Como profesor de Literatura y crítico, John Bayley (Lahore, Pakistán, 1925-Lanzarote, 2015) tuvo que meditar el título que daría al primer libro –le seguirían dos más, y otro sobre su viudedad– dedicado a su esposa, Iris Murdoch. Pese a que el género elegíaco tiene resonancias fúnebres, estas páginas abarcan solo el primer periodo de la enfermedad de Alzheimer de la novelista, aunque se interpolan recuerdos de sus años de juventud y algunas notas sobre su vida en común antes del diagnóstico. El tono, sin embargo, no es el de un obituario, ni siquiera por los recuerdos perdidos, sino el de una verdadera oda al amor y a uno de sus componentes indispensables, que es la admiración.
Desde que se enamoró de la joven profesora de Filosofía –casi nada más conocerla–, en los 43 años que duró el matrimonio, parece que su esposa nunca dejó de intrigar, divertir y, sobre todo, deslumbrar a Bayley. Con una modestia indestructible, apenas habla de sí, persuadido con razón de haber compartido su vida no solo con una de las autoras más inteligentes y dotadas de talento de la literatura del siglo XX, sino con una persona de una bondad tan sencilla que a veces parecía ignorar la devoción que suscitaba a su alrededor.
Con una curiosidad divertida, el autor reconstruye parte de las amistades literarias de su esposa, que se relacionó en persona, por carta o por teléfono –las menos de las veces, porque le repugnaba, salvo para dar recados– con un buen número de novelistas y filósofos de renombre. En ese diálogo con los intelectuales de su época puede verse una transición, desde los salones sofisticados de la alta burguesía y la aristocracia francesas del XIX, pasando por el desenfado y la pérdida del formalismo del grupo de Bloomsbury, hasta la constitución de un salón itinerante, en el que aparecen todos los nombres relevantes, pero no se mezclan entre ellos.
El deterioro provocado por el Alzheimer puso fin a esos intercambios de ideas, pero respetó al menos la ternura con la que Murdoch trataba a quienes se le acercaban. Las páginas en las que se citan de forma explícita las consecuencias físicas, emocionales y cognitivas de este trastorno terrible son siempre benévolas; como sucede a la mayoría de los pacientes, también ella fue regresando a una especie de infancia, que su marido tiene la delicadeza de no exhibir ni recargar con adjetivos.
Así, leer que una de las novelistas y pensadoras fundamentales de las últimas décadas del siglo XX seguía con atención las aventuras de los Teletubbies no provoca más que una sonrisa; para Bayley, esa era la misma Iris de la que se enamoró de joven, porque su deslumbramiento fue muy anterior a todos sus logros.