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El conocimiento secreto

TÍTULO ORIGINALSecret Knowledge

GÉNERO

Destino. Barcelona (2001). 296 págs. 460 ilustraciones. 57,10 €. Traducción: Hugo Mariani.

David Hockney es un conocido artista pop inglés afincado en California. En 1999, una exposición sobre Ingres en la que se incluían dibujos le hizo sospechar que tal vez el artista francés se valió para su realización de un artefacto óptico. Desde entonces empezó a investigar sobre la posibilidad de que la utilización de lentes y espejos estuviera más extendida entre los artistas de lo que han llegado a proponer los historiadores del arte. Se conoce como realismo óptico a la nueva forma de pintar que aparece en Holanda en el siglo XVII y que estaría representada por Vermeer. Los estudiosos piensan que Vermeer se sirvió de la cámara oscura para sus composiciones y que la utilización de la óptica coadyuvó a generar una nueva forma de ver y, en consecuencia, una nueva estética.

Hockney propone que ya en la primera mitad del siglo XV tanto los artistas italianos del primer renacimiento como los primitivos flamencos conocían y utilizaban la óptica para su obra. Y aunque no todos los artistas la usaran, sí estarían influidos por los que destacaban, compartiendo así un mismo estilo sin saber de óptica necesariamente. Si no hay referencia escrita sobre todo ello es porque los artistas son reacios a hablar de sus métodos. En cualquier caso, argumenta Hockney, los mejores documentos son las propias obras de los artistas. Sólo hay que saber mirarlas. Y ese es el punto más débil de la argumentación de Hockney.

Ya que él es artista, comparte una forma de mirar con los otros artistas que escapa a los historiadores. Es decir, no se repara en la diferencia que media entre la investigación científica y el ensayo. Es cierto que algunas de las pruebas plásticas que presenta son difícilmente refutables. Y, sin embargo, según se avanza en la lectura (del texto y de las imágenes) es difícil apartar la idea de que, si bien todo lo que propone Hockney es posible, es ingenioso y plantea cuestiones interesantísimas, no es en absoluto necesario para explicar lo que intenta explicar; ni, en ocasiones, es válido. De Velázquez se sabe que en su biblioteca había libros sobre óptica y que conservaba instrumentos ópticos. Incluso llegó a explicarse la complejidad de Las meninas a través de la utilización de espejos. Pero concluir que las caras que aparecen en sus pinturas son tan reales que se parecen a las de una fotografía de hoy en día, demuestra una desconfianza indescriptible en las virtudes de los maestros del pasado.

El libro consta de tres partes: la primera pretende probar la tesis a través de la reproducción de las obras (ojo, que algunas tienen truco), la segunda reproduce fuentes textuales primarias e historiográficas sobre la cuestión, y en la tercera se incluye la copiosa correspondencia que, a lo largo de la investigación, el autor ha mantenido con algunas de las eminencias de la historia del arte.

Esperemos que la interpretación de Hockney no se vuelva contra él, pues otra forma de ver todo este asunto es invertir el argumento: ¿no será que los artistas contemporáneos han olvidado cómo se dibuja sin la ayuda de una cámara? El conocimiento secreto no sería sino conocimiento perdido. Aunque también podría ser que Hockney hubiera acertado. Pero no hay que olvidar que de El Greco también se dijo que pintaba así por astigmático.

José Ignacio Gómez Álvarez

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