Sirat significa en árabe camino, sendero y, en la religión islámica, se denomina así el puente sobre el infierno para llegar al paraíso. Y es el título de la última película del cineasta gallego Oliver Laxe que, después de Mimosas y de Lo que arde, consiguió con esta película ganar el Premio del Jurado en la última edición del Festival de Cannes.
Un padre y su hijo menor buscan a su hija y hermana en una rave en el desierto de Marruecos mientras en el mundo estalla la que podría ser una tercera guerra mundial. La película muestra pronto sus cartas: un paisaje tan bello y majestuoso como apocalíptico, unos personajes mutilados –en el cuerpo y en el alma–, un padre entregado a una búsqueda imposible y una música atronadora que funciona como droga, como grito y como llanto.
En toda su primera parte, Sirat funciona como drama emotivo, película de aventuras, western y road movie. Hasta un momento en el que Laxe hace estallar en la narrativa una bomba que transmuta el tono y el género y, por supuesto, el argumento, la trama principal y las subtramas de relación, y los personajes y sus arcos de transformación. Sirat se convierte, a partir de ese momento, en una desesperada –o quizás mejor decir inútil– huida hacia delante y, sobre todo, hacia dentro. La historia se desdobla en dos planos: el físico y el metafísico.
Dice Laxe que estamos en un mundo que sufre una aguda tanatofobia y que, cuando Bayona estrenó La sociedad de la nieve, se quedó muy aliviado de “ver que era bueno para la gente hablar de esas experiencias de muerte. Todo esto hace que puedas sentir la vida mejor y más fuerte”. Sirat funciona como un tratamiento de choque ante esta tanatofobia. Laxe pone a los personajes a dialogar con la muerte. Pero es un diálogo muy visceral. Una conversación sin palabras; construida por la música, la naturaleza y el irreductible destino.
La pócima es amarga. Mucho. Para qué vamos a negarlo. Sirat es una película tan brillante desde el punto de vista de la caligrafía audiovisual como poco recomendable para un público general. Quien se aventure a cruzar el infierno, eso sí, entenderá por qué el cine es algo más que entretenimiento y cómo hay historias capaces de sacudir los cimientos emocionales y quizás, incluso, los existenciales.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta