Ramón González y su novia Mariana (él de Daimiel y ella argentina), fueron dos de los supervivientes de los atentados de París el 13 de noviembre de 2015. Sus recuerdos de aquella noche y la repercusión que tuvo en los próximos meses de sus vidas fueron recogidos en la novela Paz, amor y death metal escrita por Ramón. Curiosamente, una de las primeras decisiones del director y guionista Isaki Lacuesta para su adaptación al cine fue que los actores que les interpretasen fuesen el argentino Nahuel Pérez Biscayart (El profesor de persa) y la francesa Noémie Merlant (El inocente).
No era de esperar que Isaki Lacuesta hiciese una película convencional sobre el atentado. Este cineasta tiene una caligrafía de autor, como ya ha demostrado en numerosas ocasiones (La próxima piel, Entre dos aguas), y su acercamiento a esas horas de pánico en la sala Bataclan es tan personal como la novela en la que basa el argumento. Las rupturas temporales, la utilización del fuera de campo y los recuerdos subjetivos de los personajes marcan un relato que se resume en una clarificadora línea de diálogo entre la pareja protagonista: “¿Cómo vamos a contárselo a los demás, si ni siquiera estamos de acuerdo en lo que ha ocurrido?”. Esta dificultad para reconstruir y curar subraya la complejidad de la fractura.
Los dos actores protagonistas hacen un trabajo de composición extraordinario, con miradas y gestos habitualmente mínimos, que reflejan ese anhelo por recuperar una vida que nunca volverá. Los flashbacks del atentado son constantes, breves y muy elípticos, como si el director tratase de mostrar el rechazo de la mente de los protagonistas a volver una y otra vez a los atentados.
El cineasta catalán ofrece al espectador un laberinto temporal y psicológico en el que a veces es difícil entender y ordenar todas las piezas. Si a eso añadimos la tendencia del director a alargar en exceso el metraje de sus películas con escenas herméticas o redundantes, este acercamiento requiere una disposición contemplativa y una apertura generosa del espectador para traducir todos sus códigos. Desde luego, la crítica ha coincidido tanto en Berlín como San Sebastián en considerarla una obra mayor, con muchas lecturas posibles y un fascinante recorrido dramático.