Son ya numerosos los libros que advierten contra los efectos negativos que puede tener el uso de Internet en el plano psicológico y en el de las relaciones humanas: narcisismo, pérdida de contactos personales, dispersión mental, deterioro del hábito de lectura… A Andrew Keen le preocupan los perjuicios socioeconómicos del “capitalismo digital”.
Según la promesa original, la red sin centro y sin propietario democratizaría la creación y el intercambio de conocimientos, y diseminaría la riqueza. Pero ese era el ideal de los fundadores, que tenían en mente la red científica y universitaria de los comienzos. La posterior Internet comercial, alega Keen, ha contribuido poderosamente a la desigualdad creando una plutocracia tecnológica servida por un proletariado con empleos inestables y mal pagados: el “precariado”, en expresión de Guy Standing.
Keen señala problemas realmente serios. Uno es la concentración de poder económico en cuasimonopolios, por la naturaleza del negocio mismo: en la explotación de los big data, el gran tamaño aumenta la rentabilidad, pues cuantos más usuarios tiene un servicio, más útil es. Otros derivan del modelo basado en contenido gratuito financiado por la publicidad. Los márgenes son muy pequeños, y solo la acumulación da beneficios. Así, YouTube puede ganar una enormidad mientras casi todos los autores aportan gratis o cobran unos derechos miserables. Se ha devaluado la creación en ámbitos como la música o el periodismo, y se ha fomentado la piratería. La “desintermediación” sustituye empleados fijos por amateurs que conducen coches de Uber o parados intermitentes a la espera de que les contraten para tareas ocasionales mediante aplicaciones de trabajo temporal como TaskRabbit.
Pero Keen no siempre apura los hechos. Cuando da números sobre destrucción de empleo, no suele precisar si la pérdida es neta, y en algunos casos se deduce que no lo es. Todas las innovaciones tecnológicas han eliminado puestos de trabajo al principio y luego han creado más; Keen no demuestra que esta vez no vaya a ser así. Exagera los efectos del capitalismo digital al pintarlo como si fuera toda la economía, como si ya no hubiera altos hornos o granjas de cerdos. Cuando habla de la “casta tecnológica adinerada”, que se jacta de rompedora y es el prototipo del establishment, no solo critica actitudes: también denigra a las personas.
Este es un libro escrito con la pasión de un manifiesto y el colorido de un reportaje, en que a veces la anécdota suplanta al argumento.