Atrás queda la tierra

Atrás queda la tierra

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2025)

Nº PÁGINAS144 págs.

PRECIO PAPEL19 €

PRECIO DIGITAL10,99 €

GÉNERO

Escuchar decir al presidente de Venezuela que su fallecido predecesor se le aparece como un pajarito puede ser devastador en el ánimo de los oyentes: si el que manda ve normal contar en público estas ensoñaciones, ¿qué respeto le merecerán sus ciudadanos? ¿Qué rarezas no hará con el país?

A casi ocho millones de venezolanos, estas ocurrencias, más las enormes pifias económicas del chavismo, la decadencia material y moral y la represión los han empujado al exilio. La periodista Arianna de Sousa-García es una de quienes se marcharon –en su caso, a Chile–, llevando en brazos a su hijo, y ha querido contarnos cómo ha visto pudrirse un país, así como el dolor de muchos que reciben punzadas y desprecio en la tierra de “acogida”.

La autora y su hijo son dos gotas de agua en ese caudaloso río de venezolanos migrantes que arrastra consigo historias de esfuerzo y superación, pero también otras difíciles, como la del niño que murió alcanzado por una bala cuando la policía de Trinidad y Tobago avistó la embarcación en que arribaba un grupo de personas sin nada que perder. O la de la turba que irrumpió en un campamento para inmigrantes, en el norte de Chile, y prendió fuego a todo: carpas, colchones, ropa, cochecitos de bebés…

En Venezuela, a quien quiere quejarse, la presencia de las pandillas chavistas que aterrorizan los barrios con disparos al aire les sugiere dejarlo para más adelante. Para nunca. “Los que quedan –cuenta– no recuerdan la voz de sus familiares; les resuenan números telefónicos que no saben a quién pertenecen. Se alimentan con carnes podridas recocidas y frutos oxidados; la mayoría no tiene a nadie que le evite hurgar en los cestos de basura de restaurantes que frecuentan quienes nos desfalcaron el futuro”.

Sousa-García ha articulado el texto en breves relatos testimoniales –su padre es protagonista de varios–, en los que, aun cuando narra situaciones de gran tensión y crudeza, se vale del registro poético para invitar al lector a entender cómo ha sido posible el horror del que, a veces muy superficialmente, hablan los telediarios. Para comprender cómo fue que “el país rojo se quedó en negro” y “el país feliz se volvió guerra”.

La joven periodista lo ha vivido. Y nos lo quiere contar.

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