Durante mucho tiempo, en el mundo de la teoría política se ha señalado a las instituciones como la clave para el desarrollo de las naciones; Víctor Lapuente, profesor del Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo, plantea una nueva visión: es la retórica política la que permite distinguir a los países prósperos.
No es de extrañar que en la sociedad de la información las palabras se hayan convertido en la materia prima por antonomasia de la vida política y que, como experimentamos a diario, sus consecuencias vayan más allá del periodo electoral y afecten directamente la calidad de las políticas públicas.
El autor identifica dos grandes retóricas políticas: la del chamán y la de la exploradora. La primera, muy familiar en estos tiempos, se basa en la indignación, la lucha, soñar con lo imposible…, mientras que la segunda se centra en poner la realidad frente a las alternativas factibles. A la luz de estas categorías, el autor analiza algunos de los temas más relevantes de la política y la democracia reciente en España, poniendo de manifiesto que, lejos de ser problemas originales, son problemas compartidos por muchos de los países de nuestro entorno.
El autor, gracias, sobre todo, a su conocimiento y experiencia en los países nórdicos, se atreve a enfrentarse a un buen número de ideas establecidas, que identifica con la retórica del chamán. Afronta así, entre otras, las supuestas ventajas de una mayor politización de la sociedad, señalando a esta como elemento de inestabilidad. Niega también que las elecciones traigan necesariamente más prosperidad, mostrando con datos que una democracia más limitada no supone necesariamente una democracia de peor calidad, y señalando la burocracia como principal garantía frente a la arbitrariedad. Lapuente también advierte contra la creencia en la democracia interna como garantía democrática, y denuncia las primarias como un elemento que puede reducir la competitividad, facilitando el control de la cúpula. También destaca su oposición a los sistemas directistas, o de democracia “radical”, frente a los que Lapuente apuesta por la democracia representativa, como una forma de distribución más igualitaria del poder.
La respuesta del chamán frente a estos problemas se repite: la rebelión, que supone una huida hacia el precipicio de la historia, “una máquina de triturar grandes ideales colectivos”, y que logra resultados contrarios a los prometidos: así, hace más irrealizable el Estado de bienestar, por el exceso de expectativas, convertidas en un impulso para la revolución, no para la realidad.
Sin ignorar que en política las razones deben cabalgar sobre emociones para llegar lejos, Lapuente reivindica la figura de la exploradora, que busca porque no tiene todas las respuestas, que prefiere los pasos pequeños y continuos a los grandes saltos, y reivindica lo pequeño frente a las retóricas maximalistas. Y cifra en esa eficiencia adaptativa, esa flexibilidad, el elemento diferenciador que permite que sean las instituciones las que se adapten a su sociedades y no al revés, como pretenderían los chamanes de esta tierra.
El autor contrasta mitos con realidades y contra los “pecados capitales” del chamán, plantea las “virtudes cardinales” de la exploradora: frente a los sueños imposibles, las soluciones factibles; frente a la indignación, templanza, contra las rupturas, los ajustes incrementales; frente al que lo sabe todo, aquel que, desconcertado, busca soluciones; frente a las grandes expectativas, los objetivos pequeños; contra el Estado que protege regulando, el que protege liberando; frente a la unión que fortalece, la diversidad que permite probar y copiar lo que funciona; y frente al espíritu de Robin Hood, la mentalidad de los mosqueteros.