Comunismo y nazismo

TÍTULO ORIGINALCommunisme et nazisme

Altera. Barcelona (2004). 184 págs. 18,50 €. Traducción: José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.

Hace unos meses, se presentó en el Parlamento Europeo una iniciativa para prohibir en toda la Unión la exhibición de simbología nazi, para combatir así la intolerancia y el antisemitismo. La sorpresa surgió cuando un grupo de diputados provenientes de Estonia, Lituania, Eslovaquia, Chequia y Hungría propusieron a su vez que dicha prohibición incluyese también los símbolos comunistas (ver Aceprensa 15/05). Argumentaron que el sufrimiento que en sus países había causado el comunismo no era menor que el originado por la barbarie nazi, y que el oprobio que para sus ciudadanos suponía la ostentación pública de estos símbolos era al menos similar al dolor que un superviviente de Auschwitz experimentaría al ver impunemente exhibida la esvástica de sus torturadores.

El presente ensayo de Alain de Benoist entra al meollo de esta paradójica situación: «Mientras que el nazismo es considerado como el régimen más cruel del siglo, el comunismo, que ha causado la muerte de un número mucho más considerable de hombres, sigue siendo considerado como un sistema, desde luego impugnable, pero perfectamente defendible tanto en el plano político como en el intelectual o el moral». La publicación en 1997 de «El libro negro del comunismo» (ver Aceprensa 120/98), elaborado por prestigiosos historiadores, algunos de ellos antiguos militantes comunistas, y con acceso a documentación original de propia URSS, deja ya fuera de toda duda el verdadero alcance de los crímenes comunistas, con casi cien millones de muertos.

Ambos regímenes, nazi y comunista, actuaron con los mismos esquemas, según Benoist: «La utopía de la sociedad sin clases y la utopía de la raza pura exigen por igual la eliminación de los individuos sospechosos de obstaculizar la realización de un proyecto ‘grandioso’; a saber, el advenimiento de una sociedad radicalmente mejor».

Si en este aspecto las reflexiones de Benoist son acertadas, y en ocasiones brillantes, peor juicio merece su explicación sobre el fenómeno en sí del totalitarismo. Benoist vincula la inspiración del comunismo y el nazismo a la modernidad, a partir de la Ilustración, en cuanto exaltación de la capacidad de la razón y por tanto de la viabilidad de cualquier «solución técnica» para reorganizar la sociedad, relegando la tradición. En este sentido es llamativa la conexión que establece entre el totalitarismo y la Revolución Francesa. Fue entonces cuando por primera vez un grupo de activistas decidió responsabilizarse de la felicidad del resto de los ciudadanos, aun en contra de su voluntad, aun a costa de sangre y guillotina si era necesario.

Más extraña es su argumentación en la que de alguna manera vincula a las democracias liberales con los mismos orígenes racionalistas y constructivistas del totalitarismo, llegando a presentar ambos fenómenos como paralelos. El siguiente paso es constatar que los regímenes liberales también han empleado en ocasiones métodos que, como los del nazismo y el comunismo, desprecian el valor de las vidas humanas. Algunos ejemplos son claramente forzados; otros, más claros, como los bombardeos en Hiroshima y Dresde.

Dos carencias limitan extraordinariamente su argumentación en este punto. La primera, y más importante, que no termina de reconocer la causa última de la fatal arrogancia que suponen todos los procesos de ingeniería social: el olvido de la persona libre y responsable que conoce mejor que sus líderes donde están sus intereses, y que posee además una dignidad irrevocable.

La segunda carencia de Benoist es olvidar que en los fenómenos analizados intervienen individuos concretos que se mueven a veces por los grandes principios, pero mucho más a menudo por intereses cercanos y materiales. Es imposible explicar, por ejemplo, la pervivencia del comunismo sin considerar los intereses de los jerarcas del PC, y al final nos encontramos simplemente con un grupo privilegiado que defendió por todos los medios a su alcance el mantenimiento de un sistema que perpetuaba su situación de dominio.

Aun con estas reservas, la impresión general que deja el ensayo de Benoist es positiva. Son reflexiones sistemáticas, esclarecedoras en gran medida, y con algunas intuiciones brillantes.

Antonio del Cano

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