainstream. Tras esto, dedica un capítulo a proponer un discurso de la cultura, y pasa luego a analizar aspectos concretos de esa civilización del espectáculo: el todo vale o la pérdida de sentido de autoridad, la desaparición del erotismo, la relación de política y poder y la religión.

Vargas Llosa señala en este texto las debilidades de una sociedad, y también de los llamados intelectuales, que han facilitado el camino hacia la estupidez colectiva por comodidad, servidumbres ideológicas en muchos casos y complejos diversos.

Es un libro, pues, interesante y en gran manera valiente, aunque, en líneas generales, todo ha sido dicho de modo más profundo por otros, como los que él mismo señala en el capítulo primero.

La lectura deja curiosamente cierta sensación de que se trata de un análisis quizás él mismo un tanto superficial, de modo especial cuando aborda algunos temas que parecen exigir algo más de matices, como es el caso de la religión, que Vargas Llosa despacha a veces con plumazos de trazos un tanto gruesos y simples.

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