Ecosistema y explosión de las artes

Juan Antonio Ramírez

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (1994). 144 págs. 1.500 ptas.

La génesis y difusión del arte han sido tradicionalmente ocasión para elaborar determinados mitos cuya persistencia conduce a la comprensión de fenómenos de hogaño desde categorías de antaño. Juan Antonio Ramírez nos propone una inicial perplejidad para pasar después a desbrozar los nuevos comportamientos de las distintas especies que conviven en su ecosistema. Desde el propio artista hasta el público, pasando por el galerista.

De todo hay: la vanguardia provocativa y épatante que es reabsorbida por el mismo sistema al que maldecía; lo démodé que resurge misteriosamente y con el casi único acompañamiento de una razón mercantil; el artista maldito que persigue y adopta su propia maldición como pose; la reconversión de los museos -antes mausoleos- en exposiciones temporales de rabiosa actualidad; la preeminencia del texto sobre el objeto plástico y la hegemonía del crítico: si el artista crea obras, el crítico crea artistas. Ramírez ofrece un lúcido análisis de los supuestos papeles y las atribuciones de hecho que configuran el desconcertante panorama del arte. Y no sólo en cuanto quehacer y modus vivendi de un determinado gremio, sino como un fenómeno social que se alimenta de y al mismo tiempo repercute en lo cotidiano de forma universal: el kitsch, la publicidad, el cine, la fotografía, la moda, etc.

La ingenuidad natural en el profano nos había llevado a pensar en una dinámica de dos agentes: el artista, que produce obras de arte, y el público, que las consume. La realidad será mucho más compleja, porque el proceso entraña una multitud de mediaciones con ocasión de las cuales el objeto artístico sufre severos cambios antes de presentarse ante el espectador. La legitimidad de estas mediaciones se obtiene al caer uno en la cuenta de su necesidad para mantener el sistema del arte. El galerista permite la difusión de la obra, aunque para ello propicie la confusión entre los valores artístico y comercial; el coleccionista aparece con visos de mecenas, pero puede comportarse como mero especulador; el crítico permite una aproximación más inteligente, pero puede discriminar atendiendo a razones extraartísticas; etc. Ramírez nos hace partícipes de su autorizada perplejidad sin por ello permanecer en un mero balbuceo. Su análisis -libro de «emblemas» en que el texto es ilustrado con impagable ironía- alcanza la amenidad sin renunciar a la precisión.

Gabriel Insausti

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