1981. Bruce Springsteen tiene 31 años y su álbum The River ha sido un éxito. Columbia Records le pide más éxitos y más rock and roll, pero Springsteen está agotado, se encierra en una solitaria casa y empieza a grabar en un rudimentario radiocasete los primeros temas de lo que sería Nebraska, un disco atípico, lleno de folk y de recuerdos personales.
El guion de esta película se basa en el libro Deliver Me from Nowhere: The Making of Bruce Springsteen’s Nebraska, de Warren Zanes, músico, escritor, productor de documentales y profesor universitario estadounidense. En el libro de Zanes está, en realidad, casi todo: la crisis personal y de salud mental del cantante, las referencias culturales del álbum –desde Flannery O’Connor a Terrence Mallick–, el complejo proceso de elaboración, las “broncas” con Columbia y el apoyo incombustible de su manager y amigo Jon Landau.
Con ese material, Scott Cooper (Corazón rebelde, Black Mass: estrictamente criminal, Los crímenes de la academia) dirige un “biopic”: entre comillas porque la película no recorre la biografía de Springsteen sino un segmento muy concreto y corto de su vida. Cooper ha manifestado que quería huir de la hagiografía, y lo ha conseguido. También ha huido del efectismo y del subrayado emocional que a veces acompaña el retrato de los músicos en la pantalla grande y que hemos visto recientemente en títulos como Bohemian Rhapsody o Elvis. Esto no solo es mérito de Cooper, sino también del propio personaje retratado: además de the Boss, Springsteen es un padre de familia, que se declara católico y que lleva treinta años casado con la misma mujer. Con otras palabras, un artista más pegado a la tierra. El trauma y el dolor por la relación con su padre y el zarpazo de la depresión están muy presentes, pero el tono de la película no es el de una bajada a los infiernos desesperanzada, es el del artista que crea y que consigue que la música y su propia vida sean vasos comunicantes.
El trabajo de Jeremy Allen White, que tiene un gran parecido físico con el joven Springsteen, es muy notable, y llama la atención el personaje de Jon Landau, interpretado por Jeremy Strong. Stephen Graham (Adolescencia) vuelve a meterse en la piel de un padre arrasado por los demonios (de una naturaleza distinta a los de la famosa serie, pero demonios, al fin y al cabo).
El resultado final quizás no es todo lo sobresaliente que podría esperarse. La narración resulta poco fluida, episódica, pero es una película notable que cumple en su función de acercarnos a uno de los artistas más importante de las últimas décadas y a su álbum más personal.