El último que apague la luz

Taurus.

Madrid (2013).

224 págs.

19 € (papel) / 7,99 € (digital).

TÍTULO ORIGINALSobre la extinción del periodismo


Esta reseña fue publicada en el servicio impreso 67/13

Titular un libro El último que apague la luz. Sobre la extinción del periodismo no parece una decisión acertada si a lo que se quiere hacer referencia es a las posibilidades de supervivencia de una profesión y al negocio basado en ella. Sí lo es, en cambio, si se trata de enumerar una vez más todas las dificultades a las que se enfrentan. A lo largo de cinco ensayos, que denomina “meditaciones”, Lluís Bassets, director adjunto del diario El País, salta de uno a otro enfoque para solo dejar claro realmente que la única víctima de la crisis múltiple que sufren los medios de comunicación es el periódico impreso. Quizá porque no cree realmente en el ocaso total, Bassets ha escamoteado la coma que haría comprensible la expresión: “El último, que apague la luz”.

Partiendo de los años en los que se instaura la democracia en España, Bassets narra el auge y declive del periodismo y de la empresa periodística. De ser elite que vela por la formación de una opinión pública libre a convertirse en el oficio menos valorado en los rankings pregonados por las radio fórmulas. En el entreacto muchos han hecho dinero pero luego lo han perdido tratando de mantener unas estructuras sobredimensionadas sin hallar el tan ansiado elixir de la rentabilidad.

Aunque reconoce que se trata de algo que va más allá de una crisis de lectores y de publicidad, el autor defiende que el periodismo no está desapareciendo, tan solo está cambiando sin mudar su esencia. Y cambia porque las personas que compraban y leían periódicos han cambiado su forma de ver el mundo. Lejos queda ya la estampa del desayuno aderezado con cabeceras periodísticas. “Con la muerte de la prensa escrita desaparece la conciencia del mundo que llegaba cada mañana a nuestras manos”, dice un Bassets nostálgico. ¿Cómo organizar la libertad y la democracia sin ese pliego de papel que llegaba a tantas manos a la vez?

La teoría del long tail de Chris Anderson (de pocos productos que concentran toda la demanda se pasa a muchos productos con demandas minoritarias) se podría hacer extensible al modo de informarse de las personas hoy (de unos pocos momentos del día en los que la gente se informaba se ha pasado a un estado de conexión permanente). Lo que lleva a la pregunta que no parece tener respuesta todavía: ¿Cómo vender un producto informativo a un ciudadano hiperconectado que sabe todo lo que quiere saber sin necesidad de pagar por ello?

Bassets apunta al papel que desempeñan las empresas de tecnología como Google en el declive del negocio de la información. Pero la realidad ha ido más allá cuando Jeff Bezos, fundador de Amazon, ha anunciado no hace mucho tiempo la compra de uno de los diarios con más solera de Estados Unidos, The Washington Post. Quizá las empresas tecnológicas, especialmente en el caso de Amazon, que sí está relacionada con el mundo editorial, sean las que vuelvan a entrar en el negocio y enciendan esa luz que los anteriores propietarios no tenían muy claro cómo mantener encendida.

“Soy optimista sobre la posibilidad de invención”, aseguraba el nuevo propietario del Washington Post. Y no le falta razón: en una sociedad en la que todavía impera la cultura de la gratuidad, la creatividad empresarial será clave para la supervivencia del buen periodismo. Aunque sea bajo el paraguas, como apunta Bassets, de modelos cooperativos o del mecenazgo de fundaciones sin ánimo de lucro.

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