El poder gris. Una nueva forma de entender la vejez

Mondadori.
Madrid (2003).
286 págs.
19,43 €.

GÉNERO

El profesor de Sociología de la Universidad Complutense Enrique Gil Calvo está convencido de que se prepara una revolución cultural en los próximos años que afectará de lleno a la sociedad española: la revolución de la vejez, el «poder gris» que asumirá el protagonismo de su propia historia y acabará con la «dictadura» institucional y médica características de nuestro tiempo.

Hasta ahora, esta revolución no ha sido posible porque los siete millones de jubilados existentes proceden de generaciones anteriores a la guerra civil, están divididos, tienen un escaso nivel de estudios y se han habituado a la pasividad cuando no al ostracismo al que los condenan la sociedad so pretexto de protegerlos. Los que van a tener la sartén por el mango en un futuro ya cercano son los actuales «babyboomers», esa generación nacida en los años del desarrollismo económico, la prodigiosa década de los sesenta. Esta generación sólidamente preparada estará dispuesta a dar la batalla para romper con la obligatoriedad de la jubilación a los 65 años. Gil Calvo les promete casi el paraíso terrenal por el mero hecho de que serán sujetos de su propia vejez, en vez de quedar reducidos a sujetos pasivos de los actos de los demás, sean justos o injustos… Pasarán a ser, por lo tanto, el factor dominante de la sociedad, porque habrá menos jóvenes y porque transformarán las instituciones a su servicio.

Esta revolución inminente la describe Gil Calvo de manera reiterativa y con citas abundantes de numerosos especialistas mundiales en temas relacionados con la ancianidad. En este sentido, su ensayo sobre el «poder gris» es una aportación sociológica de indudable interés político.

Por supuesto, el propio autor se considera uno de esos «babyboomers», a los que perfila como pacifistas, escépticos y provocadores. En plena coherencia con el agnosticismo del que hace gala, Gil Calvo está convencido de que una de las conquistas de los futuros jubilados será la de ser libres para acabar con sus vidas como les plazca. De esta manera, el libro, que prometía ser un ensayo ecuánime sobre la evolución de las generaciones, se convierte en uno de sus capítulos en una apología del suicidio y la eutanasia. Al mismo tiempo, descarta la posibilidad siquiera de trascendencia, como si no fuera un elemento distintivo de muchos maduros y ancianos de hoy.

Gil Calvo considera la vejez en sí misma como un fracaso de la vida y, por lo tanto, como la antesala de la muerte que tanto miedo causa. Una muerte, claro está, sin esperanza, porque la vejez, a su modo de ver, no tiene ya posibilidad alguna de esperar nada, salvo la muerte. Por supuesto, Gil Calvo no recuerda o no ha leído a Jean Guitton que definía al hombre como un ser que siempre está a la espera. ¿No hay esperanza para el viejo aparte de saberse libre de programar a su antojo la propia muerte como si fuese dueño de su vida?

Como la lectura de este libro ha coincidido con la visita a Madrid de Juan Pablo II, no he dejado de preguntarme sobre la relación existente entre el panorama descrito por Gil Calvo y ese entusiasmo suscitado por el anciano Papa en la juventud que lo aclamaba como «joven». Un joven de 83 años que todavía hace proyectos de nuevos viajes apostólicos… Pero, en fin, cada cual ofrece lo que tiene, y Gil Calvo tiene poca esperanza en la posibilidad de otra vida.

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