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Creados por amor, elegidos para amar

Juan Ramón García-Morato

GÉNERO

EUNSA. Pamplona (2005). 142 págs. 11 €.

El texto de este médico, sacerdote y profesor de la Universidad de Navarra nació al calor de las inquietudes y de las preguntas incisivas de medio centenar de alumnos y alumnas de la asignatura de Teoría de la Cultura. ¿Qué circunstancia se introdujo en la historia para que, al paso del cristianismo, floreciera un fenómeno inaudito como el celibato por el reino de los cielos? La fe cristiana -fe en un Dios que «habitó entre nosotros», que une a su ser divino la pobre condición natural de su criatura- ha convivido desde su origen con una sabia y sabrosa combinación de la corporalidad -un cuerpo que volverá a levantarse en la resurrección final- y la más elevada espiritualidad. Carne y espíritu, sensibilidad y mística, instinto y razón, pasión y libertad. Un compendio tan complejo como hermoso que manifiesta en el amor su verdad más profunda, su yo más íntimo.

El amor hace posible la alianza estable de una persona con otra. La imagen que la teología utiliza desde tiempos de san Pablo es la del amor-entrega de Cristo a su Iglesia. Ese mismo amor que lleva a darse a una criatura es el que puede elevarse a un grado más perfecto si la persona es elegida y llamada para el celibato. «Las personas que viven el celibato no son necesariamente mejores que las demás -dice el autor-; pero son, siempre y ante todos, icono de Dios y de su relación con el mundo, del amor del Padre por las criaturas, a las que alumbra con su vida, que se da sin condiciones en el Hijo; y ambos derraman su donación plena (el Espíritu Santo) en un amor que inunda el mundo y lo conduce a la eternidad» (pág. 91).

El libro se divide en dos partes. La primera, fundamento, expone la singular misión de cada persona en el mundo. Elegida y llamada por amor, su vocación al amor mismo supone una misión irrepetible que entrelaza los planes divinos con los de cada cual en el transcurso de su existencia. La segunda parte, centrada en el don del celibato, analiza y detalla la dimensión práctica del hecho de responder afirmativamente a la llamada al «amor hermoso», como gustaba a Juan Pablo II denominar al amor que engloba la virginidad, la castidad perfecta y el celibato por el reino de los cielos.

Entre los aspectos más originales, cabe destacar el sucinto pero profundo estudio del papel de la afectividad en el plano del amor de Dios. «Es cierto que los místicos utilizan el mismo lenguaje que los enamorados, pero no se refieren a la misma realidad sensible» (pág. 85). El descubrimiento del otro que se da en el celibato tiene una riqueza difícil de imaginar y de esquematizar. Algo se descubre en la experiencia de los santos, de los amigos y enamorados de Dios. Ese algo, hasta donde es posible transmitir intimidades tan hondas, pone en primer plano un hecho paradójico pero real. Más que teorías, hacen falta vidas. Más que maestros, testigos. «Sobran ideas. Lo que hace falta son modelos que las encarnen» (pág. 97).

Esto ha venido haciendo la Iglesia desde su fundación. Esto es a lo que Benedicto XVI se refiere al final de su encíclica «Deus caritas est» cuando afirma que «es posible este amor: se alcanza merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la cual se está embargado totalmente de Él, una condición que permite a quien ha bebido en el manantial del amor de Dios convertirse a sí mismo en un manantial ‘del que manarán torrentes de agua viva’ (Jn 7, 38)».

Javier Láinez

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